MALVINAS, 40 AÑOS
Tony Smith, guía turístico ‘kelper’, se especializó en llevar turistas, historiadores, periodistas y ex combatientes a los campos de batalla de la Guerra de las Malvinas. Tony es Clase 62, como yo, como la mayoría de los veteranos argentinos, y pasa parte del año en Buenos Aires porque está casado con una argentina. La suya es una mirada única para reflexionar sobre las heridas que dejó la guerra a ambos lados del Atlántico.
Tony Smith es el único malvinense que actuó en dos películas argentinas.
En la primera, Tony ni siquiera notó que lo estaban grabando. Recién cuando vio el producto terminado se dio cuenta que, sin saberlo, se estaban burlando de él y de su gente. La película se llamaba ‘Fuckland’, y cuando Tony la menciona se le tuerce la cara.
A pesar de esa experiencia, no lo dudó cuando, cinco años más tarde, una productora argentina le ofreció hacer un pequeño papel en otro film. Esta segunda película se llamaba ‘Iluminados por el fuego’.
Estamos tomando un café en una elegante confitería de Palermo. Tony está casado con una argentina y pasa parte del invierno en un departamento en esa zona elegante de Buenos Aires, donde brillan más carteles en inglés que en Puerto Stanley.
Soy un ex combatiente argentino, estoy haciendo un libro que en parte refleja mi experiencia de guerra, estoy a punto de viajar a las Malvinas y un colega y amigo me recomendó los servicios de uno de los pocos guías de las islas especializados en giras bélicas y visitas a los campos de batalla: Tony Smith.
Tony estará en Buenos Aires durante mi estadía en las islas. No podrá ser mi guía, pero aceptó verme y darme información y consejos. Poco a poco, antes pero sobre todo después de mi viaje, se transformará en mucho más que una ayuda para el viaje.
Es media mañana, tenemos el mapa de las Malvinas desplegado entre los cafés con leche y las medialunas, y no me acuerdo cómo fue que salió en la conversación el pasado cinematográfico de Tony.
Yo había visto las dos películas en Barcelona, donde vivo, y, como todas las películas sobre Malvinas desde Los chicos de la guerra en 1985, me dejaron angustiado y ofuscado.
Iluminados por el fuego se dio en los cines con mucha publicidad después de que ganara el festival de San Sebastián. Fuckland, por alguna extraña razón, apareció en un festival de cine ecológico en Gavá, un pueblo de los alrededores de la capital catalana. Fue muy comentada en su momento porque el director, José Luis Marqués, había decidido grabarla en gran parte con cámara oculta y siguiendo los principios de un movimiento danés llamado ‘Dogma’, que prohíbe el uso de la luz artificial y el trípode. El método busca un cine que se asemeje al documental, con mucho uso de actores no profesionales y de la improvisación.
La película fue vendida como una obra que “sienta los precedentes de un nuevo formato, la ficción/verdad, donde los límites entre la realidad y la ficción se desdibujan y el azar está presente casi como un protagonista más”.
* * *
“A fines de 1999 me llamaron desde Buenos Aires para pedirme que viniera a buscar a un turista argentino y le hiciera un tour por los campos de batalla,” recuerda Smith. En 1999 se firmó un acuerdo entre Argentina y Gran Bretaña que permitía por primera vez desde la guerra la visita de ciudadanos argentinos a las islas. El 5 de agosto se había realizado un muy mediático y accidentado primer vuelo con argentinos.
Cinco meses más tarde, el 11 de diciembre, desembarcaba en el aeropuerto de Stanley el actor Fabián Stratas, protagonista de la película. Stratas era un prestidigitador argentino que el director había encontrado trabajando en las calles de Nueva York.
Este es el argumento de Fuckland: Fabián, un argentino empecinado con la reconquista de las Malvinas, viaja a las islas para seguir la guerra usando un nuevo método: seducir y hacer el amor con la mayor cantidad de isleñas posibles, pinchar los condones y lograr así inundar las Malvinas de argentinitos, que en una generación lograrían lo que no pudieron Leopoldo Fortunato Galtieri y el efímero gobernador Mario Benjamín Menéndez.
