Cecilia Lanza escribió algo muy parecido a los textos de la Nobel de Literatura Svetlana Alexievich, la que glorificó la crónica histórica, pues su libro sobre el rol de las mujeres soldados soviéticas y la gran crónica sobre el desastre en Chernóbil son, para mí, unos antecedentes que no se si le sirvieron a la cronista, pero, según mi opinión, tienen un parentesco estructural y técnico.
El color de las ovejas negras, una crónica sobre una parte importante de la historia boliviana, escrita por Cecilia Lanza, merece una doble lectura.
La primera, veloz como sugiere el trepidante lenguaje de la autora, y la segunda, mesurada y analítica.
El resultado de la primera lectura es excelente: lenguaje con ritmo musical, la estructura muy bien lograda con tracks que le dan el carácter de video moderno; no hay superposición de planos, pero si retrocesos en la historia que no son los manidos flash backs de la literatura, porque siendo crónica literaria estos retrocesos resultan en un importante antecedente de la historia.
La llamada historia grande tendrá que sostenerse en la narrada por Cecilia Lanza.
Esas cuatro líneas bastan para que la “Crónica de un parricidio” perviva por mucho tiempo y pase a ser un clásico del género.
La otra lectura, la profunda, hace pensar en la tragedia nacional. Cecilia logra dramatizar un conflicto nacional, que también es familiar.
Es como Sófocles que introduce al ser humano como tercer actor para que la obra le sea reconocible al lector. Cecilia introduce al padre, militar.
Cecilia inicia como una memoria familiar, pero, es la memoria de una tragedia nacional protagonizada por militares de las FFAA entre los que figura su progenitor. Es una innovación del género y una muestra de que el periodista no puede ser imparcial frente al golpe militar, a los asesinatos, a la corrupción de cualquier gobierno y menos de los que se asocian con el narcotráfico internacional.
En esta segunda lectura recuerdo lo que dijo Roland Barthes sobre el “olfato semiológico”. Cecilia capta el sentido de los acontecimientos donde otros solo encuentran hechos e “identifica mensajes donde algunos no ven tantas cosas”.
Esas cuatro líneas bastan para que la “Crónica de un parricidio” perviva por mucho tiempo y pase a ser un clásico del género.
La otra lectura, la profunda, hace pensar en la tragedia nacional. Cecilia logra dramatizar un conflicto nacional, que también es familiar.
La obra es una muestra corajuda de que no hay verdades alternativas.
El mundo exterior es un complejo de sensaciones, dicen los idealistas (algunos sin saber que lo son). Esa manera de ver la realidad está suscrita a una fidelidad que casi siempre es una idea como la religión y la ideología.
La otra verdad “es la que refleja fielmente la realidad y que es verificada por la práctica, es la llamada verdad objetiva”.
Al negar la verdad objetiva, los idealistas luchaban contra la ciencia y defendían el fideísmo.
Me atrevo a decir que Cecilia está entre los pocos investigadores que ha contado con objetividad los interiores de las Fuerzas Armadas.
El retorno a la democracia fue un hecho extraordinario, a pesar de los tumbos y tropezones; se crearon instituciones que en lugar de fortalecerlas las han vuelto a cercenar, pero esta vez no son los militares sino los defensores del fideísmo del gobierno. Es decir, se los debe defender no por la razón sino por la fe al libreto oficial.
¿Por qué Bolivia es como un viejo reloj de péndulo, de esos que hoy se exhiben en los museos?
Porque todavía se cree que la cuna es más importante que el conocimiento.
Porque se niega que saben mejor, por el color de la piel.
Porque se cree que algunas instituciones tienen el sagrado deber del tutelaje de una patria como “si fuera una huérfana”.
Y, finalmente, porque Bolivia, a pesar de enero del 2000, sigue siendo una patria partida en dos. Es decir, ni los de ayer, ni los que de hoy parecen poder unir.
Cecilia Lanza escribió algo muy parecido a los textos de la Nobel de Literatura Svetlana Alexievich, la que glorificó la crónica histórica, pues su libro sobre el rol de las mujeres soldados soviéticas y la gran crónica sobre el desastre en Chernóbil son, para mí, unos antecedentes que no se si le sirvieron a la cronista, pero, según mi opinión, tienen un parentesco estructural y técnico.
Hace falta cultores del verbo como el de Cecilia que cuenten la historia tal cual y no a través de ningún tamiz. Valiente al revelar nombres y apellidos de delincuentes uniformados.
Es más, nos cuenta – a la pasada y con ternura – sobre el homosexualismo de su hermano que también sigue partiendo en mitades incluso a sociedades llamadas modernas como la española o la italiana.
Cuando un libro provoca diferentes lecturas, pero coincidentes cuando se refiere al tratamiento del tema, estamos frente a una gran creación.
Cecilia Lanza escribió algo muy parecido a los textos de la Nobel de Literatura Svetlana Alexievich, la que glorificó la crónica histórica, pues su libro sobre el rol de las mujeres soldados soviéticas y la gran crónica sobre el desastre en Chernóbil son, para mí, unos antecedentes que no se si le sirvieron a la cronista, pero, según mi opinión, tienen un parentesco estructural y técnico.
No la conozco personalmente a Cecilia, nos cruzamos en Estocolmo, nos volvimos a cruzar en La Paz, no sé si podremos darnos ese abrazo postergado, no por ella sino por mí.
El libro de Cecilia Lanza debiera leerse en colegios y escuelas, una manera de diversificar las lecturas oficiales y oficialistas. Y, una forma de enseñar cómo se construye una crónica, palabra por palabra, hecho tras hecho, testificación tras testificación.