Una obra monumental bajo la batuta de dos mujeres revolucionó el barrio entero. En Chualluma, una mujer presidía la junta vecinal, y junto con otra mujer, la contratista, llevaron a cabo la hazaña. ¿Pero qué se esconde detrás de todo el colorido?
Fotografías de Jules Tusseau
Cuando era chico fui con mi familia al aeropuerto de El Alto a recoger a Pontus, un amigo sueco de mi papá. Como todo extranjero que llega a estas tierras, quedó maravillado al ver una ciudad construida en medio de las montañas. Prácticamente todas las urbes del planeta son planas, es muy raro ver a tanta gente viviendo en un hueco.
Tras varios minutos de silencio y con fría sinceridad nórdica, Pontus compartió su primera impresión de La Paz, al ver que las casas estaban solo con ladrillos: “Esta ciudad va a ser muy bonita cuando la acaben de construir”. El comentario provocó una carcajada general. Le explicamos que las casas ya estaban terminadas y que la falta de fachadas era una viveza criolla para evitar el pago de impuestos.
Con el tiempo conocí otros parajes del mundo, y en cada retorno era inevitable hacer eco de ese comentario escandinavo. Comencé a sentir vergüenza ajena por la picardía impositiva, pero además de renegar, no podía hacer más nada.
Pontus compartió su primera impresión de La Paz, al ver que las casas estaban solo con ladrillos: “Esta ciudad va a ser muy bonita cuando la acaben de construir”.
Investigando un poco descubrí que, a principios de los 2000, Fernando Mirabal lanzó un proyecto llamado “Fachadas para La Paz”. Su objetivo era que los dueños de las viviendas pudiesen revocar y pintar sus casas con facilidades de pago. Lastimosamente la falta de audacia municipal le jugó una mala pasada. Después de años de intentarlo, Fernando no solo perdió las ganas, sino también todo su capital. Como parte de una terapia personal, cuenta la historia de su fracaso con gran humor.
Con ese antecedente, fue muy refrescante enterarme de que el barrio paceño de Chualluma, ubicado en las laderas de una zona popular, había cambiado el monótono ladrillo por una infinidad de formas y colores. Ese julio de 2019, varios medios internacionales enfocaron sus cámaras ante el colorido espectáculo. Los reportajes tenían como protagonistas a Tomasa Gutiérrez, la presidenta de la junta vecinal, y Norka Paz, mejor conocida como Knorke Leaf, que era la directora artística del proyecto.
Las notas de prensa eran algo superficiales y me moría de curiosidad por conocer todos los detalles de tremendo logro. Contacté a Tomasa, quien, con entusiasmo, me dijo que era la primera mujer en su cargo. En general, en su distrito solamente había dos mujeres entre 24 presidentes de junta de vecinos.
Bolivia está en los primeros puestos de representación femenina en la política, le lleva una gran ventaja a las grandes potencias. Sin embargo, para nada es un ejemplo de lucha contra el acoso y la violencia hacia las mujeres.
Tomasa comentó con tristeza que debía sobrevivir a las burlas y maltrato, tanto de sus pares masculinos como de algunos vecinos. Sentía que tenía el deber de demostrar que las mujeres pueden desenvolverse de igual o mejor manera que los varones.
El mayor logro de su gestión fue ganar el concurso gubernamental “Mi barrio, mi hogar”. A diferencia de otros barrios, que propusieron la construcción de una cancha de fútbol o el pavimento de un par de calles, la propuesta de Chualluma fue la de mejorar el barrio en su conjunto. La obra incluía la reparación de gradas, instalación de barandas, revocado y pintado de todas las fachadas de las casas. Tomasa quería darle dignidad a su barrio.
Hay que mencionar que, desde su creación, Chualluma es un lugar que sobrevivió gracias a la autogestión; los primeros embovedados y alcantarillados fueron construidos por los propios vecinos. La dirigenta recordó que cuando realizaba trámites, ni siquiera los funcionarios municipales conocían de la existencia de ese lugar.
Después del triunfo en el concurso, el Gobierno adjudicó el trabajo a una empresa constructora. Esta, por su parte, contrató a un centenar de trabajadores, entre quienes estaba Norka. Ella fue la responsable del diseño y ejecución del macromural, formado por las pinturas en las casas.
A diferencia de otros barrios, que propusieron la construcción de una cancha de fútbol o el pavimento de un par de calles, la propuesta de Chualluma fue mejorar el barrio en su conjunto. Tomasa quería darle dignidad a su barrio.
Norka confesó que nadie sabía muy bien a qué se estaban metiendo, porque no existía en el país una experiencia similar. Al principio, le decían que se trataba de pintar unas casitas, pero jamás imaginó la gran magnitud del trabajo.
