domingo, 8 de marzo de 2020
Muchas veces creí que la precariedad de nuestro país era parte de aquel paisaje exótico que no sólo los extranjeros asumían como turismo de aventura, sino también antropólogos, cineastas y periodistas. Una parte de esa sensación es deleznable, la otra no. Porque efectivamente, este país bien podría ser, sino la capital, quizá la sucursal del surrealismo mágico.
Bolivia es, para los periodistas, una mina de oro. Un país tan rico en recursos inexplotados como en historias. Y entonces sucede que con cada zafarrancho –en los años 60 y 70 fueron los consabidos golpes de Estado, hoy son todas sus variantes, incluida la del año 2005– decenas de periodistas llegan para contar lo que nosotros no contamos, o para contar lo que contamos pero con certificación para el mundo. Es así, y ellos se lo han ganado.
Hace poco, a raíz de los conflictos del pasado noviembre, llegaron varios de aquellos periodistas y cronistas de prestigio mundial. Entre ellos, la mexicana Alma Guillermoprieto, una mujer cuyo respeto labrado en el oficio comienza por su nombre, contundente como ella misma. Una mujer que siendo bailarina llegó al periodismo por puro azar, aunque, a estas alturas de la vida, Alma sabe que el azar no existe.
Conozcamos, de la mano de Isabel Mercado, cómo enfrenta, por ejemplo la guerrilla en Nicaragua, una periodista que, como exbailarina profesional, sabe bien lidiar con el rigor, la disciplina y la excelencia.
Cecilia Lanza Lobo