Hasta Ginebra le ha llegado al músico Gabo Guzmán la noticia de la muerte de Jorge Villanueva, acaecida en su natal Riberalta el reciente 14 de febrero. Como quien improvisa en las cuerdas de la guitarra una melodía melancólica, Gabo recuerda a quien ha admirado desde las veladas brasileñas del AveSol, allá, por los años 90.
Aquí no hay fotito amiguitxs. Hay un fan de los que se ponen nerviosos al hablar de la gente que admiran: por lo que tocan y por cómo lo tocan en la guitarra.
Jorge Villanueva no tiene fotos conmigo.
Hace añadas, en un viejo país noventero, uno en el que sonaba la versión liberal de Los Kjarkas: “Paceeeeñaaaaa u u u u u la mejor cerveza del país…” (pueden escucharla en los recalentados del programa De cerca del excandidato Mesa, si les alcanza la nostalgia u otra cosa más pior). Decía que, en ese país de los 90, un aura de misterio poblaba los contornos de una casa en La Paz, Bolivia, cerca de la U pública, la que contenía algo que llamábamos AveSol. Llamábamos de lejitos, porque los que éramos más changxs, si acudimos a ese lugar lo hicimos con nuestra mamita o con una tía, que siempre es mejor: ¿qué habría hecho mi generación clasemedierita sin sus tías?… No te desbandes Chicoliso, me digo. Aquí, lo que cabe es que el AveSol concentraba la cultura paralela a Los Kjarkas o a la maratón tropical de la radio Chacaltaya; han de disculpar la simplificación, pero allí, en el AveSol, las propuestas musicales más (todas las comillas del mundo) chiquitas en términos comerciales cabían, tenían su vuelo, y era hasta que aparecía el sol.
Allí, en el AveSol, en esos 90, Jorge Villanueva tenía un rol: uno lindo. Era el guitarrista, el guitarrista de música brasileña, lo cual aumentaba el misterio. Más, si encima eres, como él, de los que toca la guitarra como diciéndole tus secretos y la tomas a veces como si la mecieras y a veces como si estuviera convirtiéndose en una tragedia griega entre tus manos. Sí amiguitxs, se puede ser muy estridente susurrando, eso ya sabíamos, pero…ahí está el chiste. Se puede lograr que algo te impacte acurrucando tu rabia en sólo dos cuerdas y que duela y que, por gracia, cure. Guitarras así tenía Jorge Villanueva; podían vestir de él mismo sus guitarras, con sus gestos, con su particular manera de andar por la vida. Tocopiño, su apodo, debe venir de ahí. Sí.
En los 2000, Jorge Villanueva se hizo fundamental en la fundamental banda Parafonista, por su búsqueda, por su curiosidad. Me han mostrado cómo trabajaba, es decir las partituras que le daban y que él reinventaba y volvía a desinventar. Véanlo, por favor, en el DVD Parafonista, pentalogía, escuchen su humildad para decir sin mucha cháchara que estaban buscando nuevas maneras de tocar la música boliviana. Eso.
Creo, desde las pampas inabarcables de mi ignorancia, que un guitarrista, cuando es, es también, otra vez, sus gestos: cómo te vas al trabajo, a una cita, a una despedida. Ésta.
Como abrazo final para Jorge he vuelto a ver en YouTube las piezas que él tocaba junto a Vero Pérez, quien lo ha descrito minuciosa y amorosamente. Allí está, fulgurante, el abrazo de dos generaciones de músicxs bolivianxs. Pero está también allí, descarnada, la misión antigua del guitarrista convocado a sostener una hermosa voz tan sólo (¡tan sólo!) con el universo infinito que suele hacernos antojar una guitarra. Allí están Jorge y su Godin, armados por los incontables senderos de la pasión: la que a él le sostuvo la vida.
Jorge tu partida dejara enseñanza musical te conocí hace 25 años en brasil
Eterno descanso mi querido tocopeño.eterno descanso ok