La primera vez que llegó al barrio se quedó sin aire, ya que este está en uno de los lugares más altos de La Paz, casi en la frontera con la ciudad vecina de El Alto. Además, la única forma de movilizarse por la zona es subir y bajar mil gradas.
Por un instante, el miedo se apoderó de ella; estaba a punto de firmar un contrato para el pintado de 14.000 metros cuadrados. Es difícil imaginar esa superficie. “Esperaba que no me hicieran pintar media ciudad”, me contó con una sonrisa.
Al momento de decidir el diseño, una institución quiso imponer la idea de un tejido y que las casas sean pintadas como hebras. Pero Norka quería algo inclusivo, en el que los vecinos decidieran los colores de sus casas y que sean sus historias las que se reflejaran en las paredes.
Su propuesta convenció a los pobladores del barrio. Muchos de los habitantes de Chualluma son artesanos que se expresan mediante la costura de telas y que juegan con tintes y el degradado de colores. Son personas que claramente tienen una gran sensibilidad artística.
Norka quería algo inclusivo, en el que los vecinos decidieran los colores de sus casas y que sean sus historias las que se reflejaran en las paredes.
La propuesta artística dividió la zona en tres grupos cromáticos que combinaban los tonos de la Whipala. Estos comenzaban con matices morados, pasaban a rojos, naranjas y terminaban en azules y turquesas. Cada familia podía elegir la coloración de su hogar mediante una paleta de su grupo. Muchos vecinos bromeaban con evitar los azules y rosados por no relacionarse con partidos políticos.
Durante la ejecución, ninguno de los trabajadores entendió que Norka era una jefa contratista. Simplemente no les entró en la cabeza que una mujer asumiera esa posición. Las fricciones no tardaron en llegar, porque no le hacían caso o la trataban de forma condescendiente.
La esperanza en el proyecto retornó cuando terminaron de pintar la primera casa. Esa le pertenecía a Ascencia, una vecina que mantiene sola a su hijo con la venta de llauchas en la calle 8 de Calacoto. Ella eligió el color naranja porque le representaba alegría. Con lágrimas de emoción, inauguró su renovado hogar.
Pasaron los días y Norka comenzó a pagar un poco de su deuda personal histórica. Debió aprender a comunicarse en aymará, porque muchos habitantes del barrio, sobre todo los más ancianos, no manejaban bien el español. También comenzó a replantear su activismo feminista; sintió que su lucha era solamente urbana y que los códigos de las mujeres de esas zonas no eran los mismos.
Imaginó, por ejemplo, que sería muy difícil convocar a esas compañeras a un concierto o marcha feminista. Se dio cuenta de que el silencio puede ser un arma de lucha, porque no es necesariamente permisivo. Entendió que esas mujeres tejían otros caminos y que, eventualmente, todas llegarían al mismo destino.
Norka comenzó a replantear su activismo feminista; sintió que su lucha era solamente urbana y que los códigos de las mujeres de esas zonas no son los mismos.
Después del primer mes de trabajo, el proyecto formó parte de la cotidianidad del barrio. Algunas mujeres aprovecharon de vender comida a los trabajadores. Además, uno que otro turista visitaba la zona, despertando la sorpresa de los transeúntes. No faltaban los jóvenes que se reían de su presencia, decían “hello” y salían corriendo.
Para Norka, pintar los murales fue también un gran ejercicio físico. Debía cargar baldes pesados de pintura y moverse de arriba para abajo para coordinar con los equipos de fachadistas y pintores. Es por eso que ella resalta tanto la importancia de las nuevas barandas.
También era la responsable de encontrar consensos entre los vecinos. Parte de su trabajo era escuchar las historias de los habitantes, comprender su realidad y, posteriormente, plasmar esas experiencias en los murales.
Una señora pidió ser retratada con el traje de baile que se usa en la provincia Muñecas de La Paz. Las personas mayores prefirieron las ilustraciones de unos sicuris, una forma de recordar al grupo local “Wiñay khana” que amenizaba festividades, declaraciones de amor y matrimonios.
Igualmente se puede ver a un kusillo, a un moreno en un taller de costura o a varias mariposas volando de las polleras de una mujer que se desnuda. Son elementos visuales muy ligados a las raíces, a la alegría y a la libertad, que convierten a Chualluma en un museo vivo de su historia.
Una señora pidió ser retratada con el traje de baile que se usa en la provincia Muñecas de La Paz. Las personas mayores prefirieron las ilustraciones de unos sicuris, una forma de recordar al grupo local “Wiñay khana” que amenizaba festividades, declaraciones de amor y matrimonios.
En el gran mural también saltan a la vista enormes palabras escritas en aymará con la técnica del lettering. En la casa de Tomasa se lee, por ejemplo, “Qhalincha”, que quiere decir “traviesa”; en otra dice “Jan armasiñani sarnaqawinakasa”, que se puede traducir como “no nos olvidaremos de nuestra historia, camino y cultura”. También está pintado el nombre original del barrio: “Ch’uwa Uma”, que significa “vertiente de agua”.
