Fotografía de Cecilia Fernández
Violeta Ross sonríe con ganas y a ratos a carcajadas. Tiene por qué. Hace años sabe que cualquier día bien puede ser el último día de su vida. Por eso la cuida, cuida su vida, con disciplina de equilibrista sobre la cuerda floja. Vigila su alimentación cual experta nutricionista, toma religiosamente sus pastillas antiretrovirales y cuando todos piden vino, ella elige agua. Ser portadora del virus de inmunodeficiencia humana no es un drama a fuerza de una voluntad que mueve montañas. El día que supo su diagnóstico quiso morir, pero el amor de los suyos pudo más y no sólo decidió vivir, sino que se propuso lograr que sus compañeras y compañeros en su misma situación vivieran más y murieran menos. No siempre fue posible. Y en eso ella es terminante: “mira compañero –suele decirles–, sólo conozco dos caminos: vivir o morir, ¿cuál eliges?”. Odia el victimismo. Odia la palabra muerte. Está cansada de vivirla tan cerca, en cada amigo que se va demasiado pronto, demasiadas veces. Quizás por eso Violeta viva tan intensamente, acaso a contrarreloj: de avión en avión, de aeropuerto en aeropuerto, de congreso en congreso, acumulando amigos, sensaciones, objetos, recuerdos y sonrisas. En todo caso, si hay algo que tiene claro es que el pasado ya fue, trajo cosas buenas y malas pero no se puede modificar, pasó. El futuro tampoco podemos controlar porque no está en nuestras manos. En cambio el presente sí, dice ella, con la certeza de su propia experiencia, esa que de tanto oírla me ha enseñado que la vida tiene que ver con tomar mejores decisiones, equivocarse menos, acertar más. Violeta sabe que la vida es hoy. Y sonríe.
Violeta Ross es una activista por los derechos de las personas viviendo con VIH en Bolivia. Conferencista internacional.