Miedo y destino
No seré yo quien ponga en duda la existencia del destino. Aunque a veces he descreído de él, otras me he convencido de que algo o alguien, antes de que lleguemos a este mundo, ya tenía todo definido. Como Domitila.
Fue en mi distante Santa Cruz de principios de los 80 cuando escuché por primera vez de esta mujer minera. La recuerdo en una foto en sepia, de esas que usaban los diarios en sus portadas. Tenía los ojos chiquitos, rasgados, pero la mirada segura. No sabía exactamente qué hacía pero me pareció que se resumía en una palabra: poder.
El resto no ha sido más que la confirmación de esa impresión primera: a pesar de los golpes y la injusticia, incluso de la artera enfermedad que le arrebató la vida, Domitila ha sido síntesis de fortaleza y perseverancia. Un ser que tomó su destino como causa y vivió en consecuencia.
Nacida en Pulacayo y adoptada por Siglo XX, su existencia no puede entenderse sin la mina. He aquí el primer rasgo, definitivo, de su sino.
Esposa de minero, palliri y madre de 11 hijos; activista y líder, Domitila Chungara siempre dejó claro que la historia de su vida valía en tanto era capaz de reflejar la de su pueblo.
Ha tenido que ser tan fuerte esa convicción, ese destino, que ni las amenazas, ni la tortura, ni siquiera el dolor de la muerte de cuatro de sus hijos en medio de las luchas, embargaron la voz de esta minera.
Voz: si algo tuvo Domitila fue voz. Si me permiten hablar –el poco casual nombre de sus memorias– es una frase que usaba para hacerse escuchar. Luego, con el poder de la palabra, crecía y se imponía… no sólo para contrariar a sus represores, sino incluso a sus compañeros mineros, poco habituados a esa osadía.
Sin embargo, ni por eso fue una feminista a ultranza. Para ella –cuya única utopía era una sociedad sin explotaciones ni injusticias– la lucha no era de las mujeres contra los hombres, sino de todos contra el enemigo común: el imperialismo y sus agentes.
Hablando, convenciendo, pregonando, fue parte del Comité de Amas de Casa de Siglo XX, organización fundamental para las reivindicaciones mineras desde los 60 hasta el final de las dictaduras militares.
Aunque el punto más brillante de su estela fue la huelga de hambre que emprendió junto a otras mujeres mineras para pedir la liberación de los presos políticos de la dictadura de Banzer, Domitila brilló en foros internacionales e incluso en el exilio, donde continuó su labor de activista por la democracia.
Pero, como el destino no acaba sino cuando a él le da la gana, resistió hasta que el cáncer minó sus fuerzas y la Domi aceptó una tregua. En 1984 superó el cáncer de útero y en 1999 el cáncer de seno.
El traicionero reapareció en su pulmón y terminó con su vida. Murió en 2012.
“Nuestro enemigo, compañeros, no es el imperialismo, nuestro principal enemigo es el miedo”, dijo una vez en medio de una asamblea de mineros. Domi combatió ese miedo, ese miedo ancestral, y ya sabemos, salió victoriosa. Era su destino.