¿Qué tipo de giles pueblan las películas y series yanquis, ésas que abundan hoy en día? ¿Qué clase de giles las escogen y quiénes prefieren buscar historias donde abundan giles propios, como uno? Sergio Mercurio se apunta a unirse a una Odisea junto a estos últimos.
El otro día Manu me dijo que no le interesaba ver series sobre drogas y narcotráfico. Que no iba a ver ninguna más. Es importante que aclare que ese otro día fue hace una banda de años. Exactamente cuando, tácitamente, mis amigos instalaron que los temas de los que se hablaría de ahí en más, cuando nos juntáramos, serían las series de Netflix. Era el tiempo de Breaking Bad. Yo la acompañaba y no me pasaba nada. Igual que con los Soprano. Me animé a decirlo. Me castigaron duro. El argumento era valedero. Tenía envidia. Las cosas que yo hacía no las veía nadie. Un gil.
Durante un año y medio di un taller de humor en la cárcel. Cosas de giles. Mis amigos lo sabían, pero cuando empezaron a ver El Marginal, me contaron cómo era lo que yo no veía allí mismo y desde hacía un año. Quise contar lo que hacía y veía, pero siguieron con la serie. Sabía de lo que se trataba porque los presos también la veían, los entretenía. La mentira entretiene mucho más que otras cosas. Desde siempre. Ahí me quedé solo delante de un chorizo supersalado. Uno, desde el fondo dijo: “A este gil, no le gusta nada”.
Eso no era y no es verdad. Me refiero a lo de mis gustos. Lo de gil, lo asumo. Hay cosas que me gustan y me gustan mucho, tanto que no puedo olvidar lo que me generaron y suelo volver a verlas. Esas pelis y esas historias me potencian. Como diría Spinoza: Aumentan mi potencia de existir. Eso me pasó por primera vez con La película de Rey. El día que la vi, fue en un cine de Buenos Aires; salí y compré otra entrada para entrar de nuevo. La tercera me colé. La terminé viendo tantas veces que me la aprendí de memoria. De hecho, cuando la estrenaron en Chile, fui y llevé al guatón. Durante la película hubo un salto temporal irremediable. Me desubicó tanto que le dije a mi amigo que habían cortado media hora. Él me aclaró que la censura en Chile no se había terminado. No me importó. Me paré como un autómata y no sé cómo subí escaleras y recuperé mi consciencia dentro de una cabina. Lo que me despertó fue mi propio grito: “Paren la proyección”. El proyeccionista se pegó un julepe bárbaro y apagó todo. Al rato apareció el dueño del cine. ¿Quién me creía yo para parar la proyección? Le dije la pura verdad. Soy la persona que más ha visto esta película en todo el mundo.
Le aclaré que hubo un salto temporal y que se debían haber equivocado de rollo. El tipo se quedó quieto mientras yo agarraba, por primera vez en mi vida, los rollos de una película. Miré los primeros fotogramas, al proyeccionista y, “ el cuatro es el tres, después está todo bien”. El tipo se disculpó diciendo que así se la habían mandado de Buenos Aires. Me sentí como un héroe. Entonces le hizo una seña al proyeccionista para que me haga caso. Volví al asiento habiendo cumplido mi cometido. Hoy tengo otro, y me lleva a intentar hacer lo mismo que hice en Chile, pero escribiendo.
Borenstein, Darín y otros giles y gilas
Ayer vi de nuevo La Odisea de los giles. Recordé la sensación de verla. Esa alegría. Ese éxtasis. Si no la viste, tenés cómo. Está en Star Plus, por ejemplo. Te puedo sintetizar que trata de un grupo de argentinos que fueron embaucados, como miles, por el gobierno de De la Rúa. Uno puede caer en la tentación valedera de decir que es una película de Darín, pero técnicamente es una película con Darín. Y al igual que Cuento chino, es obra de Sebastián, el hijo de Tato Bores. Vos tenés que entender que por más que te parezca suavecito estoy entrando en tu cerebro y diciéndote miralamiralamiralamirala. Si ya la viste, mirala de nuevo. Te exijo que la mires. Si ya la viste, mirate cualquier otra de ese tipo de películas, las que hace Borensztein. Hay otros que hacen eso, claro. No está solo, pero no son muchos. Lo que sobra son drogas, tiros, muerte y cosas destinadas a captar la atención de cualquier gil. Pero yo no soy de ésos, soy un gil que explica. Lo que quiero manifestar es que soy adicto a las historias como las que construye Borenstein.
