¿Cuánto cuesta lograr el título de ingeniero en Telecomunicaciones? No tanto como para distraer del camino a un artista. Porque tocar un instrumento, componer, armar grupo son parte de una profesión: difícil, con sobresaltos económicos, sin seguridad social, pero profesión.
Para Pitágoras todo era número; hasta la música. Y para corroborar su hipótesis decidió inventar un curioso instrumento musical: el monocordio. Creado a partir de una tabla y una cuerda tensada con clavijas, el aparato permitió a Pitágoras demostrar la relación que existe entre los sonidos armónicos y los números enteros. “Hasta la belleza es un asunto matemático”, habrá dicho confiado.
A más de dos mil años de aquel ensayo, las conclusiones de Pitágoras resuenan en la cabeza de Mauricio Prado. Pero lo hacen a mayor profundidad al demostrar, para él, que arte y ciencia no son polos tan opuestos como la mayoría piensa.
Desde su adolescencia Mauricio ha venido cabalgando entre ambos mundos, buscando conciliar sus impulsos creativos con la necesidad de labrar un destino racional y lógico para encajar en los parámetros de la sociedad. Ha saltado casi a la fuerza entre su compromiso con la música y la exigencia de asegurar para sí un “verdadero” futuro profesional que le garantice calidad de vida. Destino este último que, según la creencia popular, se alcanza eligiendo una “buena” carrera universitaria, sacando el cartón, trabajando ocho horas al día; cayendo bien a los jefes, alcanzando el ascenso deseado por todos y así, repitiendo, hasta llegar a garantizar una respetable jubilación.
Mauricio retrocede en el tiempo, hacia aquel bachiller indeciso al que le repiten cual mantra la fórmula del adulto responsable. Viaja con el pensamiento hacia aquel adolescente que está por dejar las aulas del colegio. Al que se le pide no solamente responder a la pregunta de “¿qué vas a hacer de tu vida?”, sino que se le exige que lo haga acorde con los parámetros de sus padres y la sociedad.
Mauricio está entre la espada y la pared. Debe elegir y no sabe qué hacer. En las aulas destaca en física y en matemáticas; fuera de ellas los acordes de la guitarra lo convocan.
Todo parece definirse en el sobre que sostiene en sus manos. En su interior están los resultados de su prueba de orientación vocacional: “98% de coincidencia con carreras de ingeniería”, sentencia el documento.
¿Y la música? ¿Qué vas a hacer de tu vida, Mauri?
La ingeniería de la vida
La relación entre Mauricio y la creación musical comenzó como suele comenzar toda aventura artística adolescente: con algún instrumento que ha sido abandonado en el armario por los hermanos mayores. En su caso, la guitarra de madera de su hermana. De allí en más le tocó transitar la típica ruta del descubrimiento amateur: comenzar a rasguñar tímida y torpemente las cuerdas cuando nadie está alrededor, dedicar horas a tutoriales en internet hasta que, finalmente, ya un poco más confiado, realizar la gimnástica hazaña de acomodar los dedos sobre los trastes para arrancar las notas más sencillas del pentagrama en la guitarra: MI, SOL, LA.
Mauricio rememora aquellos años con la mirada pegada a una de las paredes de la sala de su departamento. Allí cuelga aquella vieja guitarra que le abrió las puertas a un mundo fascinante. Y si bien de su seno ya no surgen melodías, su piel de madera se ha transformado en una obra de arte en sí misma. Es el lienzo donde una pintora plasmó el rostro de un toba. Claro, el valor de esta guitarra no es estético, es simbólico. “Donde vaya siempre estará colgada en un espacio privilegiado. Da cuenta de un momento fundamental en mi vida. Es mi forma de agradecer a la vida”, asegura orgulloso el guitarrista del grupo Los Prana, mientras retorna pausadamente hacia aquellos años de rebeldía adolescente.
Una sola cosa tenía clara durante los últimos años de colegio: quería dedicarme a la música, lo sentía en el cuerpo.