Los tres meses proyectados se alargaron porque el presupuesto daba para más y no valía la pena desperdiciar la oportunidad. Pero, cerca del quinto mes, la empresa constructora decidió que era momento de poner un punto al final al proyecto. Finalmente, se habían pintado 26 murales y la superficie de trabajo se incrementó 4.000 metros cuadrados adicionales.
La empresa y los vecinos decidieron, un viernes, que ese fin de semana se inauguraría la obra. Las dos últimas jornadas fueron de arduo trabajo para que todo estuviera listo. Los albañiles, pintores, soldadores y jardineros dieron lo mejor de ellos a fin de que el trabajo quedara impecable.
Ese domingo las actividades comenzaron a las seis de la mañana. Los dirigentes tocaron las campanas como señal para que los vecinos salieran a limpiar las calles. Algunos colocaron banderines, otros prepararon muñecas y peluches para colgarlos en los aguayos. Varias señoras prepararon torrejas y cocinaron maíz y papas para el apthapi.
Muchos de los habitantes se emocionaron con la posible llegada del presidente Evo Morales, que finalmente no sucedió. En su reemplazo, el vicepresidente Álvaro García Linera realizó un paseo de casi tres horas, mientras escuchaba historias y disfrutaba de la obra. En el aire se sentía una especie de refundación del barrio. La emotiva jornada cerró con abrazos y discursos de satisfacción.
Semanas después, la actividad turística se intensificó. Era una oportunidad para que las familias tuvieran un ingreso adicional. Las tiendas se abastecieron de nuevos productos y algunas vecinas pintaron el interior de sus casas e improvisaron restaurantes. Como la casa de Tomasa tiene balcones con una vista espectacular de la ciudad, ella proyectó transformarlos en un café mirador.
Otras vecinas decidieron convertirse en guías turísticas, recordando que sus padres o abuelos realizaban ese oficio en el lago Titicaca. Norka formó parte del apoyo a esas actividades y, pese a que el proyecto había finalizado, se reunía con las compañeras en busca de las mejores formas de aprovechar el turismo.
Otras vecinas decidieron convertirse en guías turísticas, recordando que sus padres o abuelos realizaban ese oficio en el lago Titicaca.
Todo se desmoronó con los conflictos sociales de octubre y noviembre de 2019, tras las elecciones nacionales. Ya no llegaban más turistas y, después de la renuncia del Presidente, creció el temor a los saqueos en la zona. Los vecinos imaginaban que podía haber represalias ya que la obra se realizó con el apoyo del gobierno saliente.
En medio de esa tensión social nació el “Parlamento de mujeres”, que fue una actividad organizada por el colectivo feminista Mujeres Creando, en varias ciudades del país. La dinámica era que varias lideresas se expresaran ante la audiencia en un tiempo límite de cinco minutos.
En ese espacio, no podía faltar la voz de Tomasa. Era, probablemente, la oradora más representativa de las laderas de La Paz. Pese a que el nerviosismo le ganó en el escenario, fue una experiencia muy enriquecedora para ella. Se dio cuenta de que no estaba sola en su lucha feminista. Se quedó sorprendida por la elocuencia y soltura de las otras mujeres al momento de expresarse.
Con rabia, Tomasa comentó que hay mucho machismo en su ambiente; mientras las mujeres cocinan, lavan, limpian y cuidan a los niños, los hombres farrean y violentan. “Seguramente es la misma realidad que se vive en todas las zonas de nuestra patria”. Se quebró un poco al decir que si ella no puede defenderse, difícilmente podrá defender a sus vecinas.
Siento que Tomasa es un gran ejemplo de lucha. Con su carisma y valentía cumplirá cualquier meta que se proponga. Antes de despedirnos, me regaló una frase que me pareció metafórica; “nuestras fachadas están hermosas, pero de la puerta para adentro faltan muchas cosas por hacer”.
Tomasa comentó que hay mucho machismo en su ambiente; mientras las mujeres cocinan, lavan, limpian y cuidan a los niños, los hombres farrean y violentan. “Seguramente es la misma realidad que se vive en todas las zonas de nuestra patria”.
Esas palabras martillan mis recuerdos. Estaba equivocado al pensar que las personas no construían fachadas para evitar impuestos. Me doy cuenta de que mi posición privilegiada me ha cegado al hecho de que hay necesidades mucho más grandes que la estética arquitectónica. Ya no me molesta en lo absoluto el color del ladrillo en nuestras montañas.
Pienso también en Pontus. Hace tantos años que perdí el contacto con el sueco. Me muero por volverlo a ver, por hacerle subir esas mil gradas y decirle: “tenías razón, este lugar se vio muy bonito después de acabar de construirse”.