El protagonista va grabando sus hazañas con cámara escondida, y en cada encuentro con un malvinense, comenta en voz baja a la cámara su desprecio por las ideas y las costumbres de los locales y su alegría por ser portador de la innata e inteligentísima gracia propia de los argentinos. Tal como prueban cada semana los programas de cámara escondida en la televisión, casi cualquier persona grabada con este método queda ante los ojos del espectador como un perfecto imbécil.
Además de Stratas, la película sólo contó con un participante ‘voluntario’: una joven actriz inglesa contratada por Internet, que hace el papel de la única kelper que el Don Juan criollo logra seducir. En una escena desagradable y con tintes violentos, Fabián apura el contacto sexual con su conquista en una playa ventosa y desierta. Cuando la ví en Barcelona me fue imposible desligarme de las noticias que todos los días habían traído los diarios y la televisión durante los últimos tres o cuatro años: las violaciones y abusos sexuales como arma de guerra por parte de las tropas serbias en el conflicto de la ex Yugoslavia.
En la primera escena, Fabián escucha en el aeropuerto la explicación de un oficial británico sobre la peligrosidad de las minas terrestres que quedan sembradas por las dos islas principales. Su personaje toma las advertencias como un insulto a los argentinos que vienen a bordo. “La culpa es nuestra. Nosotros pusimos las minas”, dice la voz en off de Fabián, como si no fuera cierto.
Saliendo de la Terminal se sube al Land Rover del guía que había contratado y, poniendo el bolso con el agujero por donde graba la cámara escondida dirigida al chofer y le va dando conversación mientras la voz en off sigue haciendo comentarios con tono sobrador: “¿Ya se habrá dado cuenta que soy argentino? Fucking Argie. Se cae de culo.”
Pero Tony dice: “¿Este paisaje te recuerda un poco al sur argentino, la Patagonia?”, demostrando que obviamente sabe de dónde viene el otro, y que el insulto está sólo en la cabeza del que cree que el otro también lo desprecia y tampoco se lo dice.
Su primera salida es al pub, siempre con la cámara oculta. Mientras toma cerveza y nadie le habla, el Fabián en off dice al espectador: “My name is Fabián. I’m from Argentina. Y me cagan a trompadas”.
Va a los baños y se mete en el de damas. “Hey, it’s ladies!”, le advierte en voz alta una señora que está saliendo del servicio. “¡Qué amorosa la gorda!”, nos dice el protagonista, como si nos diera un codazo cómplice.
La película da un giro al final, porque la chica que se había acostado con Fabián le deja grabado en su cámara ‘secreta’ un mensaje donde lo acusa de soberbio, egoísta y mentiroso, pero ya es tarde para que los espectadores desprevenidos den vuelta atrás y miren las islas y la aventura del intrépido visitante con ojos distintos que los suyos.
“Me metí en un cine de Buenos Aires a ver la película y no lo podía creer”, dice Tony Smith. “Hacían aparecer como si todo estuviera prohibido, como si estuvieran desvelando un gran secreto, y en realidad el único lugar donde está prohibido grabar es el aeropuerto, porque es un aeropuerto militar”.
Cuando volvió a Puerto Stanley, Tony se alegró de que sus vecinos no hubieran oído hablar de la película. “Ya desde el nombre es realmente fuerte. Se lo toman como un juego, en los carteles parece algo muy gracioso, pero no sé si se dan cuenta de lo fuerte que es la palabra, el concepto. O tal vez sí se dan cuenta, y es mucho peor”.
* * *
“El campo malvinense es un lugar tranquilo y pacífico para vivir, pero para un adolescente es bastante aburrido. Yo estaba excitado con las operaciones militares, pero también tenía miedo. Sabía lo que la dictadura estaba haciéndole a miles de argentinos. Con todas sus fallas, nosotros siempre habíamos vivido en una democracia”.
Tony Smith tiene mi edad, la edad de los ex combatientes argentinos de Malvinas. Nació en una pequeña estancia en la isla Gran Malvina, y estuvo trabajando de mecánico en Puerto Stevens durante todo el conflicto.