Tenía 17 años cuando comenzó a hacer música junto a compañeros del colegio Domingo Savio de La Paz. El rock, el punk y el metal eran su influencia. El grupo se había declarado abiertamente antisistema y, para rematar, ateo. Y así, envalentonados, los colegiales se embarcaron en el camino de la música dando vida a las bandas Locomotivo (que duró tan solo una tocada) y Espermatozombies que, si bien tampoco tuvo una prolongada vida, sí ayudó a consolidar la base del grupo que, 11 años después, continúa en la senda artística bajo el nombre de Los Prana. Pero de eso hablaremos después.
— Una sola cosa tenía clara durante los últimos años de colegio: quería dedicarme a la música, lo sentía en el cuerpo. Pero el contexto social no ayudaba. ‘Te vas a morir de hambre’. ´En la música hay puro vicios´. ‘No es un trabajo serio, ¿de qué vas a vivir?’. Esas eran las frases que salían de mi familia y, la verdad, no podría culparlos. Los padres siempre buscan lo mejor para sus hijos. Y los estereotipos sobre la vida artística son demasiado fuertes. Así que, al final, me tuve que rendir.
Pero Mauricio no sería el único.
De todos los integrantes del grupo de amigos que habían iniciado la travesía musical durante los dos últimos años de colegio, sólo el vocalista, Kevin Keso Quezada, pudo seguir la carrera musical. Un lujo que el resto no pudo darse.
Mauricio optó por abrazar los resultados del test de orientación vocacional y comenzó a buscar una carrera dentro de las áreas de la ingeniería. Eso sí, tenía que ser una carrera que estuviera lo más próxima a la música y, claro, a sus compañeros.
— Buscando, encontré Ingeniería de Sonido, pero el problema es que era una carrera que entonces no había en La Paz. Al investigar más, descubrí que Ingeniería de Sonido es una rama de la Ingeniería Electrónica. Entonces me dije: ‘Muy bien, están relacionadas. Voy a estudiar Ingeniería Electrónica y luego me voy a especializar en sonido’. En la UPB (Universidad Privada Boliviana) ofrecían la carrera de Ingeniería Electrónica y Telecomunicaciones, así que me metí a estudiar esa carrera, pero siempre con la música de trasfondo.
Con todo, Mauricio y sus compañeros se dieron formas para continuar ensayando, madurando su propuesta artística ya como Prana y buscando espacios de difusión, especialmente en internet y en festivales locales como la Juntucha (2013). El nombre del grupo de a poco comenzó a generar una comunidad de seguidores gracias a su propuesta fresca de rock, reggae, funk y ska.
Pero para el segundo año de universidad, otra disyuntiva acorraló a Mauricio. Los últimos dos años de su carrera debían realizarse sí o sí en Cochabamba. Esto significaba abandonar el grupo. ¿Qué hacer? “Pues me cambié de universidad, no pensaba dejar la música, estaba comprometido con Prana. Así que, aunque no había la misma carrera, me fui a la ´cato´ (Universidad Católica Boliviana). Tuve que convalidar materias para ingresar a Ingeniería en Telecomunicaciones. Fue complicado, pero al final me quedé en La Paz, con mi banda y mis amigos, haciendo lo que me gustaba”.
Hasta aquí, cualquiera vaticinaría que, al final, Mauricio terminaría dejando la universidad para dedicarse enteramente a la música. Pero no fue así. Terminó su carrera, quizás como una forma de honrar a sus padres. Pero Mauricio la tenía clara. El día que recibió su título, anunció a su mamá y a su papá la decisión de no ejercer su profesión. Iba a dedicarse a la música al cien por ciento.
Quizás entonces ellos comprendieron la real dimensión de lo que la música significaba para su hijo. Y actuaron en consecuencia apoyándolo y cobijándolo bajo su techo hasta que esa pasión cobrara sus frutos.
