Hablar de patrimonio funerario puede sonar un tanto macabro. Pero, la relación de las personas con sus muertos es algo que permite vislumbrar qué es lo trascendente e importante para una colectividad viva. Un cementerio bien puede ser un museo o un aula abierta para múltiples aprendizajes.
Los momentos más felices de mi vida los he pasado en un cementerio.
Lo sé; suena raro. No suele asociarse la felicidad con estos espacios. Sin embargo, cuando omitimos por unos instantes el luto y la pérdida irremediable que trae consigo la muerte, resulta que los cementerios rebosan de vitalidad.
Cuando viajo, busco el camposanto del lugar que visito, pues creo que es un termómetro significativo para tomarle la temperatura a la sociedad. La relación de las personas con sus muertos puede permitir vislumbrar qué es lo trascendente e importante para esa colectividad.
En el Cementerio General de la ciudad de La Paz, por ejemplo, la tumba del comunicador, músico y político Carlos Palenque está siempre llena de flores, como si hubiera fallecido ayer. Ese simbólico hecho nos habla de la importancia que la gente le dio y le sigue dando a la labor de CONDEPA, RTP, la Tribuna Libre del Pueblo y otras obras del Compadre.
Tumba de Carlos Palenque. Fotografía de Tatiana Suárez.
Cuando viajo, busco el camposanto del lugar que visito, pues creo que es un termómetro significativo para tomarle la temperatura a la sociedad.
Rememorar a los finados es lo que aporta vida a los cementerios. Los rezos, las flores, las visitas, las misas, los cantos, el k´aj de alcoholcito en nombre de los que se extraña… todas son prácticas culturales que componen el patrimonio funerario.
El concepto de “patrimonio funerario” puede sonar un tanto macabro; nadie quiere “heredar muerte”, pero, como reza la Carta de Morelia, emitida en 2005, los sitios, monumentos y otros objetos de un camposanto están estrechamente unidos a usos, costumbres y manifestaciones culturales, todos ellos vitales.
En el Municipio de La Paz existen 31 cementerios de distintos tipos; públicos, privados y clandestinos, y en todos ellos existe patrimonio funerario que juega su rol en el proceso de continuidad de las tradiciones paceñas.
En esta ciudad, precisamente, desde 2011 se realiza la actividad llamada “Una noche en el Cementerio”, que atrae a gran cantidad de visitantes año tras año. Artistas de teatro, cuentacuentos, música y danza aportan a la puesta en valor del Cementerio General, inaugurado en 1831, enfatizando en los componentes pedagógicos y de reflexión de ese espacio ubicado en una poblada zona al noroeste de la urbe.
En los recorridos se ha encarnado a los líderes del proceso histórico de este país llamado Bolivia, antes y después de su nacimiento; sus artistas, sus intelectuales, sus hombres, sus mujeres: cada año se ha enfatizado en algún hito, de manera que los concurrentes se lleven información y sepan sobre los antepasados que han marcado la ruta por donde seguir andando.
En el mismo sitio, que administra el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz (GAMLP), desde hace cuatro años se convoca a un encuentro de pintura mural. Gracias a esta iniciativa, muralistas y artistas del grafiti van llenando los muros laterales de los mausoleos con formas y colores intensos que, sin embargo, siguen temáticas funerarias. Lo interesante de esta obra de gran magnitud es que puede ser vista ya no solamente por quienes ingresan al lugar, sino por quienes viajan por el teleférico y sobrevuelan el lugar cotidianamente.
Pintura mural con imagen del boxeador paceño Walter Tatake Quisbert. Fotografía de Tatiana Suárez.
Aulas abiertas
Acciones como las descritas permiten que las culturas vivas se integren a las prácticas rituales, con lo que se enriquecen las tradiciones culturales propias de los cementerios.
Demás está decir que tales iniciativas podrían ser replicadas, mejoradas y adecuadas al contexto de cada municipio de Bolivia. Ya lo dice la Declaración de Paysandú (2010) en sus recomendaciones: “Que las instituciones encargadas de la formación de los ciudadanos consideren los espacios funerarios en general y los cementerios en particular como aulas abiertas donde pueden establecerse sinergias entre disciplinas y enseñanzas, imágenes y símbolos, valores y sentimientos, acercamientos y comunicación transformadora”.
“Que las instituciones encargadas de la formación de los ciudadanos consideren los espacios funerarios en general y los cementerios en particular como aulas abiertas donde pueden establecerse sinergias entre disciplinas y enseñanzas, imágenes y símbolos, valores y sentimientos, acercamientos y comunicación transformadora”
La misma declaración también establece que “la educación como proceso de concientización requiere del compromiso de los agentes e instituciones que intervienen en la salvaguarda y difusión del patrimonio funerario”, y que para los jóvenes, “una aproximación pedagógica al cementerio representa una vivencia de profundo valor y significado que contribuye a arraigar el sentido de pertenencia, identidad y memoria colectiva”.
Quizá para algunas personas la musealización de la muerte pueda parecer un acto de indolencia, dado que transformar los cementerios en museos abiertos para el turismo y excursiones estudiantiles podría leerse como invasivo en el proceso de duelo. Sin embargo, con la correcta planificación de actividades y un cronograma de visitas establecido con anterioridad, claro que se pueden evitar contratiempos con los horarios de entierro, misas y otras actividades.
Además, si nos ponemos a pensar en todas las prácticas culturales que se desarrollan a partir de la muerte, desde levantar un mausoleo hasta hornear pan o llevar comida y música al difunto en Todos Santos, resulta que todas tienen en común la admirable capacidad de transformar el dolor en algo hermoso.
En el mundo, una parte importante de los monumentos más sorprendentes que existen son las tumbas, por ejemplo las Pirámides de Guiza, en Egipto o el Taj Mahal en Agra, India. Entre las celebraciones, la fiesta del Día de Muertos en México es un despliegue de color y tradiciones que sólo se puede comparar con la fiesta japonesa del Obón que dura tres días. Ésas son las tradiciones que heredamos del patrimonio funerario de la humanidad, aparte de que tenemos las propias igualmente bellas y reveladoras, incluso desde tiempos prehispánicos.
Y, precisamente, la Declaración de Paysandú (2010) hace referencia a esa necesidad de explotar las posibilidades de aprendizaje de un cementerio. Estos sitios de enterramientos se constituyen como un paisaje cultural construido de manera colectiva, donde existen legados históricos, artísticos, artesanales, científicos, paisajísticos, arquitectónicos, urbanos, simbólicos y de tradiciones que son fuentes de conocimiento y aprendizaje.
Los municipios, por tanto, deberían disponer de presupuesto para la gestión en estos espacios. Sin ánimo de redundar, hay que afirmarlo de manera contundente: esos paisajes culturales son zonas donde continuamente se renuevan las tradiciones heredadas, pero a la vez poseen un potencial educativo y turístico que pueden explotarse con el correcto enfoque y con la asignación de recursos para gestionar actividades.
Estoy convencida de que, si logramos realizar la preservación y puesta en valor efectiva de los sitios funerarios, no seré la única persona que asocie cementerios con recuerdos felices y con memorias de un pasado que se hace presente.
Facetas de Una noche en el Cementerio, actividad creada por la Secretaría Municipal de Culturas de La Paz en 2011. Fotos: Agencia Municipal de Noticias.