“Los únicos argentinos que vimos fueron unos pocos soldados que bajaron de un helicóptero pocos días después de la invasión. Yo estaba fascinado con el helicóptero. Los soldados no nos prestaban mucha atención. Mi amigo, el hijo del administrador, le preguntó al jefe: ‘¿qué van a hacer cuando vengan las tropas británicas?’ Y el oficial le dijo: ‘No, seguro que no vienen. En unas semanas todo va a volver a la normalidad, y el único cambio va a ser que nosotros estaremos a cargo’.”
Al rato el helicóptero se fue, y Tony y su amigo siguieron el resto de la guerra por la BBC y por los relatos de sus vecinos.
El chico ya había tenido contacto con la dura vida de trabajo en las islas en ese primer trabajo, a los 15 años, desmontando la planta de hierro corrugado con el mismo barco en el que yo pasé la guerra, la goleta Penélope.
En esa época sólo quería un trabajo donde pudiera estar al aire libre. “El campo malvinense es un lugar tranquilo y pacífico para vivir, pero para un adolescente es bastante aburrido. Yo estaba excitado con las operaciones militares, pero también tenía miedo. Sabía lo que la dictadura estaba haciéndole a miles de argentinos. Con todas sus fallas, nosotros siempre habíamos vivido en una democracia”.
Al final de la guerra, Tony y su amigo, el hijo del administrador, aprovecharon que las tropas de regreso a casa ofrecían lugares en los barcos. Hicieron el viaje hasta Inglaterra en el Norland y así conoció la metrópolis.
Yo también viajé en el Norland. Cuando terminó la guerra, nos quedamos una semana de prisioneros y el 20 de junio subí con cientos de soldados más a ese ferry que habitualmente hace la ruta entres Escocia y Holanda. A la mañana siguiente llegamos a Puerto Madryn, donde empezó mi vida de ex combatiente.
Apenas el Norland dejó a sus prisioneros argentinos, volvió a Puerto Stanley y embarcó a los Guardias Escoceses que habían combatido en el monte Tumbledown. Con ellos compartió viaje Tony Smith.
“Había pasado demasiado poco tiempo desde los combates y los soldados no habían bajado a la tierra. Yo no creía mucho de las historias que contaban, glorificaban todo. Una noche hubo una fiesta a bordo. Empezaron a emborracharse y decían ‘atacamos esta posición y los cuerpos volaban por todos lados’. En un momento un tipo se paró y tiró una botella al otro lado de la sala y empezaron una pelea. Nosotros estábamos en medio y estos locos se estaban tirando sillas. Le dije a mi amigo que me iba a dormir, y desde el camarote oía que empezaban a pelear otra vez. A la mañana tuvieron que traer al carpintero para que arreglara el desastre, pero ya los tipos se habían calmado mucho. Estaba sacándose todo eso del sistema. Al día siguiente empezaron a contar otro tipo de historias, menos gloriosas y mucho más terribles”.
Después de trabajar unos años como mecánico en Puerto Stanley, Tony decidió montar su propio taller. En 1989 el incipiente fenómeno del turismo le dio la idea de combinar su experiencia como conductor y mecánico con su deseo de vivir al aire libre. Sus primeras excursiones fueron a las colonias de pingüinos rey al norte de Puerto Stanley. “Empecé a buscar otras especies y otros lugares. Les pedía permiso a los dueños para visitar sus playas con turistas”. Al principio venían en los vuelos de la Fuerza Aérea Británica, unos 20 ó 30 por vuelo. Casi todos de Gran Bretaña o Europa del Norte.
“Estaba haciendo tours de vida silvestre cuando un primo mío le dio mi teléfono a un productor de la televisión inglesa que estaba preparando un programa para el décimo aniversario de la guerra. Así es como empezó todo”.
Smith trabajó con el equipo de filmación, el productor quedó satisfecho y le pasó su nombre a la BBC. El canal público trajo para el aniversario a tres ex combatientes británicos. El que más impresionó a Tony fue Simon Weston, un veterano corpulento y afable de los Guardias Galeses que sufrió severísimas quemaduras cuando se incendió el buque de transporte Sir Galahad durante el desembarco en San Carlos.