Al son de la cumbia
En la vida todo parece moverse a partir de los vientos de la oferta y la demanda. Y la música no es la excepción. A grandes rasgos, se puede decir que en Bolivia la gran mayoría de los músicos se distribuyen en dos grandes áreas interpretativas: los que se dedican a la música popular, como la cumbia y el folklore, y los que cultivan la música alternativa: rock, reggae y jazz, entre otros géneros.
Para los primeros, el vivir de la música sin la urgencia de tener que buscar un trabajo complementario es mucho más factible que para quienes, como Mauricio, eligen géneros musicales que no cuentan con circuitos comerciales sólidos ni consolidados ni tampoco con grandes masas de seguidores.
La demanda de reggae en Bolivia, pongamos por ejemplo, no se acerca ni de lejos a la demanda que existe por la música tropical. Desde contratos para amenizar matrimonios y fiestas patronales o del Gran Poder, hasta la necesidad de los medios televisivos de poner algo de color a sus revistas matinales, los artistas que optan por la cumbia o el folklore tienen mayores posibilidades de hacer visible su trabajo y contar con rentabilidad económica para afrontar los gastos del mes.
Esto, por supuesto, no significa para nada que todos cuenten con empleos estables o ambientes laborales dignos y seguros.
Mauricio lo sabe muy bien. Como suele suceder con muchos músicos que se dedican a géneros como el rock, el guitarrista de Prana transitó por la cumbia con el objetivo de generar ingresos seguros. Fue una experiencia enriquecedora, asegura, aunque alejada de sus palpitaciones creativas.
— Hay que tener un toque especial para la cumbia. No es nomás el ‘chin, chi, chi chin’ como cree la mayoría. Es un ambiente muy competitivo y tienes que estar a la altura. Yo formaba parte de un ensamble de músicos que prestábamos servicios a vocalistas reconocidos o a proyectos de solistas para quienes nos contrataban. Llegamos a tocar con Maricarmen Marín, una de las vocalistas del afamado grupo peruano Agua Bella. Tocamos en prestes sobre escenarios gigantes mientras los invitados se servían sus platitos rodeados de cajas de chelas. Una vez, mientras bajábamos del escenario, iba subiendo por las escaleras Palito Ortega. ¡Full abundancia! Estaba ganando bien, pero no me sentía en mi ambiente, era nomás como ir a una oficina a ejercer ingeniería. Sentía que mi elemento, para lo que la vida me ha puesto en este país, en esta sociedad, estaba en la música alternativa. Esa es mi tribu, ¿entiendes?
¿Sabes por qué en Okinawa habita la gente más longeva? Siguen la filosofía japonesa del Ikigai que trasciende el concepto de felicidad y se centra en la razón de ser de cada persona. La fórmula es así: Lo que amas + Lo que sabes hacer bien + Lo que el mundo necesita + Por lo que pueden pagarte. Si estás alineado con esos cuatro elementos, todo fluye.
La razón sale al rescate
Cuando Mauricio Prado reflexiona se olvida de su interlocutor. Como si la densidad de la pregunta le obligara a trascender hacia un rincón de su interior donde almacena ideas, teorías, creencias… Y de la nada, ocurre. El silencio se quiebra y las palabras fluyen acompasadas.
– ¿Sabes por qué en Okinawa habita la gente más longeva? Siguen la filosofía japonesa del Ikigai que trasciende el concepto de felicidad y se centra en la razón de ser de cada persona. La fórmula es así: Lo que amas + Lo que sabes hacer bien + Lo que el mundo necesita + Por lo que pueden pagarte. Si estás alineado con esos cuatro elementos, todo fluye.
Y fluir para Mauricio significó comprender que hay que evitar los esencialismos en la vida. Que los seres humanos estamos provistos de múltiples talentos que nos permiten estar en permanente movimiento y sincronía con el universo. Que de lo que se trata, al final, es de poner esos talentos al alcance y beneficio de otros. No ver una profesión como una mera ruta para ganar dinero y ser exitoso, sino como un aporte a los demás.
