CHICAS MALAS
“¡Quiero ver que me toque, quiero ver que me toque!”, decía cuando era niña al ver el abuso en su colegio. Desde entonces, nunca permitió que alguien la tocara. ¿Puede una trabajadora sexual ejercer su oficio sin “hacer pieza”? Esta mujer libre lo probará.
Ese pasaje bíblico sobre Jesús y la mujer sorprendida en adulterio (Juan 7:53-8:11), que da origen al proverbio con el que titulo esta historia, bien podría ser la respuesta de Jeancarla Torres, trabajadora sexual, a sus padres, fervientes devotos de la virgen cuyos vestidos apadrinaban con piedad. Pero no. Ellos partieron de este mundo antes de ver a su hija encarnada en su mayor temor. Algo tuvo que suceder para que, a pesar de tanta fe, todo les saliera al revés, pues si algo no heredó la niña de sus ojos fue justamente la fe y mucho menos la afición a los vestidos virginales.
No me gusta usar vestido, no me gusta, dice Jeancarla, acentuando la u, como si la estrangulara con ganas. Nos hemos citado en una esquina de la zona del estadio Félix Capriles en Cochabamba, donde al parecer alguna vez trabajaron las muchachas. Pronto sabré que a pocas cuadras está el club privado Pretty Woman, uno vi ai pi, dirá ella después, que hace una década se llamaba La Belle Epoque donde precisamente Jeancarla comenzó a trabajar.
Cuando a sus veintitantos años entró al Belle Epoque vendiendo publicidad, preguntó si podría trabajar allí sin “hacer pieza”.
Servicios coitales. Así le llaman ahora y Jeancarla hace una muy particular distinción entre esa taxonomía propia de los espacios escurridizos, porque dice que el trabajo sexual no implica “lo coital”, y que es sexual por la simple razón de que en él intervienen personas de ambos sexos. Así de simple. Es más, para ella la definición de trabajo como actividad física remunerada incluye, por qué no, bailar.
De modo que para contratarla en el vi ai pi le dijeron que sí. Dama de compañía. Y sus clientes, fetichistas, de tocarle los pies no pasan. Eso sí, si hay sexo —coital, precisará ella quizá— será por mero placer, no por trabajo.
Porque el cuerpo, en todo su sentido político, será para Jeancarla el cuerpo de una y de nadie más. Y si cada una es dueña de su cuerpo, tendrá la libertad de decidir cómo lo usa. Sólo por un tiempo y sea para ahorrar, para montar un negocio o para hacer estudiar a los hijos. No más.
Cómo no iba a seducir a sus compañeras con ese discurso y esa voz. La invitaron a formar parte de una organización llamada Vivo en Positivo donde se capacitó en asuntos de prevención del VIH. Así inició su liderazgo pues pronto fue elegida representante distrital de la Organización de Trabajadoras Nocturnas de Bolivia, rol que mantiene desde hace más de una década porque la reeligen una y otra vez. Quizá porque pocas se interesan, protesta un poco, pues muchas veces tiene que “llevarlas de la manito para que puedan beneficiarse de sus derechos”.
El primero de sus derechos, o mejor dicho el más visible pública y políticamente, es el derecho al trabajo. Pero hay otro derecho que le preocupa más y que aunque se discute mucho de puertas para adentro, no avanza. Eso le rompe la cabeza.
El derecho al trabajo es su día a día. Allí entran en juego propuestas de normativas para que los clubs privados, por ejemplo, sean contemplados en la ley porque ambos se necesitan: ellas como lugar de trabajo seguro y estos a ellas para generar ingresos. Como no están contemplados en la norma, son clandestinos, y como son clandestinos son blanco de extorsiones de los funcionarios públicos. Un círculo vicioso conveniente para la corrupción. También están sus batallas cotidianas por el carnet de sanidad que debe extenderse en lugares precisos, no en el barrio donde ellas viven “porque para eso, mejor me pongo a putear en la esquina de mi casa”, dicen ellas, con razón. Igualmente velan por cosas como que las chicas no trabajen en edificios familiares porque ponen en riesgo a familias y vecinos, o que aún si ofrecen servicios por internet y son independientes, se registren y tengan su carnet de sanidad al día, por el bien suyo y del cliente.
Pero lo que más preocupa a Jeancarla es el abuso que sus compañeras viven por parte de sus parejas. Las golpean. Y ellas se dejan. ¿Cómo es posible? Si las chicas son capaces de “pisotear en el piso a los clientes” si intentan hacerles daño, pero “con sus parejas se dejan golpear; es muy irónico”, protesta meneando la cabeza, intentando alguna explicación: “Quizás sea el machismo, nuestra educación, o nosotras mismas las mujeres que necesitamos una imagen masculina, fuerte de pareja, no sé. Por qué. Para qué. Si ellas son las fuertes, las que sacan adelante a sus hijos, mantienen incluso a sus padres, a sus familias. No sé”.
… lo que más preocupa a Jeancarla es el abuso que sus compañeras viven por parte de sus parejas. Las golpean. Y ellas se dejan. ¿Cómo es posible? Si las chicas son capaces de “pisotear en el piso a los clientes” si intentan hacerles daño, pero “con sus parejas se dejan golpear; es muy irónico”, protesta meneando la cabeza.
Enorme trabajo el que Jeancarla tiene pendiente, inclusive frente a situaciones que parecen imposibles como el caso del Chapare donde están registradas 700 de las casi 3000 trabajadoras sexuales de Cochabamba. Eso, sin contar el subregistro de menores en el Trópico, “tierra de nadie”, donde quienes mandan son los dirigentes, no las autoridades, aunque para el caso, da más o menos igual.
La política le repele aunque no la descarta porque si algo la mueve es “hacer algo por los demás”. Por eso cuando le pregunto a qué dedica su tiempo libre habla de proyectos y más proyectos. ¿Cine? ¿música? Y entonces se suelta, ríe y dice que ama a Johnny Depp. Y yo la imagino en el vi ai pi del Caribe, ella en el papel de Johnny Depp, rodeada de aquellas tres esposas que sus clientes le presentaron, las llevaron a conocerla, y todos juntos bebieron y bailaron a morir.
Si no fuera por un par de deudas económicas Jeancarla se retiraría ya. Dentro de poco lo hará y ya está en sus planes un negocio de comidas, así como lo hizo durante la cuarentena cuando, impedida de trabajar en lo suyo, se dedicó a preparar almuerzos que entregaba todos los días en bicicleta. “Antes salía sólo el día del peatón. Ahora manejo súper bien”, dice contenta. Ese será también su medio de transporte cuando ingrese nuevamente a la universidad. Estudiará Derecho.
Con ese aire de defensora de los derechos, Jeancarla sale ahora del Sedes, atiborrado de cajas y callejones con letreros que dicen “cadena de frío”. Son las vacunas del Covid por las que distintos gremios hacen la pulseta. Pero ella no está allí por la vacuna sino por el laboratorio de análisis donde acudían sus compañeras y que ahora pasó a atender casos de Covid, dejándolas a su suerte. Trabajo no le falta. Camina segura por la avenida quizás con el eco de nuestra conversación de la otra noche cuando le dije si esta es la vida que hubiese deseado y me dijo que sí, pero inmediatamente después sonrió y dijo: me has hecho pensar. Me despido mirando el corazón de madera que pende de su cuello.