“Él no entró en combate. Lo hirieron antes de desembarcar. Le habían hecho al menos 60 operaciones para tratar de darle una cara. Fue uno de los más quemados. El director me decía que muchos no querían hablar ni interactuar con la gente, pero Simon contaba cosas. Sin embargo no se lo oía como una persona tranquila, actuaba y hablaba todo el tiempo. Decía que había perdido muchos amigos, que pensaba que no había valido la pena”.
En los años que siguieron a la contienda Simon Weston se había transformado en una voz – y una presencia – que denunciaba los terribles efectos de las guerras. “Me pidió perdón, porque sabía que yo sí pensaba que había valido la pena, pero me explicó por qué él pensaba que el precio había sido demasiado alto. Recuerdo que fue la primera vez que conocí a una persona que me hacía cambiar mi manera de ver las cosas. Podía entender qué veía, qué sentía él”.
Llegó a la cima y dijo: ‘Acá es donde nos paramos y vimos tan cerca las luces de Puerto Stanley, los autos con sus luces paseando por las calles’. Le pareció surrealista que en la montaña se estuvieran matando y ahí abajo hubiera un pueblo donde la vida seguía”.
En el grupo que trajeron para ese programa también había un oficial de los Marines. “Caminaba en frente de la cámara como si estuviera guiando a su tropa. Nos llevó desde abajo hasta arriba de la montaña, por todas las etapas de la batalla. En un momento dijo: ‘no, ahora me acuerdo de más cosas. Vamos a hacerlo todo de nuevo’. Hacía mucho frío y yo me imaginaba cómo debió haber sido esa batalla. Llegó a la cima y dijo: ‘Acá es donde nos paramos y vimos tan cerca las luces de Puerto Stanley, los autos con sus luces paseando por las calles’. Le pareció surrealista que en la montaña se estuvieran matando y ahí abajo hubiera un pueblo donde la vida seguía”.
Tony sentía mucha curiosidad y necesidad de entender lo que había pasado. Empezó a recorrer los campos de batalla. “Los isleños no van nunca a esos lugares, hay algunos que quedaron exactamente como estaban. Es increíble la cantidad de cosas que todavía están desparramadas en los pozos, en las montañas”.
Después del programa de la BBC lo empezaron a llamar veteranos británicos para que los llevara a los lugares donde habían combatido. Algunos de sus vecinos le recriminaron este costado ‘lúgubre’ de su oficio de guía, pero Tony lo ve como una experiencia fuerte y casi como un servicio público. “Algunos sufren un bajón emocional. Puede ser un minuto o dos, pero les ayuda a sacarse de encima una piedra pesadísima. En las Malvinas lo llamamos ‘enterrar los fantasmas’.”
“Una vez vino un marine. Estaba en un crucero por Sudamérica con su esposa y las islas estaban en el itinerario. Me escribió un e-mail diciendo que quería que lo llevara a San Carlos, donde su regimiento había sido bombardeado. Pedí un permiso especial, porque es zona restringida. Sólo tenía de 9 de la mañana a 5 de la tarde, a la noche tenía que estar de vuelta en el crucero, y el viaje es muy largo. El tipo parecía el típico soldado profesional, un tipo duro. Llegamos y me empezó a explicar lo que había pasado, cómo los soldados argentinos llegaron y tiraron una bomba donde estaba su grupo, y cómo la onda lo tiró a un pozo. Algunos de sus hombres murieron en la explosión. De uno de ellos no quedó prácticamente nada. En un momento el hombre se detuvo y me dijo: ‘Perdóneme. Tengo que alejarme un rato’. Y se fue por el campo”.
Cuando volvió, el marine le dijo que apenas acabado el bombardeo se puso a escribir en un papel la lista de los muertos. “Después del bombardeo sacó el papel y vio que había empezado a escribir la misma lista seis o siete veces. Ahí se dio cuenta de lo afectado que estaba. Creía que tenía el control de la situación, y en realidad estaba en estado de shock. Cuando me estaba contando la historia, de pronto le empezó a pasar lo mismo. Esa noche, tomándonos unas cervezas en el barco, me dijo que nunca se había imaginado volviendo al mismo lugar y que lo afectó mucho que todo estuviera exactamente como lo había dejado”.
