Al Di Meola estuvo en el Illimani, nombre del escenario del Chuquiago Marka, en La Paz. Llegó y se entregó con alma y guitarra a un auditorio que lo recibió y despidió de pie, como a los grandes.
Jorge Eduardo, el cantante de rock y cumbia, se sentó casi en la primera fila; más allá, un rockero de esos con chamarra de cuero y pelo largo llegó cargando su viola y sí escogió el primer asiento. Estuvieron los representantes de todos los géneros: clásicos, contemporáneos, rockeros y cumbieros. Clarito reconocías a los guitarristas: no estaban llorando, sólo tenían una cuerda incrustada en el ojo.
Apenas Al salió a escena, mi compañero de concierto susurró: Mira, a ver, carga 71 años como si nada y míralo al guapo. En realidad tiene 68 pero es casi lo mismo. Sergio Calero, el melómano, fue de los que se pararon al tiro para recibirlo con un aplauso. Recién me percaté de que el hombre, muy sencillo, de amplia camisa blanca y jeans, es de esos que han rechazado la jubilación y siguen trabajando como jornaleros. Lo demostró en dos tandas de más de hora y media cada una, sin descansar, sin un mate, sin un caj, sin una botella de agua ni un sugus.
Llenamos casi el 90% del Illimani en el Chuquiago Marka. Todo un éxito para aquel que se atreve a traer a un peso pesado. Hace un par de años, por la cosa fea en el mundo, Pablo Paredes ya estaba claudicando y viendo otros rubros posibles. Pero después de la resurrección en el mundo, se rearmó para traer a los Stickman y ahora a Al Di Meola. Y así la wasedad del maestro, pues: repasó clásicos, tocó temas nuevos y, por supuesto, le hizo uno de esos guiños hermosos al compañero Paco, el hijo de Lucia, y remató con Piazzolla, retando en cada caso y rítmicamente a sus compañeros de escenario.
No sé por dónde nos ha hecho viajar el caballero, pero nos ha llevado y nos ha devuelto con mil experiencias.
Yo agradecí muchísimo la solvencia española del percusionista Sergio Martínez, ese pedazo necesario para que el corazón se ponga al bit de un remate y una rumba jazzera. Aunque de rato en rato el guitarrista le llamaba la atención por sus tiempos y sus cortes. Pero la música es también alegría y así entendimos esos diálogos en busca de precisión.
No sé por dónde nos ha hecho viajar el caballero, pero nos ha llevado y nos ha devuelto con mil experiencias, ha firmado cinco autógrafos locos ante la efervescencia de los que llevaron su disco de vinilo. Y un amigo que no tenía ni un centavo seguramente fue a puertear para que al final del concierto se acercara y entregase a Di Meola unas partituras de Alfredo Domínguez y Eduardo Caba. Lo vi ahí, adelante, en ese momento en el que se hace honores a Las Ménades de Cortázar, cuando todos se olvidan de la compostura y nos acercamos para comer al artista.
Contemplar música, eso hemos hecho anoche. Ese evento único en el que el músico se está, presto para ejecutar, improvisar y llevar a cabo su trabajo con una contundencia y elegancia que porta desde hace casi medio siglo. Eventos así no suceden todos los días.
jamás pensé que alcanzaría a ver en persona a alguno de esos cuatro jinetes de mi apocalipsis particular (Paco, el hijo de Lucía; Al Di Meola, John McLaughlin y Larry Coryell)
anoche me derrumbé un par de veces -o más- ante la precisión, intuición, tacto, ritmo, sensibilidad, rigurosidad, etc. etc. etc. del “gitano elegante”
sin duda, mucho, mucho que agradecerle; particularmente, su gentileza: cuando al final convocó a una sesión-guitarreada, rodeado de su público, atónito, a sus pies…
y enhorabuena por el trabajo de quienes lo hicieron posible.
saludos!