El teatro hecho por vecinos y para vecinos es un teatro popular y esto quiere decir divertido. Lo comunitario, en este caso, es algo que se hace con otros y resulta ser importante para todos. ¿Dónde saberlo? ¿Dónde verlo? Pues en Oberá, en la Murga del Monte.
Para mí, una ciudad como Salta debería estar en Australia; obviamente, el símbolo de tal ciudad debería ser un canguro y no tendría que estar a una altura donde saltar sea dificultoso.
En un momento me tomé tan en serio los nombres, que estuve en un pueblo de Brasil que se llama No me toque ( Nao me toque) y salí sin dejar mi huella digital en ningún lado. En mi interior creo que el pueblo me lo agradece.
El pueblo de Perdones (Perdoes) debería tener a todos medio arrodillados y pidiendo disculpas. La Plata debería ser una ciudad exclusivamente de ricos. La Paz no debería estar tan llena de manifestaciones. Lima debería tener una forma fina y larga o al menos rasparte. En la ciudad de Manta, en Ecuador, no debería hacer frío nunca.
He conocido tantos nombres de pueblos y ciudades mal puestos que podría estar una hora hablando de ello; por ejemplo, todos pueden concordar en que si hay un país donde la plata nunca ha valido nada es en Argentina.
Escuchar nombres y pensarlos es un juego que me gustaba hacer cuando viajaba. En aquel tiempo me invitaron a un lugar que yo pensé que se llamaba O verá. Me encantó y pensé que allí iba a ver cosas que necesitaba ver. Y fue tal cual, pues lo que vi en ese sitio no puedo olvidarlo. El detalle es que el nombre tiene una b y se escribe Oberá.
El pueblo de Perdones (Perdoes) debería tener a todos medio arrodillados y pidiendo disculpas. La Plata debería ser una ciudad exclusivamente de ricos. La Paz no debería estar tan llena de manifestaciones.
Yo estaba posado en una ciudad llamada Posadas, en el mediterráneo argentino, allí donde la selva se deshace y donde la yerba mate elige vivir en desmesura. Pablo me vino a buscar y me llevó a Oberá en un Citroen rojo. Eso fue en el 2004, un tiempo en el que los autos todavía podían ser graciosos.
Fui a Oberá a conocer la Murga del Monte. Este sí que es un nombre bien puesto. La Murga es un grupo de Teatro Comunitario. Otro nombre bien puesto. Y yo en ese tiempo era un titiritero que viajaba porque creía que los titiriteros viajaban. Me había mantenido viajando durante doce años y tal vez ése sea el último lugar que recorrí del modo en que yo creía. Hice, y hay fotos, una presentación para una escuela de frontera donde la lluvia hizo que llegara la mitad del alumnado: tres de seis.
“El” artista
Pero volvamos a la Murga del Monte. El teatro comunitario es un teatro hecho por vecinos y para vecinos. Es un teatro popular y esto quiere decir: divertido. Lo comunitario, en este caso, es algo que se hace con otros y resulta ser importante para todos. Esto sucede en varios lugares del mundo; de todos esos lugares, yo elijo lo que sucede en Oberá. Las razones son obvias: ellos también me han elegido hace tiempo. Por su recomendación me presenté por primera vez en un festival porteño. Buenos Aires, está claro, nunca tuvo buen aire para mi trabajo.
Ahora, junio, fuimos a la radio con Carina Spinozzi, la directora de la Murga, para promocionar el mes aniversario. Al explicar por qué yo iba a inaugurar la fiesta por los 22 años, dijo suavemente que ellos me consideran “el” artista. Lo dijo de una manera que pude ver las comillas y, al escucharlo, en un segundo los ojos se me llenaron de lágrimas y me atraganté.
Fue algo muy corporal lo que sucedió. Mi emoción me dejó al lado de mi hija recibiendo el mensaje que sólo en sueños había recibido. Yo estaba aún tosiendo por el Covid, razón por la cual le pedí a la naturaleza que me ayudara para dar lo mejor de mí.
Al otro día, el teatro estaba totalmente lleno. Ciento veinte personas me esperaban. Fue emocionante. A muchos los conocía de otros tiempos. No sólo como público. Nos hemos reído juntos en muchas oportunidades con mis chistes malos, hemos pensado juntos, oí hablar de Spinoza por primera vez en la casa de Silvia y Darío. He jugado en sus casas, conozco cómo cocinan, el nombre de sus hijos y ellos conocen a mi familia. Todas las veces que fui a Oberá me quedé en la casa de alguien de la Murga. Esta vez me tocó quedarme en la casa de Norma y Marco, quienes me recibieron con los brazos abiertos luego de contarme que esperaban ver mi última creación.
Entonces recordé que era eso lo que yo un día me había prometido: llegar a donde los otros no llegaban, conocer las vidas de los demás. Querer ser reconocido fue la trampa en la que caí.
Mientras tomábamos mate, escuché la historia de la sonriente pareja y su decisión. Norma había vivido toda su vida en el campo; su padre ya fallecido había sido un dirigente agrario. Fue hasta esa lejanía a donde los militares llegaron para secuestrarla cuando tenía 18 años; ella se fue a la ciudad y a la maldad, casi al mismo tiempo. En aquel infierno, en el que vivió con su madre, se prometió que si salía viva iba a dedicarse a ayudar a los demás. Por eso es que con Marco fueron durante trece años los tutores de dieciocho niños huérfanos en lo que se llamó la Aldea S.O.S de Oberá.
Algunas noches estuve escuchando historias que sólo los que se permiten llegar a otros pueden conocer. Entonces recordé que era eso lo que yo un día me había prometido: llegar a donde los otros no llegaban, conocer las vidas de los demás. Querer ser reconocido fue la trampa en la que caí.
Mientras estaba en esa casa de Norma y Marco, de pronto volvió a mí la razón de mi vida, miré a mi hija que dejó todas sus cosas para acompañarme y algo me susurró que estaba olvidándome. Y me recordé. Al otro día no tosí y volví a vibrar, esta vez con mi hija y con otros haciendo lo que yo considero que es el teatro que debo hacer. No fue en vano esperar tanto tiempo para volver a actuar. La naturaleza me eligió para esto, para lo que dice Atahualpa: «Para mi sacrificio, no para mi vanidad».
La palabra precisa
Mientras escuchaba la historia de estos seres, Marco me dijo que uno de los chicos que ellos cuidaron durante 10 años lo llamó desde la casa de su padre biológico para saludarlo. Él preguntó cómo la estaba pasando, el joven le contó que muy bien y preguntó a su vez cómo estaba él, a lo que Marco contestó que muy bien también. Quiso saber cómo había sido el reencuentro con su padre. Marco dice que se hizo un silencio largo y que finalmente el joven suavemente le dijo que su padre era él.
Al contarme esto, Marco se sonrió llorando. Detrás de los lentes se le aguaron los ojos como se habían aguado los míos por la mañana. Esto me ha llevado a pensar en ciertas cosas que se nombran y en la emoción que representa que algunas palabras signifiquen aquello que nombran.
Por último, y siguiendo el mismo hilo, quiero decir que si Soriano tiene razón al escribir que uno es de donde lo quieren, yo debo afirmar que soy de Oberá. Y me gusta serlo.