Unos tres años después de su primera visita a las Malvinas, volvió Simon Weston. Ya se había convertido en una personalidad de la televisión, el ex combatiente mediático.
“Estaban haciendo un programa de Navidad conectando a militares que estaban en distintos lugares del mundo, y Simon era el anfitrión. Esa vez los militares organizaron todo y yo no participé, pero un día salí y ví a Simon caminando en una calle de Stanley. Se iba alejando, pero su cabeza con parchotes de pelo era inconfundible. No sabía si querría hablar conmigo, pero corrí a saludarlo y lo noté mucho más relajado, mucho más como una persona normal”.
La televisión volvió a traer a Simon Weston a las Malvinas por tercera vez, para un programa sobre héroes que salvaron vidas o hicieron algo notable y no fueron reconocidos. “Simon los iba presentando. Estuvieron una semana haciendo el programa y pasamos bastante tiempo juntos. Un día estábamos los dos sentados en un acantilado, mirando el mar. Era un precioso día de sol, y él me dice: ‘Me siento como si hubiera venido a las Malvinas por primera vez’. Ahí sentí que había dejado finalmente atrás el sufrimiento de la guerra”.
* * *
Estuvimos sentados toda la mañana en ese bar de Palermo y, si bien no pudo ser mi guía en Malvinas, Tony Smith fue el primer y el último embajador de su gente, me ayudó a preparar el viaje y encontrar a la gente que buscaba, y a mi vuelta, nos volvimos a sentar en la misma mesa. Ahora quería que me contara los viajes que hizo con ex combatientes argentinos.
“Llevé a docenas y docenas de británicos, pero sólo un puñado de argentinos. Sólo en 1999 pudieron empezar a ir, y casi ninguno sabía inglés. Yo había elaborado mapas con las posiciones de todos los regimientos de los dos ejércitos, y eso me ayudó mucho a guiar a los argentinos”.
Igual que con los británicos, los primeros ex combatientes argentinos que llevó Tony vinieron con un equipo de televisión. “Trajeron a dos que habían estado en pozos de zorro muy cerca el uno del otro. Los llevé al lugar y apenas reconocieron el sitio se olvidaron de las cámaras y la gente. Se pusieron a buscar como locos y no pararon hasta encontrar cada uno el pozo exacto donde habían pasado casi toda la guerra. Cavaron, trajeron piedras, movieron cosas, hasta que dejaron los pozos tal como los recordaban”.
Pero una vez terminado el trabajo, Tony Smith se extrañó por el comportamiento tan distinto de cada veterano.
“Uno quiso dejar el pozo como había estado en la guerra, con las cosas que acababa de poner y sacar. El otro volvió a poner cada cosa tal como lo había encontrado. No sé si necesitaba hacerlo así o porque creía que era cortés dejar las cosas como estaban. Parecían como una tumba abierta y una tumba cerrada”.
Tony también se acuerda de un oficial de ejército que manejaba un carro blindado. “Me pidió que lo llevara cerca de Moody Brook, donde había estado su grupo. Caminó solo y miró por todos lados. Levantó una plancha de hierro y ahí abajo encontró un guante de cuero. Estaba contentísimo, me dijo que esos guantes tenían un valor emotivo muy grande para él, y que encontrar uno había sido importante para él. Hicimos un picnic, era un día precioso. Cada tanto me manda mails. ¡Hasta un día me lo encontré de casualidad saliendo de un cine en Buenos Aires! No lo podíamos creer”.
* * *
En el 2005, cinco años después de ver atónito Fuckland en un cine de Buenos Aires, Tony Smith otra vez hizo de guía turístico en una película argentina, pero esta vez con su consentimiento.
Durante el viaje de 1999, la intensa semana en que viajó a las islas un grupo de argentinos, casi todos periodistas, Smith había conocido a Edgardo Esteban, el autor de las impactantes memorias de la guerra Iluminados por el fuego. Esteban era el único ex combatiente del grupo, y a su vuelta escribió un relato del viaje, que pasó a convertirse en un extenso prólogo de su libro a partir de entonces.
