¿How many people?, pregunta la oficial del gobierno de Estados Unidos en un edificio. ¿Cuánta gente qué? ¿Vive, trabaja, es inmigrante, tiene papeles…? El miedo, como la indignación, recorre pisos y calles de Estados Unidos que si es grande es precisamente por los migrantes. Un testimonio “en vivo y directo”.
Miércoles, 11.15. Salgo del edificio para comprar detergente. Al recorrer el tramo entre mi departamento y la puerta principal, una sombra con brillo dorado y voz gruesa llena el ambiente. Una oficial de alguna agencia gubernamental mantiene una conversación bastante seria con la mánager del edificio. Noto la pesada placa oficial en su cuello y siento el peso de mi cabeza tratando de salir por mis ojos. Extraña sensación de la que había leído, pero nunca experimentado.
Saludo a la mánager con una sonrisa pero sin hablar y la oficial no levanta la cabeza del tablero en el que anota cosas sin parar. “¿How many people?”, pregunta la oficial sin notar mi presencia y no alcanzo a escuchar la respuesta porque, disimulada pero decididamente, acelero el paso.
“¿How many people?”, voy pensando. Cuánta gente qué: ¿cuánta gente vive en el edificio? ¿cuánta gente trabaja ahí? ¿cuánta gente tiene papeles? ¿Cuánta gente qué? ¿Por qué el interés? Porque si quiere saber cuánta gente vive en el edificio, la respuesta es 30. Entre esos 30, una linda familia de tres es afroamericana, tres familias de cuatro y de cinco personas son centroamericanas, el señor que vive solo en el primer piso es senegalés, la señora del segundo piso junto a su padre y la pequeña de tres años que mira con curiosidad a mis gatos y quiere acercarse a ellos son vietnamitas. En el grupo de cuatro chicos que están tratando de vivir el sueño de ser rockstars hay dos “americanos”, un sueco y un ucraniano. Hay dos nuevas familias viviendo en el último piso, ambas inmigrantes, y un nuevo estudiante japonés en el departamento contiguo al mío. El padre de la única familia completamente “blanca” que vive en el edificio se encarga de conocer a todos los migrantes, de nombre y país, y preguntar cuál es la comida típica de cada uno, además de pedir que, si alguna vez se animan, lo inviten a probarla, que le gustaría conocer el mundo por su paladar ya que su cuerpo no le permite viajar lejos.
Si con cuánta gente se refiere a cuánta gente trabaja, le diría que el señor encargado de mantenimiento es uno en papeles, pero el que realmente mantiene todo funcionando es el señor senegalés del primer piso. Él sabe de autos, lavadoras, cocinas, refrigeradores y también conoce dónde suelen estar las redadas de migración porque ha pasado los últimos 35 años escapando de ellas.
Si la pregunta es cuánta gente “ilegal” vive en el Estado, le hubiera contestado que, según los reportes de 2024, 1.6 millones de inmigrantes de 142 países viven en Texas; 1.6 millones que aportan $us 4.9 billones en impuestos cada año.
Le hubiera dicho también que si todos los inmigrantes abandonásemos el edificio, quedaría solamente una familia completa y probablemente se tendría graves problemas para llenar todo el lugar porque la crisis de vivienda es tan fuerte en Texas que muy pocas familias pueden pagar los costos de vivir en apartamentos completos, así que la mayoría vive en casas compartidas o sobrepoblando los departamentos. En nuestro edificio no pasa eso; habitamos según regla y, además, convivimos respetuosamente.
Es muy posible, sin embargo, que la agente no hubiera escuchado nada de lo dicho, porque después de la palabra “migrante” un velo cae sobre cualquier conversación en estos días.

Vivo en frente de una taquería, el tipo más común de restaurantes en Texas, donde la población mexicana sobrepasa los 12 millones, cuarenta por ciento de la población total. Y se siente extraño decirles “migrantes”, porque hasta 1846 Texas era México…
No es secreto que la política de Donald Trump roza la xenofobia, pero no se trata sólo de apuntar contra los inmigrantes y aquí va el ejemplo más reciente: el avión comercial de American Airlines que chocó en pleno vuelo contra un helicóptero militar, hace sólo unos días, ha puesto al descubierto que más allá de una agenda antimigración hay una agenda de fobias, rechazo y discriminación. En las declaraciones brindadas luego del accidente, el presidente dijo, sin ninguna prueba, que la responsabilidad del hecho recae en las personas con discapacidad contratadas por la FAA (la agencia de aviación) bajo la política que promueve la inclusión de personas con diversas capacidades en trabajos gubernamentales. Abiertamente y sin ningún tipo de reparo exclamó que tener “inválidos, sordos y enanos” es el problema. Cuando fue interpelado sobre esta afirmación y cómo podría sustentarla, la respuesta fue “porque tengo sentido común”.
Volvamos al tema de la migración. Aunque en esencia el dilema sea simple: ven a Estados Unidos legalmente, obtén tus papeles legalmente, quédate legalmente; si no, vete, la realidad es mucho más compleja.
Dos ejemplos para comprender un poco la situación. En 2012, la secretaria de Seguridad Nacional, Janet Napolitano, creó DACA (Deferred Actions for Childhood Arrivals), programa aprobado por Barak Obama el 15 de junio del mismo año. El programa partía del principio de que los niños llegados a Estados Unidos siendo menores de edad no deberían ser considerados ilegales puesto que no habrían migrado por voluntad propia. El programa tenía como objetivo beneficiar a todos los menores de edad que habían ingresado a Estados Unidos a partir de esa fecha. Para 2023, 530.110 personas recibieron los beneficios de DACA (permiso de trabajo, seguro social, licencia de conducir) y más de 98.000 están aguardando litigaciones y resultados.
