Carmen Beatriz Ruiz Parada
¿Qué es un parricidio? Cecilia se auto acusa de cometer “un parricidio amoroso”, con lo cual juega a tres manos con la historia, el psicoanálisis y la narrativa, y nos deja la figura de un triple parricidio, asegura la autora en este texto que fue leído en la presentación de El color de las ovejas negras en Cochabamba.
Este libro lleva un doble y largo camino recorrido. Últimamente a través de una serie de eventos en varias ciudades del país, donde fue comentado, sentido y aplaudido por diferentes públicos. Y desde hace mucho más tiempo porque ha estado dando vueltas en la cabeza y en el corazón de Cecilia Lanza, quien durante casi treinta años estuvo rumiando la historia que cuenta El color de las ovejas negras. Crónica de un parricidio.
La base de esta narración, su primer y fundamental embrión fue el libro Mayo y después, la rebelión del Tcnl. Emilio Lanza contra la dictadura, publicado el año 1995.
Cito a Cecilia:
“Un par de décadas más tarde retomé ese desafío que en el trayecto reflexivo fue moldeando la certeza de que lo sucedido ese épico mayo de 981 cuando mi padre le dijo al dictador `que se vaya, carajo`, no fue sino un parricidio. Un parricidio de aquellos que cambian la historia para siempre, pero además un parricidio múltiple”. (…) El primero y más importante fue el nuestro, el de los ciudadanos. (…) Ese parricidio fundamental se inició en mayo de 1981 y se consumó el 10 de octubre de 1982 con la recuperación ¿definitiva? De nuestra democracia”. (…) Los otros dos -o más- parricidios sucedieron por dentro y se los dejo a ustedes en las páginas de este libro. El mío es uno amoroso, agradecido” (página 25).
El formato de crónica elegido por Cecilia es ideal, ya que se trata de un género del periodismo que, sin dejar de lado el carácter informativo y el rigor documental dialoga con el lenguaje literario logrando mayores impactos en las y los lectores.
Confesión y promesa
El libro se inicia con una confesión y una promesa. La confesión es que, como escribe Cecilia en la introducción: le costó “(…) asumir sin sonrojos el amor de una hija por su padre y enfrentar la historia de un militar que en varios sectores de nuestro país suena a mala palabra… por eso, asumirse hija o hijo de militar no es fácil, más aún si digiero yo la paradoja del mío” (página 23). La promesa es contar milimétricamente la historia sin edulcorar los hechos y, además, proporcionar datos que no son conocidos o lo son insuficientemente debido a silencios cómplices y a interpretaciones mal intencionadas.
Con esos antecedentes, el libro se estructura en nueve capítulos que incluyen numerosas notas explicativas y de contexto, muy útiles para visualizar la línea de tiempo de los hechos. Tiene también la lista de la documentación referencial consultada. Ambos materiales forman el disco duro de la Crónica de un parricidio.
El formato de crónica elegido por Cecilia es ideal, ya que se trata de un género del periodismo que, sin dejar de lado el carácter informativo y el rigor documental dialoga con el lenguaje literario logrando mayores impactos en las y los lectores.
De este modo, la narración no sólo contiene datos, que de por sí nos sobrecogen, sobre varias décadas de nuestra historia, cuyo punto neurálgico está en los primeros años de los ochenta, pivoteados por el golpe y gobierno del que fuera general de las Fuerzas Armadas Luis García Meza, y por las acciones de movimientos políticos ciudadanos e institucionales para derrocarlo y construir democracia. Un desafío enorme para la escritora y una lectura inquietante para quienes tengamos la suerte y el ánimo de leerla. Porque El color de las ovejas negras no sólo nos habla de lo que vivimos, sino también de lo que soñamos como país asumiendo el reto de que es posible construirlo – construirnos mejores de lo que a veces la realidad nos muestra como derrota.
(…) Con todo eso arma una estructura ágil y una constelación de personajes que en su mayoría no son presentados con perfiles ni enteramente buenos, ni perdidamente malos ni completamente feos sin salvación; personas de carne y hueso, como somos todos, un poco ángeles y un tanto demonios según venga la mano.
Intertextos
Para contarnos esta historia, Cecilia, la hija del teniente coronel Lanza juega amorosamente con las palabras. Su lenguaje es coloquial y fluido, con ironía y con sentido del humor y del dolor. Trabaja con una gran cantidad de entrevistas, testimonios y noticias de los periódicos de la época. Con todo eso arma una estructura ágil y una constelación de personajes que en su mayoría no son presentados con perfiles ni enteramente buenos, ni perdidamente malos ni completamente feos sin salvación; personas de carne y hueso, como somos todos, un poco ángeles y un tanto demonios según venga la mano.
¿Qué es un parricidio? El diccionario dice que es el acto de matar al padre, la madre, los abuelos u otro ascendiente en línea recta sabiendo quién es. La justicia boliviana castiga el parricidio con la pena de presidio de 30 años, sin derecho a indulto. O sea, no estamos hablando de poca cosa. Sin embargo, la palabra a veces se usa ligeramente. Además del lenguaje coloquial, aparece quizá de forma más compleja en el psicoanálisis y en las novelas.
El salto al vacío (una figura muy usada por Cecilia, como buena hija de paracaidista) de este libro que Cecilia nos entrega ahora es plantear que en ese retazo dramático de nuestra historia ocurrió no uno sino varios parricidios: el de los oficiales enfrentados a su “maestro” devenido dictador y el de la propia autora quien buceando en los hechos y en su corazón logra construir la imagen de un padre mago que divertía y hacía reír a su familia, pero también llorar. Así, Emilio, el héroe, parece con toda su humanidad como un ser amoroso, amiguero y valiente, pero también ingenuo, poco precavido, excesivamente audaz y homofóbico…, como somos todos, debo decir otra vez.
Cecilia se auto acusa de cometer “un parricidio amoroso”, con lo cual juega a tres manos con la historia, el psicoanálisis y la narrativa, y nos deja la figura de un triple parricidio: el de los oficiales contra el tirano, el de la ciudadanía contra las Fuerzas Armadas autonombradas “la institución tutelar de la patria”, y el suyo propio, matar al padre idealizado para reconocerlo en toda su compleja humanidad. Un acto que probablemente muchas y muchos cometemos, acaso sin darnos cuenta, para desprendernos de raíces que nos atan, para seguir creciendo, para ser más fuertes, para encontrarnos, para encarar viejos caminos y explorar los nuevos. En definitiva, parricidio simbólico por amor a quien matamos y por nosotros, nosotras mismas.
Finalizo sugiriendo que quizá cuando ustedes lean el libro coincidirán conmigo en la buena suerte de que Cecilia haya podido tener la paciencia para sedimentar los ingredientes que finalmente dieron forma a El color de las ovejas negras, porque, como se dice frecuentemente utilizando un lugar común, igual que con el vino, hay obras que mejoran con el tiempo. En este caso, la hija – personaje convertida en hija – narradora nos regala una visión quizá más meditada y madura de su visión de la historia y de su parricidio. ¡Y todos ganamos!