¿Es posible ser optimista en un escenario tan incierto? Dos miradas hacia el Bicentenario, las elecciones nacionales y otros desafíos. ¿Qué dicen Sayuri Loza y Jorge Patiño Sarcinelli?
El 2025 marca el primer cuarto de siglo del nuevo milenio y el Bicentenario de Bolivia, la efeméride que celebra los 200 años transcurridos desde la fundación de la República aquel 6 de agosto. Además, será el año en que se elija un nuevo mandatario que guiará el país durante el siguiente lustro. Sin embargo, en un contexto de crisis económica y política, con una inflación que ha superado las previsiones oficiales y una creciente conflictividad social, surge la pregunta: ¿es posible ser optimista en este escenario tan incierto?
Los bolivianos no nos caracterizamos por el optimismo. Incluso en los momentos más auspiciosos —que no han sido ni tantos ni tan pocos— nos fijamos más en el tercio vacío del vaso. La incertidumbre agorera es nuestra compañera, y en este clima de ansiedad colectiva, la esperanza de un cambio profundo se pinta como un espejismo que, hasta ahora, nunca ha alcanzado su plenitud.
La palabra cambio
El cambio es, por su propia naturaleza, una constante. No solo porque la existencia misma es transitoria, sino porque vivimos en tiempos de profundas transformaciones. En los 25 años que han transcurrido desde la llegada del siglo XXI, hemos sido testigos de más cambios que muchas generaciones pasadas. Estos se han manifestado principalmente en el ámbito tecnológico y cultural, pero también en lo político y en los valores que, aunque cuestionados, siguen gobernando nuestra vida cotidiana.
“Seguro que Bolivia ha pasado peores y mejores momentos que los que estamos viviendo ahora que cumplimos 200 años como país”. Jorge Patiño
En este escenario global de transformaciones vertiginosas, Bolivia no es una isla (aunque a veces parece querer serlo). La búsqueda de cambio ha sido, desde siempre, parte de nuestra identidad colectiva, y aunque el “Proceso de Cambio” impulsado por el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) no ha cumplido con todas sus promesas, ya se habla de la esperanza de “otro cambio”. ¿Qué tipo de cambio se vislumbra en el horizonte? ¿Es este el fin de un ciclo político y el comienzo de otro? ¿Tendremos realmente un liderazgo renovado, o simplemente perpetuaremos la utopía de un cambio que nunca llega a satisfacer las expectativas que son, hay que decirlo, de imposible cumplimiento, como no puede dejar de ser ante la magnitud de las necesidades?
La obsesión por la transformación
Si algo une a las ofertas electorales que circulan es precisamente el concepto de cambio. Este cambio, en muchos casos, parece un intento de “dar vuelta a la página”, incluso dentro de las filas del MAS, que ya se presenta como una opción desgastada, que pide renovarse.
“A menudo, las promesas de transformaciones profundas quedan en el olvido, sumidas en las dificultades económicas y las traiciones ideológicas”. Sayuri Loza
Según la historiadora Sayuri Loza, la obsesión por el cambio no es un rasgo exclusivo de los bolivianos, sino una característica humana compartida por las sociedades que viven bajo la opresión. Las clases bajas, particularmente en países con grandes desigualdades económicas y sociales, son las que más ansían el cambio como una vía para superar la marginación. Loza cita la idea de Walter Benjamin sobre la búsqueda de un “Mesías” o un “tiempo mejor”, ideas profundamente enraizadas en la cultura cristiana y en la cosmovisión andina del Pachacuti, un momento en el que todo se alinea perfectamente para traer tiempos de prosperidad. Sin embargo, Loza advierte que esta constante búsqueda de cambio está ligada a expectativas poco realistas sobre los procesos políticos. A menudo, las promesas de transformaciones profundas quedan en el olvido, sumidas en las dificultades económicas y las traiciones ideológicas.
Jorge Patiño, escritor y columnista, ofrece una visión algo más optimista, al menos en relación con los cambios producidos por el MAS. Para Patiño, el masismo ha representado un cambio fundamental en la estructura social del país. Aunque reconoce las graves falencias del gobierno de Evo Morales —como la corrupción y el autoritarismo—, destaca la inclusión social como uno de los logros más importantes. Este cambio, según Patiño, es comparable al de 1952, cuando la revolución nacional trajo consigo una transformación irreversible de las relaciones sociales en Bolivia.
El ciclo del MAS y el futuro incierto
Hace dos décadas, el MAS se presentó como el vehículo de las esperanzas de cambio de la sociedad boliviana. En aquellos días, la palabra “cambio” evocaba un futuro promisorio. Ahora, en 2025, la situación es más ambigua. Si bien nadie niega que estamos en un punto de inflexión, la certeza sobre qué significará ese cambio se ha diluido.
Patiño señala que, si bien hay una crisis en el MAS como partido, el liderazgo que ofreció Morales dejó una huella profunda, y Bolivia necesita ahora un nuevo liderazgo, ya no del MAS, que proyecte el país en una nueva dirección. Sin embargo, las élites conservadoras, representadas por figuras como Carlos Mesa, Samuel Doria Medina y Tuto Quiroga, empeñadas en derrotar al MAS como objetivo mayor, no ofrecen esa visión, y parecen carecer de las ideas necesarias para convocar un verdadero cambio.
