“Llorar como cerdo”, dice Emiliano Longo, a propósito de El Principito y otras preguntas. ¿Qué es la infancia? ¿Qué calla o qué es obligada a callar? Saint-Exupéry se lo habrá preguntado frente a ese pequeño viajero que sigue arribando para que los adultos intenten escucharlo, escucharse.
Cuando Emiliano Longo, el actor y productor de audiovisuales, era niño y le leyeron este libro, lloraba como cerdo junto a su hermano. Su madre los describía así y nunca más les volvió a leer El Principito porque cuando la serpiente mordía al niño no lo podían entender, y lloraban, subrayo, como cerdos.
Años después, en la adolescencia, le parecía aburridísimo, no le funcionaba, cero interés; pero a sus 27 años le regalaron una versión en miniatura y al hojearlo empezó a decodificar las cosas de otra manera. Ya era un adulto, precisamente esa persona a quien le había dedicado su libro el piloto francés Antoine de Saint-Exupéry.
-No hay página que no te esté hablando a ti como ser humano- me dice Emiliano quizás repasando ese dibujo de boa y elefante que todos, cultos e incultos, tenemos tatuado en el niño interior.
La palabra niño es de origen latín infans que significa “el que no habla”. Antiguamente, los romanos usaban el término niño para identificar a la persona desde su nacimiento hasta los siete años. Estos menores en la historia se limitaban a ser una estadística más a lo largo del tiempo. En el siglo IV los niños eran utilizados por sus padres para intercambiarlos según sus intereses y, ya para el siglo XV, se pensó en callar a los niños en la escuela a plan de golpes y torturas con fines correctivos.
Queda claro que los niños querían decir cosas, pero no los dejaron, los silenciaron. Sin duda una historia que hasta el día de hoy viene rodeada más de sombras que de luces. Pero, la psicología nos alumbra un poco con ese gran concepto que se ha vuelto en un lugar común necesario: el niño interior.
La idea del niño interior se atribuye a Carl Gustav Jung, ya que este psicólogo creó el concepto en su arquetipo de niño divino. Un término cliché para los amargos, de uso excesivo para los poco creativos; pero de alta importancia para la psicoterapia porque se trata de un reconocimiento de aquel sujeto que a todos nos queda: un niño, un niño interno y, en muchos casos, de un niño herido.
Muchos pensamos, quizás, desde la rima fácil, que el niño interior es aquella foto que exhibimos el día del niño. Sin embargo, nuestros psicólogos recalcan que se trata de aquellos aspectos negativos y positivos de nuestra infancia. Nuestras necesidades insatisfechas y nuestras emociones infantiles reprimidas, así como nuestra inocencia, creatividad y alegría infantil, por supuesto. Quizás es a partir de esta perorata adulta que se pueda resolver la pregunta: ¿Por qué lloramos como cerdos con este libro? ¿Qué cosa siempre nos habrá sucedido cuando no hablábamos?
Nuestros mayores nos aconsejan abandonar los dibujos, y nos exigen un mayor interés por la historia, el cálculo y la gramática. Pero algo bueno pasa cuando decidimos subirnos a un avión para pilotear con asombro sobre nuestros desiertos, y volamos como lo hicieron dos de los pilotos más importantes de la historia: Richard Bach y Antoine de Saint-Exupéry. El primero, autor de Juan Salvador Gaviota y el segundo, de El Principito. Dentro de un avión imaginario le pregunto a Emiliano por qué tanta semejanza entre ambos: debió ser porque pasaron mucho tiempo solos, en el aire; una vida solitaria la del aviador. Yo leí la biografía de Antoine y sí, igualito que Richard Bach, pasaba semanas solo, aterrizando, se quedaba en el desierto y supongo que esa charla interior es la que los ayudó a escribir.
A la larga terminas dándote cuenta de que eran personas que no hablaban, como los infantes.
El Principito nos insiste con sus preguntas y sus misterios. Y como lector entregado a sus páginas, Emiliano dice un poco desesperado: Hay dos cosas que no termino de definir. Cuando tú lees Juan Salvador Gaviota, la historia está clara, está cerrada; pero cuando lees El Principito hay dos cosas que no entiendo. La primera, la más fuerte, es la relación con la rosa: una historia de búsqueda del niño interior, sí, pero habla del amor, mas no del amor a la humanidad sino del amor romántico, de pareja, un amor incondicional que es algo que te lastima con sus espinas; es muy dura la relación entre la rosa y el Principito. ¡De dónde viene esa historia! ¿De dónde viene esa rosa caprichosa? Y la otra está en la última página, la página más triste del mundo: el autor te habla del Principito como si existiera y te dice: si tú lo ves, avísame porque lo extraño. Tengo la impresión de que el Principito fue real. Muchos dicen que Antoine conoció al Principito en el desierto.
Hay dos cosas que no entiendo. La primera es la relación con la rosa (…) ¡De dónde viene esa historia! ¿De dónde viene esa rosa caprichosa?
Millones son los libros de autoayuda que quisieron ser igual a este libro, aunque son como los planetas en el universo; aunque ninguno se asemeja al asteroide B 612. Es ahí donde operaría el corazón de este texto. Nunca intentó ser un best seller, es algo que salió de la intimidad de un escritor que no había escrito cosas parecidas.
Vuelve a aclarar Emiliano: No es un libro para niños, aunque muchos lo lean a sus niños, y no es un libro de autoayuda, no es un libro poético.
-¿Volviste a llorar a los 27 años?- le pregunto y lanza una carcajada. -Como cerdo, me impactó profundamente, llegué a tener 14 versiones: en árabe, en inglés, en francés el original, una cubana en la que hablaban del Principito que apoyaba la revolución… Me dediqué por mucho tiempo a buscar principitos diferentes, luego coleccionaba planetas chiquititos, luego lo regalé todo, pero lo leo siempre, y si lo ves por ahí, avísame ¿ya?
-No sabe no responde- dice mi niña interior. Lo cierto es que todos, absolutamente todos hemos tenido una rosa, un planeta, baobabs y un zorro en nuestras vidas. Y todos sabemos, en el fondo, que fue de nuestras historias más invisibles a los ojos y a pesar de los años, de 80 años de existencia, aún nos sigue domesticando.