Lo que está pasando no es un accidente. Hace cinco años el Vicepresidente desafiaba a los agroindustriales a ampliar la frontera agrícola en un millón de hectáreas por año. Se ha llegado a esa cifra, pero no de tierras agrícolas productivas sino de tierras devastadas por las llamas.
domingo, 25 de agosto de 2019
Pablo Solón
De todas las muertes la más dolorosa es morir quemado. Sentir que la piel se achicharra, que el fuego te invade hasta los tuétanos, gritar hasta que tu voz se derrite, implorar por un paro cardíaco.
En tiempos de la Inquisición se quemaba a las brujas y a los herejes. Hoy las hogueras humanas están prohibidas. Desde la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto nazi, la cremación de seres vivos es considerada un delito de lesa humanidad. A ningún gobierno se le ocurre promover políticas de incineración de humanos, sin embargo la hoguera para otros seres vivos está en ascenso en varios países del planeta.
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Sosteniéndose con sus tres garras de la rama de un árbol un perezoso sonríe sin presentir lo que se avecina. Acaba de comer unas hojas y se apresta a hacer su interminable siesta para tener una buena digestión. Los perezosos son los animales mamíferos más lentos del planeta. Su vida relajada les ha permitido sobrevivir 64 millones de años. Mucho más que los seres humanos y otros animales más agiles.
El fuego no se ve pero viaja a la velocidad del viento. El perezoso duerme.
“El fuego fue un accidente” exclaman los gobernantes. ¿Cómo puede haber un fuego que arrase con 957.000 hectáreas en lo que va del 2019? Esa es un área sesenta veces más grande que la mancha urbana de la ciudad de La Paz. Es casi toda la superficie del TIPNIS. Un fuego de semejante extensión no se produce por un accidente ni por cien, sino por miles de incendios que se inician por estas fechas.
El chaqueo es de todos los años, pero esta vez se ha multiplicado descontroladamente por el llamado del gobierno a ampliar la frontera agrícola. El etanol y el biodiesel requieren cientos de miles de hectáreas para la caña de azúcar y la soya. A eso se suma la exportación de carne a la China que necesita millones de hectáreas de pastos para el ganado. También están las dotaciones de tierra en áreas forestales y los asentamientos ilegales. Lo que está pasando no es un accidente. Hace cinco años el Vicepresidente desafiaba a los agroindustriales a ampliar la frontera agrícola en un millón de hectáreas por año. Se ha llegado a esa cifra, pero no de tierras agrícolas productivas sino de tierras devastadas por las llamas.
El fuego se aproxima. Primero es una chispa, luego otra. Una ceniza cae en el pelaje que camufla al perezoso. Él se despierta confundido sin entender lo que ocurre. Sólo siente la punzada ardiente en su piel. Emite un gemido de dolor mientras se mueve lentamente buscando refugio.
Esta es Bolivia. El país donde la Madre Tierra tiene derechos. Donde hay una ley que dice que los bosques, los ríos y los perezosos tienen derecho a vivir, a “mantener la integridad de los sistemas de vida y los procesos naturales que los sustentan”. Un país donde la esquizofrenia está instalada en el poder. Donde el Presidente hace discursos en foros internacionales en defensa de la Pachamama mientras en Bolivia viola los derechos de la Madre Tierra. Un país donde en el parlamento aprobaron por unanimidad en 24 horas la Ley del Etanol y el Biodiesel. Ningún parlamentario habló por los bosques que crujen a más de 300 grados centígrados. Todos celebraron el ingreso de Bolivia a la era de los biocombustibles. Lo mismo pasó con la exportación de carne a la China. Ninguno exigió que previamente se realizarán estudios de evaluación de impacto ambiental.
Los incendios de este año fueron producto de la estrategia electoral para la reelección. De estar en contra de los biocombustibles, el gobierno pasó, sin ruborizarse, a promover el etanol y el biodiesel como energía “verde”. La idea es agradar a los agroindustriales del oriente para ganar su apoyo en las elecciones. Lo mismo con los ganaderos y los grandes frigoríficos. Les abrieron el camino para exportar carne a la China y seguir el ejemplo de Paraguay que devastó sus bosques para alimentar al ganado.
Las hojas secas se empiezan a contagiar del fuego. El perezoso se cuelga en cámara lenta hasta llegar a otro árbol. La angustia se refleja en su rostro. Respira con dificultad por el humo que penetra sus pulmones. Sin prisa pero sin pausa no deja de trepar. A ratos pierde el equilibrio pero sus garras y su instinto de sobrevivencia le sostienen.
Los candidatos, que en sus programas políticos dijeron nada o muy poco de la deforestación, de los biocombustibles y de la exportación de carne, corren a la zona de desastre. Entre ellos quieren buscar culpables pero nadie quiere apuntar al agronegocio y al modelo cruceño que es el responsable de la mayor deforestación del país. En 2015, de las 240 mil hectáreas deforestadas en Bolivia, 204 mil fueron en Santa Cruz. En 2012, cuando la deforestación en ese departamento era de 100 mil hectáreas, el 91% era deforestación ilegal. En 2017 el gobierno había legalizado un tercio de la deforestación.
No deberían haber hogueras para la naturaleza, sean legales o ilegales. Prender fuego a un bosque u otro ser vivo, así no sea un ser humano, es un crimen que denigra nuestra condición humana.
El perezoso llega a la punta del árbol más alto. Es un mapajo imponente de 70 metros de altura. El horizonte está en llamas. Dicen que el perezoso vive despacio para no morir de prisa. Ahora todo depende de la fortaleza de aquel árbol que tiene más de 300 años. Ojala el viento ayude. La lluvia ni por si acaso. A la distancia el helicóptero presidencial sobrevuela el infierno mientras habla de evacuar a las personas sin decir ni una sola palabra sobre el perezoso y los otros seres de la Madre Tierra.
En unos días todos los candidatos volverán a su campaña electoral, unos para cuestionar el totalitarismo otros para camuflarlo, pero ninguno para denunciar el totalitarismo antropocéntrico que llevamos dentro.