— El hecho de que uno de mis talentos sea tocar guitarra no significa que mi único propósito en la vida deba ser tocar la guitarra, puedo combinar un montón de cosas de las que soy también capaz para aportar. No hay que preocuparse entonces. Si reconoces y desarrollas tus talentos, la vida se encargará de darte dignidad y abundancia. El universo te provee para que sigas cumpliendo para eso para lo que has llegado.
Y así lo corroboró al explorar, a la par de la música, sus talentos creativos para el diseño gráfico y el desarrollo de sitios web, los que hoy le permiten generar ingresos paralelos a la música, ser independiente y pensar en el futuro con mayor optimismo.
— Estoy mezclando todos estos talentos que la vida me ha dado para generar un valor a mi entorno. Siento que si estoy en sintonía con eso, pues no me voy a tener que preocupar de tener un trabajo estable. Eso es algo que hace años no estaba en mi cabeza, estaba en otro lado.
A pesar del optimismo personal, Mauricio reconoce la precariedad laboral que caracteriza a los profesionales de la música, especialmente a los que llevan adelante proyectos alternativos. Y si bien dice estar seguro de que las nuevas generaciones gozarán de mejores oportunidades, está convencido de que primero los artistas de esta generación deben asumir su responsabilidad y comenzar a allanar ese camino.
— Siento que nos hemos mal acostumbrado a culpar de esta precariedad laboral a la falta de apoyo de los gobiernos o del público. Pero nosotros, los músicos, también somos responsables de esta situación. Los momentos complejos requieren de soluciones complejas, de buscar salidas creativas para generar mayor demanda para lo que hacemos. No será por arte de magia que el gobierno nos apoye; no será sólo porque tengas buena música que la gente comenzará a apostar por lo local.
Del dicho al hecho, Los Prana están explorando alternativas. No sólo ofrecer su música, sino experiencias y una sensación de comunidad con sus seguidores. Y en esa misma ruta, están empeñados en poner su grano de arena para que el andar de las nuevas bandas de música alternativa sea un poco más llevadero. Es así que para su undécimo aniversario el grupo lanzó un concurso para que bandas emergentes paceñas muestren su talento. De todas las participantes, San Tüpac fue la ganadora, lo cual permitirá a sus integrantes contar con la grabación, mezcla y masterización de la composición ganadora. Además de una sesión de fotos, la grabación de un videoclip y el diseño de un sitio web. Y, claro, la posibilidad de abrir el concierto aniversario de Prana para comenzar a conectar con el público.
A sus 28 años, Mauricio Prado se muestra confiado. Sabe que el camino que ha elegido no es sencillo. Pero, al final, ¿qué camino lo es? ¿Qué carrera realmente puede asegurar un futuro laboral digno, estable y con sentido?
Con un sistema educativo que no enseña a los jóvenes a buscar realizarse como personas a partir de lo que son sino que busca generar buenos productores y buenos consumidores, Mauricio ve la necesidad de esbozar un consejo para los adolescentes que, como él hace 11 años, se encuentran en la disyuntiva de seguir sus sueños o renunciar a ellos para encajar en las demandas de la familia y las expectativas de la sociedad.
— Yo les diría que no hemos venido a este mundo a existir como robots, hemos venido a vivir. Y si realmente la música está alineada con tu propósito en la vida, con lo que has venido a hacer a este mundo, tienes que darte el chance de descubrirlo. Y quizás no sea ese el sendero, pero al menos lo has intentado. Lo importante es descubrir cómo puedes aportar y, luego, no te preocupes del resto. Literalmente, cuando estás en sintonía con ayudar y con hacer lo que amas, el universo te provee de todo lo que necesitas.
Este texto es parte del proyecto “Trabajo, empleo, chamba, Trayectorias laborales en Bolivia”, elaborado por Rascacielos junto al Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario CEDLA con el apoyo de la Embajada de Suecia en Bolivia.