Nada vuelve a ser lo mismo luego de un incendio forestal. Las heridas por la muerte de animales, plantas y seres humanos no se cierran, menos cuando la historia se repite cada vez con mayor frecuencia. La cuesta de Sama de Tarija ardió en 2002, en 2017 y el miedo de volver a vivir ese infierno persiste sin remedio.
El sueño de construir su casa estaba más cerca que nunca. Había decidido, junto a su esposo, comenzar con esperanzas aquel año 2017, ese que le parecía tan prometedor y que había recibido con tanta alegría. La pareja tenía cuatro hijos y qué mejor que construir un hogar propio para disfrutar con ellos.
Aunque no le gustaba correr, decidió hacer deporte para cuidar su salud y la de su esposo. Con ese objetivo acompañaba a su pareja pedaleando en la bici durante los recorridos que éste hacía por la avenida Víctor Paz de Tarija, hasta llegar al puente San Martín.
Barby Urzagaste tenía 41 años cuando el destino fatal tocó su puerta aquel 12 de agosto. Echada en su cama con el celular en mano vio cómo su esposo ingresaba rapidito y se ponía un overol y unas botas.
¿Qué ha pasado?, ¿adónde vas? “Es un momento que no puedo olvidar; casi todos los días pienso en ella”, se quiebra Alex, el esposo, y se toma un respiro largo antes de revivir ese momento.
Una guerra desigual
12 de agosto de 2017. La plaza central de Tarija, testigo de lo más importante que le pasa al pago, está abarrotada de personas armadas de baldes o botellas con agua, frazadas y todo aquello que sirva para apagar el fuego. El corazón chapaco late a mil y es el civismo el que se materializa.
Sama, la gran serranía poblada por vegetación y fauna, que alberga celosamente las reservas más importantes de agua, arde y arde sin freno. Las populares emisoras de radio, como Fides y Luis de Fuentes, convocan a todo aquel que quiera ayudar.
Alex Chino, el esposo de Barby, regresa a su casa tras dejar en la plaza Luis de Fuentes a su hijo de 20 años, quien junto a un grupo de amigos se ha ofrecido como voluntario.
“Llegué a la plaza y me emocioné; vi a mucha gente, parecía que Tarija estaba yendo a la guerra y entonces me dije quiero ir y volví a mi casa para alistarme”.
“¡Voy a ir al incendio!”, le responde a Barby, y ella, quien va a todo lugar con su esposo, replica “¡Yo también quiero ir!” y, aunque Alex le dice que no, ella lo convence.
Su esposa Barby se desvanece y queda atrapada entre las llamas que parecen unirse con el mismísimo cielo; Alex corre como puede, con el corazón hecho pedazos. Cuando la rescatan, las quemaduras aquejan el 70 por ciento del cuerpo.
En pocos minutos, ambos parten hacia la comunidad de Lazareto y se suman a la cadena humana, que botella tras botella lleva agua hasta lo más alto.
Fácilmente pasan dos horas de intensa labor. A eso de las diez de la mañana, Barby dice que es hora de irse, pues ella tiene que cocinar.
La pareja comienza a descender la montaña junto a otros voluntarios. En el camino observan el sobrevuelo de un helicóptero que se acerca demasiado a las brasas. En segundos y por más señas que le hacen al piloto, el movimiento de las hélices reaviva el fuego.
El helicóptero levanta una nube de humo que nubla la visión de los voluntarios. “Agarré a Barby y le pedí que corramos, todos lo hicimos”, relata Alex, quien recuerda la falta de oxígeno que los agobiaba.
Su esposa se desvanece y queda atrapada entre las llamas que parecen unirse con el mismísimo cielo; Alex corre como puede, con el corazón hecho pedazos. Cuando la rescatan, las quemaduras aquejan el 70 por ciento del cuerpo.
Tendida en una cama del Hospital del Quemado, Barby Urzagaste encomienda a Dios a sus hijos y a su madre de 77 años, y suplica a su esposo dar el mayor cuidado al menor de todos ellos, un niño de ocho años que tanto la necesita.
Barby se suma así a las otras víctimas fatales del incendio forestal: Nedeyra Condorset, la joven cadete de la Escuela Básica Policial que cayó a un barranco cuando luchaba contra el fuego, y Luis Mendoza, el comunario de Guerrahuayco, que también murió dando pelea.
La ayuda fallida y la justicia divina
A la familia de Barby se le prometió de todo; pero bastaron unos días para que las autoridades vuelvan a sus tareas de siempre y se sumerjan en la burocracia cotidiana. La Gobernación se hizo cargo de pagar el ataúd, pero nada más.
El espacio gratuito en el Cementerio General que la Alcaldía prometió jamás se hizo realidad y la familia paga hasta hoy por ese lugar.
El helicóptero que avivó las llamas era de las Fuerzas Armadas y, aunque el caso fue calificado de manera preliminar como “homicidio culposo”, no hubo avances para determinar responsabilidades.
El hecho fue investigado por el Ministerio Público, en la gestión del fiscal departamental Gilbert Muñoz Ortiz; luego fue derivado a su sucesor Carlos Andrés Oblitas. “Es difícil luchar contra el Gobierno”, dice Alex resignado y apunta a que la crisis de 2019 y la pandemia truncaron la investigación.
Sus hijos le han aconsejado que pare, que deje de sufrir y que “sea Dios quien se encargue de hacer justicia”.
Hoy, mirando hacia los cerros y maldiciendo su mala suerte, Edelmira Humacata recuerda la tan anunciada ayuda que nunca llegó de parte de las autoridades nacionales y locales.
