¿Qué ocurre cuando a una diva la visita su ex? ¿Dónde cabe el amor y cómo afecta el desamor? De esto habla Marta Monzón a quien quiera escucharla.
Fotografías de Carlos Fiengo
Una es famosa; de pronto se enamora, se casa y se divorcia. A veces hay que casarse, me decía Emma Junaro, para vivir la experiencia del divorcio de La Resolana, de esa separación que sólo entienden las que cortaron con ese sujeto que no funcionó en su momento, pero que al pasar de los años es nomás el personaje principal de nuestra película.
Una se separa porque aparece una changuita, como le pasó a Shakira; así es la monotonía, la que acabamos de ver hace unos días, la del batacazo en pleno pecho, como les pasó a mis amigas y a muchas de las vecinas, como le pasó a un sinfín de divas a las que a pesar de su belleza única, ven que el otro se va nomás donde su naturaleza le dicta.
De cuando en cuando la diva se acuerda; no importa si dejó el corset o que haya dejado de repartir autógrafos: tiene la sabiduría de una juventud extendida, utiliza los tacos de otra manera, sabe perfectamente cómo clavar la palabra. Y se confiesa en los escenarios, sobre una silla y con una boa en el cuello. Pide que la alumbren y que la escuchen.
Todo eso pienso mientras Marta Monzón nos hace reír en su reciente puesta en escena de Diva (Patricia Suárez). Ella nos pregunta, nos repite una y mil veces que somos un pedazo de ignorantes al no saber quién es Max Gorky; no nos salva ni Google si una se atreve a sacar un celular frente a la Marta. Ella, en el papel de una diva, nos lleva a su historia, nos sumerge en el drama vivido con su marido y después lo escupe al público: se ríe de tu inocencia en las relaciones, se ríe de la sororidad que no tienen las jovencitas cuando te quitan al sujeto infiel, sabe que a ti también te tocó ese algoritmo y que ahora, al igual que ella, estás pasando a una categoría inclasificable para un sistema que no se cansa de inventarse el concepto de tercera edad, vieja, doñita. Blancanieves triunfa todo el tiempo, porque nosotras, las recorridas, nos comemos las manzanas.
La mayoría de las mujeres entre el público estamos solas, algunas nos conocemos, reímos y damos fe de todo lo que dice esa mujer vestida de negro. Algo superior a cualquier stand up millenial, digo, pues aquí somos clásicas, old school, seguimos enganchadas a las milongas de Tita Merello, a Libertad Lamarque y a todas esas señoras que ya eran feministas y no lo sabían. Aquí el chiste es fino, va pimponeando con la pena, con la lágrima difícil, con el nudo en la garganta; no te exige una carcajada, te pide que te calles y escuches con mucho cuidado. Hay un poeta tarijeño en la primera fila, hay un fotógrafo y un amante del jazz. Ellos también se ríen y quizás piensan en sus ex; es muy probable porque es un texto para pensar definitivamente en tus anteriores intimidades, en tus rompimientos y en el reproche permanente que hace una ñata en el inconsciente con el tono de una bruja agotada.
La mayoría de las mujeres entre el público estamos solas, algunas nos conocemos, reímos y damos fe de todo lo que dice esa mujer vestida de negro.
La Diva son ustedes, nos dice casi llorando al final, ya después de los aplausos, ya fuera de la obra. Porque así como hay señoras que aguantan, que recuerdan, que no se dejan, hay también lugares de eterna resistencia. Así es el teatro pequeño donde estamos y que ha forjado Diego Massi en el Bestiario. Marta mira al frente, como una guerrera solitaria; por supuesto que dedica la obra, escrita por su compatriota Patricia Suárez, a todos aquellos que se han ido en la pandemia; seguimos en trauma, seguimos de luto, nuestro silencio al recordar lo que nos ha pasado es diferente. Estamos los sobrevivientes, estamos las que además seguimos apostando por las tablas, las que seguimos buscando una respuesta en los monólogos y aún necesitamos que una actriz nos diga cómo, por dónde y porqué putear contra el mundo. Y Marta es una experta en eso; lo sabemos todos quienes la hemos escuchado renegar contra impuestos nacionales, contra las políticas nada dignas con los extranjeros que viven en Bolivia, contra los públicos que no sabemos quién es Gorky, contra los que no sabemos hacer cola en el teatro, contra el gremio de los artistas tibios que no hacen nada ante lo que está pasando en culturas, contra las nuevas autoridades culturales que sólo se quedan en el paso borracho de la morenada y que se han olvidado de sus propios espacios municipales. Contra todo eso se para Marta y ahí la vemos, sin mesura en sus críticas ácidas, como una exesposa, pues, jodona, digna y elegante, que no se deja y te sigue mirando fijamente desde la silla solitaria de un teatro en Sopocachi.