JAIME SAENZ. 100 años
La ciudad en disputa. Cebras, pumas, barones del volante, secretarias capataces, caseras, agachaditos, aparapitas, extintos beneméritos, fokloristas, rentistas… Así es La Paz y así se la quiere desde caparazones quirquinchos y nostalgias de Diablada.
¿No ve que tiene aires de metrópoli? ¿No ve que nos provoca cada día para descubrirla y añorarla? Rutina y todo, nos obliga a mirar sus teleféricos que cuelgan como cuentas de rosario desde el cielo, o sus vértigos suicidas desde las orillas de sus puentes hacia abajo. Los amores prohibidos han esparcido en sus rincones besos y lujurias y por la senda de los amanecidos se derraman los olores del anticucho, el despecho y el frío que coagula.
El Illimani eleva su pinta soberbia para mirarnos por encima de sus tres hombros. Libre de tapabocas, nos sopla su ventisca helada desde su trono en el altiplano, pero como si estuviera ahí cerquita y se le pudiera acariciar con tan solo estirar la mano.
En esta ciudad única se disputan el día a día las cebras, los pumas y los barones del volante; las caseras, los agachaditos, las secretarias capataces, los aparapitas, los beneméritos extintos y los fokloristas; los rentistas, los corruptos, los lustrabotas sin rostro, los turistas en sandalias, los diplomáticos descoloridos, los hinchas del Tigre y del Bolívar, los “jailones”, los intelectuales, los basurales y las trancaderas; los giles, los vivos, los olvidados y los librecambistas; todos quedan embriagados; boquiabiertos miran la noche del cielo volteado en la que se convierte la hoyada cuando el sol se ha metido en sus entrañas.
Así te quiero, mi ciudad prestada; así te extraño desde mi caparazón quirquincho y mis nostalgias de Diablada. Que nunca cesen tus misterios ni huyan tus fantasmas, que no amaine tu locura, así venga montada en teleférico y con ínfulas metropolitanas.
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