Me emocionan, me ponen la piel de gallina, me conectan conmigo y me hacen recordar las cosas por las que quiero estar vivo. Al terminar me dan ganas de ver personas y abrazarlas. Me dan ganas de intentar de nuevo cosas que he dejado a mitad de camino. Ver una película así me reconforta tanto que me reconcilia, incluso, con este país. No me importa si son mentira. Son la mentira que quiero vivir. No sólo quiero ver estas historias, me gusta estar en ellas. Quiero transitar en un lugar donde abunden estos giles. Son seres que aún guardan en su espíritu un mandato escondido, son capaces de hacer justicia o lo que ellos consideran justo contra viento y marea. No tienen medios, ni contactos, ni acomodos. Están solos o casi. No son puritanos ni moralistas, son algo que algunos llaman inutilidad porque se ensañan en peleas que se saben perdidas. Estos giles planean o se embarcan en situaciones un poco más arriesgadas que hacer un cumpleaños y mucho menos defraudantes que una revolución.
Y hay que enorgullecerse de las propias giladas, aun cuando siempre va a aparecer un gil que va a cagarnos. Porque siempre que planeamos una gilada colosal, nadie nos acompaña hasta que funciona y aparecen los que nunca tienen nada de giles.
Si uno observa a estos giles, los que pone Borensztein en sus pelis, advierte que no es que no calculen las consecuencias de sus actos. Hacen las cuentas y por más que pierdan, actúan y parece que se joden. Pero no se joden. Los que se joden son los otros. Los que se joden son los que no hacen ninguna gilada.
Los que se joden son los que pierden el tiempo viendo esas historias chotas que si no tratan de drogas, son una droga. Ves ocho episodios juntos y no te pasa nada porque lo que pasa parece que está al final, pero en realidad sigue en la segunda temporada y, como tampoco termina ahí, antes del último segundo de los créditos ya arranca otra. Igual. Pero con otros actores, otro escenario y otro idioma. Veo una trama en esas obras, los canallas son muy parecidos a todos nosotros y los buenos son mejores que nosotros. Son yanquis. Cada vez que me toca ese bodrio, extraño a los giles como los que elige Sebastián. Esos seres incapaces de representar a muchos, tanto en las historias como en la vida real. Son tan giles que asumen el error de todos como propio. Estos giles me encantan. ¿Seré uno de ellos? Ver La Odisea de los giles me ha hecho renovar una necesidad. Las historias que cuenta un cineasta, como Sebastian Borenstein, me hacen reír mucho, me hacen sentirme identificado y también me hacen llorar, emocionarme y con su arte siembra en mí esta necesidad de comunicar de que se necesitan más historias de este tipo
Yo necesito estas historias y quiero que haya más. Historias en las que los perdedores ganan un instante y festejan como si fuera para toda la vida. Actúan marginalmente, silenciosamente, anárquicamente. En cierto aspecto creo que Borensztein es de una especie de seres que tranquilamente navegó por la mente de Borges al escribir su poema los justos. Porque La Odisea de los giles, o Un cuento chino que acabo de volver a ver a razón de querer escribir esto, no sólo me han generado la necesidad de halagarlo y esperar el lanzamiento de su nueva peli, sino de aumentar mis palabras hasta un manifiesto. Y aquí va.
Las historias de este país necesitan más giles como el ferretero De Cesare. Necesitamos más imitadores de ese malhumorado de Puccio lavándose el pene antes de mear. Más gomeros como el de Brandoni en la Odisea y menos como el Brandoni diciendo “tenían tres empanadas” en Esperando la carroza. Necesitamos más viejas como la que hace Rita Cortese, que ya sabía que su hijo era un canalla, pero le dio otra chance. Necesitamos estos giles y gilas.
Y hay que enorgullecerse de las propias giladas, aun cuando siempre va a aparecer un gil que va a cagarnos. Porque siempre que planeamos una gilada colosal, nadie nos acompaña hasta que funciona y aparecen los que nunca tienen nada de giles. No importa. Yo quiero entrar en la próxima Odisea que algunos giles armen.
Acaba de llegar Manu y no sabe que estoy escribiendo sobre él; no exactamente sobre él, pero a partir de él. Le agradezco que me haya ayudado a darme cuenta de algo que me hacía mal. No necesito consumir ciertas cosas. La tele la dejé hace treinta años, pero hoy en día no necesito películas y series de narcos, no necesito asesinos seriales, ni épicas yanquis de lo que sea. Basta para mí.
Por último quiero decir que hace muchos años escuché a Darín decir que no aceptó los ofrecimientos que le hicieron de Hollywood porque siempre querían que haga de narco. Ya hacía tiempo que Darín me había comenzado a gustar. Hoy que el tiempo y su conducta lo van colocando en un lugar ganado a fuerza de elecciones, inclino mis letras para desearle salud y tiempo para que nos siga regalando sus encantos actorales. Éste es mi manifiesto, son las palabras de un gil dedicadas a Sebastian Borenstein, y son estas:
Tomate tu tiempo para terminar tu nueva peli. Hay algunos giles que la estamos esperando.