Fotografía de Sandra Boulanger
Se Ia presiente una mujer joven, amable, delicada, feliz, que nos murmura cuál es su felicidad, sus pensamientos y a veces sus segundos pensamientos”, escribió uno de los muchos críticos que tiene desde hace más de seis décadas Ia obra de Graciela Rodo Boulanger.
Dotada de una mirada infantil, para ella los niños no sólo son sus personajes preferidos, su inspiración, sino que “los mismos dibujos de niños son un lenguaje más que un arte”.
Desde sus primerísimos esbozos, esta reconocida artista boliviana buscó una forma de graficar sin caer en estilismos innecesarios, falsos modelos indígenas o típicas caritas occidentales, y así encontró ese dibujo que es a Ia vez su palabra.
Tímida, se refugió desde Ia infancia en el piano y el pincel; en Ia juventud tuvo que escoger entre sus dos amores y prefirió Ia pintura sin dejar nunca de interpretar música. Libre, decidió a los 10 años dejar Ia hipocresía religiosa, cultivando más bien Ia sutil espiritualidad de alguien que dedica sus ojos y sus oídos a Ia belleza y a los más profundos escondrijos del alma. A los 13 dejó el colegio porque sólo quería ser artista y a los 17 partió solita a conquistar Europa; a los cinco años ya había descubierto que quería pasar Ia vida en un taller de pintora. Siempre en movimiento, vivió en Oruro y en París, en Beirut y en La Paz, tiene un taller en Nueva York y desde que cumplió ochenta años viajó cuatro veces a Ia India para explorar nuevas mundos.
De ojillos inquietos, no conoce el aburrimiento y es tan fuerte su destino que sus hijas son artistas, una nieta bailarina y los otros chicos tan viajeros como ella.
Gracie!a Rodo Boulanger (1935), pintora paceña.