Loza coincide en que el país no desea regresar al pasado, ni al neoliberalismo ni a los tiempos de las elites tradicionales. La nostalgia por el pasado —ya sea por los “tiempos dorados” de Evo Morales o por la era de las elites oligárquicas— no parece ser compartida por la mayoría de los bolivianos. La necesidad de mirar hacia el futuro es evidente, pero el país aún no ha encontrado a un líder capaz de ofrecer esa visión.
La ausencia de un nuevo liderazgo
La política boliviana está atrapada en un ciclo de transiciones sin resolución. Los nuevos liderazgos, como el de Manfred Reyes Villa, podrían ser la respuesta para un sector de la población, pero su propuesta sigue siendo incierta y carece de un discurso que inspire confianza.
Loza y Patiño coinciden en que, en este momento, no existe una oferta electoral que satisfaga las expectativas de cambio genuino que el país necesita. El oficialismo se ha convertido también en una nueva forma de poder conservador, y la oposición, lejos de ofrecer una alternativa clara, no tiene una propuesta coherente que vaya más allá de la simple idea de derrotar al MAS.
La política boliviana está atrapada en un ciclo de transiciones sin resolución.
De acuerdo con Patiño, las ofertas de candidaturas para este año se pueden dividir en tres bloques: una oposición que representa a la derecha (“unos más derechistas que otros, pero todos de corte liberal y unos cuantos con atisbos mileístas”), sobre la cual aún quedan dudas si van a lograr un solo candidato; luego está el MAS, que no se sabe si va a separarse definitivamente o aún puede congregarse en torno a un líder como Andrónico (Rodríguez); y finalmente, el bloque del medio, que sería Manfred Reyes Villa.
“En un sentido muy pragmático creo que Manfred es una opción ganadora porque es un hombre que puede arrastrar voto de ambos lados, tiene esa ventaja electoral muy importante. Tuto no va a conseguir sacarle votos al MAS ni Evo o el MAS sacarle votos a Camacho; en cambio Manfred puede sacar votos a ambos lados. Tiene, por el mero hecho de estar al medio, una ventaja estratégica que le da una posición ventajosa en estas elecciones”, señala.
Sayuri no cree que ese cambio de rumbo se dé en esta elección, “tengo la teoría de que la persona que llegue al Gobierno este año será una transición y que solo el siguiente periodo estaremos listos para una transformación de verdad”.
Hay varios escenarios, dice Sayuri, y ninguno luce seductor. “Si Evo llega al poder va a hacer la de Maduro. Ahora hay mucha nostalgia por el Evo porque había plata en el país, por el dólar barato y eso no se va a curar si no es con un golpe de realidad, que no va a pasar este 2025; este el escenario más duro pero también el más posible. Otra posibilidad es que llegue al poder alguien de la oposición, puede ser Tuto o Manfred o Samuel. Cualquiera de éstos podría no completar su gestión porque no están con ímpetu para hacer cambios ni con la legitimidad para que les dejen hacerlos. Un nuevo liderazgo es un tema de tiempo”.
El Bicentenario no debería ser solo una fecha simbólica, sino una oportunidad para repensar el contrato social que nos une.
Un Bicentenario incierto
El Bicentenario de Bolivia nos encuentra en un momento de incertidumbre. Con una economía en declive, una polarización social creciente y una falta de liderazgo que pueda trazar un rumbo claro hacia el futuro, el país se enfrenta a uno de los momentos más inciertos de las últimas décadas. Aunque no estamos en el peor de los escenarios, la sensación de deriva es palpable. Sin embargo, como señala Patiño, “seguro que Bolivia ha pasado peores y mejores momentos que los que estamos viviendo ahora que cumplimos 200 años como país. No es un buen momento y hay que separar los rezagos inevitables en desarrollo de avances que son esenciales”.
En opinión de Loza, no se trata solamente de un sentimiento local: la transición está en curso a nivel regional. “Vamos a recibir un Bicentenario a la deriva, sin saber a dónde ir, polarizados y con una situación económica en franco declive. No sé si sirve de consuelo, pero toda América Latina está en esa situación. La región se une en los periodos de transformaciones: ha pasado en las dictaduras, los populismos, el neoliberalismo, el socialismo del siglo XXI y ahora se siente que va haber un cambio; no sabemos cuál será y no va a ser de inmediato”.
De modo que el Bicentenario de Bolivia será celebrado con esperanzas moderadas y una dosis de realismo. Con todo, más allá de los liderazgos coyunturales y las incertidumbres políticas, Bolivia enfrenta un desafío mayor: la construcción de un pacto social que permita superar las fracturas históricas que siguen dividiendo al país. El Bicentenario no debería ser solo una fecha simbólica, sino una oportunidad para repensar el contrato social que nos une, estableciendo compromisos firmes contra la violencia, el racismo y la discriminación, que aún persisten en la vida cotidiana y en la estructura misma del Estado.
En un país marcado por la polarización, la urgencia de un diálogo honesto y plural se vuelve ineludible. La verdadera transformación no vendrá solo de un cambio de gobierno, sino de un cambio en la forma en que concebimos la convivencia, la justicia y la equidad. Solo así el Bicentenario podrá ser más que una conmemoración: un punto de inflexión hacia un futuro en el que el cambio no sea solo una promesa recurrente, sino una realidad tangible para todos.