“El corazón de la flor te traeré, de la flor enamorada de la montaña, de la montaña que se llama la cuesta de Sama”, dice la afamada canción del fallecido cantautor chapaco Nilo Soruco Arancibia, que refleja el amor que tiene cada tarijeño por ese cerro.
En las faldas de Sama, veinte días luego del siniestro y en medio del dolor de un pueblo, entre los cúmulos de hollín floreció tímidamente una flor rosa. Para la comunaria de Erquiz Norte, Edelmira Humacata, esa flor era de esperanza.
Hoy, mirando hacia los cerros y maldiciendo su mala suerte, recuerda la tan anunciada ayuda que nunca llegó de parte de las autoridades nacionales y locales. ”Pasaron los días, semanas, meses y años, y lo único que recibimos fue algo de forraje y alimento balanceado para los animales que sobrevivieron”, cuenta con el ceño fruncido.
Por más de un año, sus cultivos soportaron que toda clase de animales bajen por las noches en busca de alimento. Así el cóndor, el puma, la vicuña, el gato andino, la taruca, la vizcacha, el zorro gris y el guanaco se hicieron más cercanos por necesidad. A ellos y a los humanos les faltaba comida, pero también agua.
Sama alberga 20 lagunas, dos permanentes y 18 estacionales, y está también la cuenca de Tajzara, que forma parte de la Reserva, y que fue declarada sitio Ramsar hace 18 años. El incendio afectó las fuentes naturales y las cenizas contaminaron las redes de abastecimiento. Los cuadros diarreicos y de conjuntivitis dispararon las atenciones en las postas de salud, sobre todo por casos de menores de diez años.
La “Misión madre tierra” y los “innombrables”
A más de cuatro años, la gente no ha olvidado las palabras del entonces presidente Evo Morales, quien luego del desastre dio inicio a la “Misión madre tierra” para la consecuente reforestación de Sama.
“¡Quieren sacar beneficio de nuestra desgracia!”, protestaba ya entonces el campesino Eulalio Téllez, quien ahora recuerda cómo “los innombrables”, como les dice a las autoridades de turno, visitaban y sobrevolaban el incendio haciendo promesas.
“La ayuda estaba viciada desde el principio”, sentencia Téllez y menciona al ejecutivo campesino Asunción Ramos que, confiado, llegó a anunciar a sus bases la ayuda venidera. “Hoy me da vergüenza porque jamás llegó”, dice tapándose la boca.
“No se ha atendido como se debería este desastre. Ahora creemos que ha sido un show de las autoridades políticas, del Ejecutivo y el Legislativo, pues lo que decían no coincide con la realidad”, reniega y añade que tuvieron que “colar el agua con trapos para poder beberla y frenar las enfermedades”.
El golpe a la Reserva de Sama
La Reserva Biológica Cordillera de Sama fue creada el 30 de enero de 1991 mediante Decreto Supremo N° 22721. Es el pulmón de Tarija y abastece de agua a toda la población. Desde su creación, dos incendios han hecho presa del lugar: en 2002 y 2017.
El primero consumió 18.000 hectáreas y Tarija fue declarada zona de desastre por el entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Perú envió un helicóptero Kazan especializado en lanzar agua desde el aire; Argentina movilizó unidades de bomberos y Estados Unidos otorgó apoyo logístico para el traslado de efectivos militares en un avión Hércules C-130.
Con el incendio de 2017, que comenzó el 9 de agosto y fue sofocado el 14 de ese mes, se quemaron poco más de 12.675 hectáreas, dando fin con árboles de gran porte como pinos de cerro y árboles de guayaba. Por este desastre fue imputada Carmen Rosa Zenteno, una mujer de 50 años que había quemado basura en su propiedad.
A cuatro años del incendio forestal, la imponente cordillera de Sama no se ha recuperado. El dolor por las pérdidas humanas no se ha extinguido, el golpe a la economía de las comunidades duele, las promesas políticas llevadas por el viento duelen, el chaqueo indiscriminado duele.
El director del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), Marcelo Ruiz, informa que hasta la fecha se ha podido reforestar apenas 12 hectáreas (1%), aunque aclara que la superficie arrasada no sólo estaba poblada de árboles de gran porte, sino de paja brava que se recupera naturalmente con el paso del tiempo.
“Son pequeñas las superficies que se han reforestado por los escasos recursos con los que se cuenta”, según Ruiz, aunque es evidente la importancia de la Reserva que comprende parte de seis municipios: El Puente, Yunchará, Cercado, Uriondo, San Lorenzo y Padcaya.
En la actualidad, once personas trabajan en la Reserva, siete de ellas guardaparques. Según ambientalistas e instituciones, hay dos temas fundamentales que deben trabajar las autoridades en Sama al margen de los incendios, pues la Reserva está amenazada por la presión que ejercen la ganadería y los constantes avasallamientos.
La cuesta que duele
A cuatro años del infierno vivido en 2017, la imponente cordillera de Sama no se ha recuperado. El dolor por las pérdidas humanas no se ha extinguido, el golpe a la economía de las comunidades duele, las promesas políticas llevadas por el viento duelen, el chaqueo indiscriminado duele.
Tarija fue declarada zona de desastre también por el último siniestro, pero sólo han sido palabras. Las secuelas pesan en la salud humana, en la pérdida de flora y fauna, y se avivan como las llamas del fuego cuando la mano humana atenta contra la naturaleza en cualquier lugar del país.
Los infiernos en Bolivia se viven a diario. Entre enero y agosto de 2021, un total de 1.407.914 hectáreas se perdieron en todo el país a causa de los incendios forestales. Y esta historia no parece tener remedio.