¿Cuán lejos se encuentra Palestina? Una obra de teatro, Kuadernos palestinos, que viaja desde Argentina por América Latina nos mueve a sospechar que quizás más cerca de lo que imaginamos.

Una mujer, con el rostro cubierto por la kufiya y una bandera que envuelve su cuerpo y luego ondea en su mano alzada, corre; suenan disparos, cae. Se levanta y sigue corriendo para volver a caer acribillada. Una y otra vez se repite la imagen. “Libre Palestina”, se llena el espacio con el canto mantra.
Un poco de contexto (con Rita Segato)
La violencia que el Estado de Israel ejerce contra Palestina es mostrada al mundo como no pasó en su tiempo con el genocidio perpetrado por el nazismo contra el pueblo judío. Sobre los campos de concentración los contemporáneos de ese exterminio pudieron alegar desconocimiento, pues el mundo era lejano y ajeno. Por eso, nosotros, desde la distancia de espacio y tiempo acallamos reclamos del tipo: ¿por qué no se hizo nada para impedir el horror?
Hoy, en un mundo cercano pero quizás más ajeno que nunca y con muros para asegurar la propiedad de unos respecto de otros, quien más quien menos sabemos lo que está sucediendo en Gaza. Un clic y ahí se despliegan ante nuestros sentidos fotos, videos, conferencias, marchas, testimonios, protestas…
Si así es, si tan inocultable resulta la masacre, ¿por qué no se puede detener la barbarie? ¿a qué se está esperando?
La investigadora Rita Segato propuso una imagen desconsoladora al referirse a Palestina ya en 2009: la del grito inaudible.
Inaudible grito, no ya porque el poder del atacante impida que salga de Palestina –con gran apoyo de los medios informativos tradicionales–, sino porque ahora conviene lo contrario pues no “parece posible hoy en día argumentar leyes de vida ante el avasallamiento sin freno jurídico y ante la imposición del autoritarismo que no se limita a esa tierra sino que amenaza a otros países del planeta”.
La antropóloga dice además que frente a tal violencia nos hemos quedado sin una narrativa, sin un lenguaje, sin una gramática: “El mal no puede ser representado”.
“Quizás el arte”, expresa alguna de las esperanzas la investigadora a la hora de buscar un lenguaje capaz no sólo de nombrar, también de desadormecer –de los efectos de la pedagogía del arbitrio y de la crueldad– y de encontrar posibles salidas co-lec-ti-va-men-te. Como ejemplo, ella cita la obra musical de Arnold Schönberg, Un sobreviviente de Varsovia, que describe a un grupo de prisioneros judíos camino a la cámara de gas. Y ¡clac!, la coincidencia entre los recursos de esa creación judía y la obra Kuadernos palestinos –la que termina con la mujer que corre y cae y se yergue frente al público– es sorprendente.

Teatro político
Este mes de febrero, el grupo argentino SURtestimonios pasó por ciudades de Bolivia –La Paz, Cochabamba y Santa Cruz– con la obra creada por Valentina Cabrera y Umile Escalante, sobre poemario de Isaías Cañizales Ángel y poemas de autores palestinos como Rafeet Ziadah, Mahmoud Darwish y Fadwa Tuqan.
Se trata de un monólogo de trinchera que, estrenado en 2018, viaja por distintas geografías de Latinoamérica. Casi todo lo que requiere para la puesta lo consigue donde acampa: piedras, tierra y una maceta con una planta. Es Palestina, dice la obra, y es, pero también es Líbano, Ucrania, Estados Unidos, ¿Bolivia?, o cualquier lugar del mundo en el que el poder del más fuerte se yergue como ley incontestable para desplazar, arrebatar y, en el extremo de lo muy posible, aniquilar.
Kuadernos palestinos tiene como protagonista a una mujer. Ella es Hafizá, la huérfana, la que vio arder a sus padres y hermana alcanzados por esos misiles que, afirma ella, llevan inscrito el nombre de cada palestino; la que sabe de violaciones, la que vive en una tienda de campaña junto a su niña, la que recoge pedazos de otros pequeños para enterrarlos al pie del olivo. Pero es también la que cuenta historias familiares a su pequeña hija y la que le entrega la llave que a su vez recibió de la abuela –para poder volver algún día a casa–, la que canta y baila para reafirmar su cultura y la que lleva otra vida en su seno, “otro terrorista” para el enemigo, otro combatiente para su pueblo. Y es la que ha aprendido que el miedo es “la posibilidad certera que tienen los misiles para alcanzarnos”.
En la obra musical de Schönberg, en el momento de mayor horror cesa la música del compositor y se escucha el himno judío. “Sólo lo colectivo ancestral puede sustituir el silencio abisal de lo inenarrable”, interpreta Segato.
En Kuadernos palestinos es la música, es la danza, son las voces que hablan en el idioma que no entendemos pero comprendemos. Es la gramática del teatro el que hace que la actriz sea Palestina hablándonos de frente, de cerca, sobre su dolor y su firmeza y, eso sí, sin identificar nunca explícitamente al atacante. Quizás por eso, la obra logra que nos miremos también: ¿estaremos a salvo en un mundo que condena a los inmigrantes, que erige muros, que quema bosques, que expulsa de sus territorios a pueblos indígenas, que firma contratos para explotar recursos sin medir consecuencias?
Cuando Hafizá añora su río y se lamenta frente al muro que la separa de su tierra de los olivos, o cuando esconde a su niña en la precaria tienda para intentar protegerla, o cuando ambas envuelven los trozos de muñecas esparcidos por el campo, resuenan las palabras de Segato: “La ley vigente es de los dueños; la concentración de la riqueza sin límite seguirá su curso”. Es la lógica de la conquista que nunca cesó, afirma, “la usurpación y limpieza de territorios que interesan a la acumulación y concentración permanece en curso”. Y sigue: “Veremos a la conquista tocarnos la puerta, como ya está pasando con quienes vivimos cerca de yacimientos de litio” y, añadamos, otros minerales como el oro o el agua. Bajo la lógica de lo necesito lo tomo, “no habrá freno jurídico posible”.
Kuadernos palestinos pasó por Bolivia. Llegó como esas piedras que palestinas y palestinos lanzan contra los misiles de fuego y, también, de insensible indiferencia. En la función en Casa Grito de La Paz hubo menos de 10 espectadores. Pero, como creer en lo imposible es todavía nuestro derecho, tal vez así, de uno en uno, cuerpo con cuerpo, se pueda alimentar a un nuevo David, o mejor, a una Hafizá allí donde sea necesaria.