Charlie Watts no era la imagen del grupo, pero sí el más ovacionado en los conciertos de la banda de rock más longeva del mundo. ¿Qué lo hacía distinto y qué lo hermanaba con los otros integrantes?
Era quien recibía la ovación más sonada en los conciertos de los Rolling Stones. Charlie Watts no era el más guapo ni el más carismático, no era el compositor y tampoco fue el mejor baterista de rock, pero desde los ochenta, a tiempo de ser presentado, el público lo aplaudía efusivamente por encima de sus compañeros. Él afirmaba ignorar por qué ocurría eso en cada escenario en que tocaban los legendarios Stones, y claro, la lógica podría apuntar a la figura lujuriosa de Mick Jagger que, a pesar de los años, sigue siendo el saltimbanqui capaz de levantar estadios con su baile imparable; todos y cada uno de los asistentes a los conciertos Stones son conscientes que Mick, la “Satánica majestad del rock” es la boca y el rostro emblemático del grupo, pero aún así las ovaciones más ruidosas eran para el pétreo baterista de siempre: Charlie Watts.
¿Y por qué no eran para el despatarrado y entrañable Keith Richards?, un sobreviviente de los excesos del rock, y por eso mismo tan querido por todos, más aún tomando en cuenta que es el principal responsable del sonido Stone; pues no, la ovación más sonada era para el pulcro y distante Charlie Watts. Pudo ser también para el desgarbado Ronnie Wood, quien a pesar de ser el más novato del grupo se ganó el lugar principalmente por demostrar carisma y resistencia (quizá por encima de la capacidad musical) y que terminó por convertirse en la soldadura de los integrantes que, de un modo u otro, siempre ponían en riesgo la continuidad del grupo. Pero no, la ovación más entusiasta era para el serio y elegante Charlie.
Resulta notable esa recurrencia de los fans stones tomando en cuenta que Charlie nunca siguió las directrices que marcaron sus socios desde el principio, es más, cabe recordar que fue el último en sumarse al grupo después de rechazar la invitación reiteradamente, y que finalmente aceptó una vez que los otros lograron pagarle el salario que pedía. Y es que Charlie, en ese lejano 1963, ya era un reconocido baterista de jazz y blues, y no tenía la menor intención de sumarse a un grupo que mezclaba el blues con el rock n roll. Por entonces el liderazgo lo tenía el fallecido guitarrista Brian Jones, que vio la potencialidad de esa dupla de inexpertos, Jagger y Richard, pero también la necesidad de contar con una sólida base rítmica, de allí la convocatoria para el también experimentado bajista Bill Wyman y para Charlie.
Charlie Watts no era el más guapo ni el más carismático, no era el compositor y tampoco fue el mejor baterista de rock, pero desde los ochenta, a tiempo de ser presentado, el público lo aplaudía efusivamente por encima de sus compañeros.
Nacido como Charles Robert Watts el 2 de junio de 1941, tenía dos años más encima que sus compañeros, lo que representa una brecha enorme cuando se tiene veinte, por lo que Charlie veía a sus futuros socios como jovenzuelos con hormonas bien alteradas, mientras él tenía su expectativa de laburo dividida entre la batería y los pinceles, ya que estudiaba diseño gráfico.
Y es curioso que haya aceptado la propuesta de sumarse a los Stones siendo que no estaba atraído por el emergente rock n roll británico, lo suyo era el jazz y lo fue toda su vida, así lo atestiguan una decena de discos que ha editado al margen de los Stones, todos dentro del jazz clásico con su quinteto. A pesar de ese gusto diferente, Charlie compartió toda su vida adulta con ellos, casi sesenta años, transitando la turbulencia de cada época y manteniendo como un reloj el ritmo de la banda más longeva de la historia del rock.
Es curioso que Charlie Watts haya aceptado la propuesta de sumarse a los Stones, dado que no estaba atraído por el emergente rock n roll británico; lo suyo era el jazz y lo fue toda su vida.
Y en cada concierto, sin importar el país, Charlie Watts recibía la ovación más larga y sonada, ¿por qué?, quizá simplemente porque el público sentía que su presencia en el escenario garantizaba la vigencia y la vida de los Rolling Stones y, de alguna forma, representaba también la victoria del rock sobre el tiempo. Por eso duele tanto su partida, porque nos ha devuelto la mortalidad.