Entre la sorpresa y la frustración, entre el paraíso real y el de los autos chutos que reinan en Coroico, hay un oasis de esperanza. Cuidado, puede no haber vuelta atrás.
Un poco de alcohol a las llantas y pedirles a los “achachilas”, espíritus guardianes que habitan en las montañas, que nos cuiden en el camino, es una versión reducida del ritual de viaje en la cumbre de salida hacia los Yungas de La Paz. El lugar está mugre porque todos paran a ch’allar el vehículo y ofrendar a la Pachamama cervezas, flores, mixtura, pero nadie se lleva su basura.
El frío es intenso y mis hijas no quieren bajar, la perra tampoco. Les decimos que se preparen para el espectáculo que viene: el cambio de paisaje desde los nevados hasta el verde yungueño. Primero los cerros de roca negra y nieve en lo alto, manantiales de agua cristalina fluyendo por doquier; luego la vegetación que empieza a ser cada vez más alta y verde a medida que descendemos, para finalmente llegar a la exhuberancia de los Yungas con sus ríos fríos y transparentes.
Llegamos a Yolosa y el aire caliente nos envuelve. El viaje estuvo plagado de exclamaciones de sorpresa. Comenzamos la subida hacia Coroico y hay que cerrar las ventanas de tanto en tanto para evitar el polvo, tanta tierra seca ha cubierto las plantas del camino. ¿Cómo es posible semejante sequedad en un lugar de ríos y cascadas? Ya estamos en el pueblo. Casi no lo reconozco, en diecisiete años se ha llenado de edificios de cuatro o cinco pisos con almacenes abajo, similares a los de El Alto; hay mucho comercio.
-Mira mami un auto sin placa…
-Es un chuto, un auto ilegal -explico.
Pero no es sólo uno, estamos rodeados de autos y motos chutas; podríamos jugar a encontrar uno con placa, sería un buen reto.
¿Cómo llegaron hasta aquí sin problema? ¿Cuántas trancas y controles de aduana, de militares y de policías tuvieron que pasar sin placas y sin papeles? Y a nosotros casi nos frustran el viaje por no tener mercurio cromo en el botiquín.
Estamos rodeados de autos y motos chutas; podríamos jugar a encontrar uno con placa, sería un buen reto.
Subimos el cerro polvoriento hacia los altos de Coroico para llegar al lugar donde pasaremos unos días de pura felicidad, un paraíso en medio del deterioro ambiental de la zona: es el lugar donde renace el bosque, la casa de Carmen Bilbao y Matías Preswierk. Ellos están de viaje, así que nos recibirá Mic, un joven suizo que parece haber venido de otro mundo, uno en el que sólo existe la conciencia ambiental, la creatividad y la solidaridad.
La casa es preciosa, está rodeada de un jardín florido, tiene un campanario que invita a la contemplación y abajo espacios frescos y acogedores. La esencia y sensibilidad de “Maty (Matías) y Carcy (Carmen)” están en cada detalle. Carmencita, pintora y tejedora, ha decorado cada rincón. En uno de los estantes, dos gruesos libros donde las visitas dejamos nuestros recuerdos, dan cuenta de los buenos momentos y el cariño impregnados en el ambiente de la casa.
Hace algunos años esta pareja suizo-boliviana decidió ofrecer al mundo su territorio yungueño en busca de alguien que desarrolle un proyecto económico y social sustentable, y que motive además a la comunidad coroiqueña en ese camino. No buscaban un comprador, ni un empleado, ni un inquilino. Buscaban un espíritu noble que quisiera hacer algo hermoso en este pedazo de tierra y continuar su obra.
Mic vio el anuncio en Facebook y se vino a Bolivia. Él es experto en “permacultura”.
-¿Es una técnica de cultivo?- pregunto.
-Es una forma de vida y de agricultura que respeta el ecosistema, y tiene connotaciones sociales, políticas y económicas- responde en un buen español aprendido en Coroico.
Mic, egresado de ingeniería, partió de su país rumbo a Argentina en un barco velero porque se negaba a usar medios de transporte contaminantes. El viaje fue una aventura total y extrema. Quedó varado en la Martinica por dos años y encontró trabajó en la agricultura. Allí aprendió mucho sobre permacultivos. Finalmente el azar lo trajo a Bolivia, esta vez en avión.
Hace algunos años esta pareja suizo-boliviana decidió ofrecer al mundo su territorio yungueño en busca de alguien que desarrolle un proyecto económico y social sustentable, y que motive además a la comunidad coroiqueña en ese camino.
Recorremos la propiedad desde la frescura de los cafetales, naranjales y árboles de mandarina, y llegamos arriba, al límite con los terrenos comunales. El paisaje es espectacular, sentimos la grandeza de Los Yungas, sus cerros formidables sobrecogen el alma, estamos a los pies del Uchumachi. Sin embargo, hay tristeza a nuestro alrededor, estamos en un terreno que aún no se recupera del último incendio y se aproxima agosto, el tenebroso mes de la Pachamama: es el tiempo en el cual, paradójicamente, los comunarios hacen ofrendas a la madre tierra en rituales que incluyen fuego, se emborrachan y luego se van, olvidando apagar las llamas. Hace dos años el implacable fuego consumió gran parte del bosque que plantaron Matías y Carmen 30 años atrás. Ellos habían comprado un terreno devastado, se propusieron reforestar y lo lograron.
Mic narra la desesperación con la que lucharon contra el fuego todo el día y toda la noche. Ayudaron los vecinos. Ellos también ayudan a los vecinos durante sus incendios. Esta vez ha trabajado en la frontera de la propiedad con una técnica con la cual espera frenar futuros fuegos.
Los vecinos mayores cuentan que los recurrentes incendios han producido deforestación y han ido secando las fuentes naturales de agua. Aquí nuestros amigos han implementado un sistema para acopiar el agua de lluvia, conservarla y utilizarla con cuidado y respeto.
Mic nos invita jugo de mandarinas cosechadas en la mañana y té de sultana, que es la cáscara del café recién tostado. Aprendemos el proceso del grano desde la mata hasta la taza, utilizando una máquina artesanal para pelar el fruto.
Mantener este paraíso funcionando es mucho trabajo para una sola persona. Mic agradece cuando alguien lo visita en época de cosecha para darle una mano y pasarla bien al mismo tiempo. Tiene planes para aumentar la productividad y sustentabilidad del lugar, pero no podrá desarrollar todo lo que tiene en mente porque en unos meses partirá: dejó el corazón atrapado en Cochabamba durante un curso de permacultivos y el siguiente paso es el matrimonio.
Alguien más debe continuar la tarea e incorporar sus propias ideas para que el proyecto siga adelante, la invitación de Matías y Carmen está otra vez abierta. Buscan personas o emprendimientos que se comprometan a cuidar y vivir en el lugar. El medio para conectar con ellos es Facebook “Coroico, renacer del bosque”. Ahí está también el video explicativo que enamoró a Mic antes de la novia cochabambina. Sugiero pensar dos veces antes de darle “play”… pueden quedar atrapados en un sueño verde, hermoso y sin vuelta atrás.