El cineasta Tristán Bauer tomó esa combinación – la experiencia del regreso y el dramático viaje de vuelta a las islas – como el tema de su película. Esteban Leguizamón, el protagonista y alter ego de Edgardo Esteban, es un periodista porteño de televisión cuyas pesadillas de la guerra vuelven a azotarlo en la vigilia de la larga agonía de su mejor amigo, que se suicida.
La película combina la muerte de Antonio Vargas, el ex combatiente suicida, el pedido de su viuda para que Leguizamón lleve su placa identificatoria a Malvinas y el viaje del periodista al lugar del que su amigo no pudo volver, con flash-backs de los violentos combates, los momentos de camaradería de los soldados y las actitudes soberbias y miserables del teniente a cargo de su regimiento.
Esteban, representado con emoción contenida por Gastón Pauls, llega a Puerto Stanley y se aloja frente al parque infantil con el barco que madera y los columpios. “Todo está listo para mañana. Tony te pasará a buscar a las 9,” dice la señora del hostal.
“¿Cuántas minas hay todavía enterradas?”, pregunta Leguizamón.
“Unas 25.000”, contesta Tony Smith.
“¿Y trataron de sacarlas?”
“Al principio, sí. Pero era demasiado peligroso y tuvimos varios heridos”, cuenta el personaje de Tony mientras maneja su Land Rover, y con el mismo tono con el que su persona genuina contestaba mis preguntas en la entrevista. “Es una pena, porque esta es la playa donde yo iba a jugar cuando era chico. Ahora toda el área es un gran campo minado”.
En la penúltima escena de la película, el ex combatiente que vuelve le pide al guía que lo deje solo, se mete en su pozo y encuentra la foto y el reloj que había dejado ahí en 1982. “Los viejos amores que no están, la ilusión de los que perdieron… todo está guardado en la memoria”, canta León Gieco, mientras Esteban llora abrazado a la vieja foto.
“No lo filmaron en el lugar mismo, pero no importa”, dice Tony. “Creo que muestra la realidad de la guerra y el sufrimiento de los ex combatientes argentinos, de lo que nosotros sabíamos tan poco”.
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¿Para qué volver? Yo volví buscando la historia de una pequeña goleta de madera llamada Penélope, donde pasé los días más intensos de mi paso por la guerra. (…) Pero también, es cierto, fui como los demás a ‘enterrar fantasmas’. Me estaba buscando, y me sigo reconociendo en las historias de los extraños turistas desorbitados que lleva Tony Smith hasta el escenario de sus pesadillas.
Volver. Siempre se vuelve, sobre todo por las noches, al corazón de la guerra, pero en el siglo XX empezó un fenómeno nuevo: empezaron a volver en masa los ex combatientes al lugar donde pelearon, donde mataron, donde una parte de cada uno quedó muerta y enterrada.
En los años treinta los ingleses y norteamericanos empezaron a volver a las trincheras de Francia y Bélgica donde habían sufrido la Gran Guerra. Tal vez a enterrar, revivir o visitar a sus fantasmas. Europa y Asia recibieron durante los cincuenta y sesenta la visita de los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. Muchos norteamericanos vuelven ahora a Vietnam a tratar de hacer las paces con el horror.
¿Para qué volver? Yo volví buscando la historia de una pequeña goleta de madera llamada Penélope, donde pasé los días más intensos de mi paso por la guerra. Fui a Malvinas como periodista, a pedirle a la gente que me contara cosas que salen en estos días en mi libro.
Pero también, es cierto, fui como los demás a ‘enterrar fantasmas’. Me estaba buscando, y me sigo reconociendo en las historias de los extraños turistas desorbitados que lleva Tony Smith hasta el escenario de sus pesadillas.
En sus historias me siento más angustiado y menos solo, y entiendo un poco mejor por qué quería volver a las Malvinas. Tal vez todos, de una u otra manera, tenemos alguna vieja guerra a la que necesitamos y tememos volver con un Tony Smith en el papel del Virgilio de la Divina Comedia. Solo así podemos emprender el descenso al infierno que necesitamos.