Pero el programa, como muchos otros, tiene sus falencias. Por ejemplo, DACA ofrece beneficios, pero no estatus legal, por lo tanto, hasta no cumplir la mayoría de edad y solicitar la residencia permanente, estos niños y adolescentes todavía son sujetos de deportación. Igualmente, DACA debe renovarse cada dos años y no todos los jueces a cargo de las renovaciones están de acuerdo con su implementación, por lo tanto, la renovación no está garantizada. Finalmente, el programa ampara solo a los niños llegados del 15 de junio de 2012 en adelante, dejando fuera a miles de inmigrantes que llegaron incluso un día antes.
En más de un caso, los niños bajo estatuto DACA desconocen que no son ni ciudadanos ni residentes permanentes, porque los padres omiten esta información hasta su mayoría de edad, lo que constituye un problema grave cuando es la ley la que les deja saber su estado real. Niños que llegaron siendo bebés conocen Estados Unidos como su único hogar y, en muchos casos, por decisión de los padres, no aprenden la lengua de éstos. Miles de personas han sido deportadas, aun teniendo DACA, por problemas leves como una infracción menor de tráfico y similares; dependiendo del Estado en el que vivan, ese tipo de excusas es suficiente. Así, miles de personas han llegado a sus “países de origen” ya siendo adultos, sin conocer ni siquiera el idioma y obligados a vivir en el lugar “de donde vienen”.

El segundo ejemplo es más grande y complicado, pero igualmente importante: Estados Unidos es, en esencia, un país multicultural conformado casi en su totalidad por inmigrantes. Nadie más que los nativos americanos son realmente “estadounidenses” y todos los demás han migrado de una forma u otra, por lo tanto, el nacionalismo americano y la supremacía blanca son chistes que se cuentan solos.
Sin los inmigrantes, Estados Unidos se moriría de hambre. Del cien por ciento de los trabajadores de la industria alimenticia, un treinta por ciento son inmigrantes con y sin permiso de trabajo. El restante setenta por ciento se ocupa del empaquetado, distribución y comercio de los alimentos. Es decir, ese treinta por ciento trabaja la tierra, cultiva, cosecha y está en directo contacto con el alimento que, después de numerosos procesos, llega a la mesa. Y si bien cada parte de ese proceso es vital, sin ese treinta por ciento de trabajadores, mayormente de India y México, no existiría comida para que el otro setenta por ciento llegue a procesar. En serio: sin los inmigrantes Estados Unidos moriría de hambre.
Muchas cosas están pasando en pocos días y es claro que a Trump le gusta ir por el factor de shock: aranceles, deportaciones en masa, envío de personas a Bahía Guantánamo… la idea es generar caos y miedo. Pero Trump se olvida muchas veces que para shock y despliegue también estamos los latinos.
Cuando regreso a mi departamento, la oficial ya no está. Supongo que nunca sabré a qué se refería su pregunta. Pero el ambiente tenso es el mismo en cada interacción desde el 20 de enero.
Vivo en frente de una taquería, el tipo más común de restaurantes en Texas, donde la población mexicana sobrepasa los 12 millones, cuarenta por ciento de la población total. Y se siente extraño decirles “migrantes”, porque hasta 1846 Texas era México… Normalmente la taquería Tacos El Jefe está llena en tres turnos: antes de las 9, cuando variedad de trabajadores de todas las razas se sientan para desayunar. Al mediodía, momento en que la mayoría se toma un minuto para descansar, comer y ver las noticias (al estilo de cualquier pensión paceña), y después de las 8 de la noche, cuando las familias se acercan por unos tacos de cena y se puede ver a niños correr y jugar alrededor de las mesas. La chica que toma las órdenes, cobra y sirve es bilingüe y esto viene muy bien porque en nuestro barrio la mezcla de razas es muy evidente y a todos nos gustan los tacos. Pero hoy y desde hace algunos días, la mayoría de las órdenes son para llevar. Nadie quiere sentarse y exponerse a que las temidas vagonetas negras de ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) aparezcan en el estacionamiento.
Los lugares de comida hispana se han convertido en focos de redadas y la gente, legal o no, tiene temor. Los trabajadores ya no toman sus minutos de descanso en esos sitios, pero hay varias camionetas estacionadas alrededor de la cuadra con hombres de distintas nacionalidades comiendo adentro. Han perdido su espacio seguro donde las noticias y los éxitos de Los Ángeles Azules se mezclaban con las conversaciones en distintos idiomas. Lo más probable es que todos esos trabajadores tengan papeles, pero últimamente la política de ICE es agarrar y luego preguntar y, entre tanta desinformación, el miedo es jefe.
Pero el miedo viene de los dos lados, porque al decir “[los inmigrantes] vienen a robarnos nuestros trabajos”, hay también un miedo a admitir que los inmigrantes son necesarios y que desempeñan un rol vital para la economía estadounidense. Hace unos días, un comediante decía: “No he visto a ningún inmigrante venir y decir manos arriba, dame tu trabajo y si así fuera, si realmente nos estuviesen robando los trabajos… ¿no robarían trabajos más interesantes? Porque no me imagino decir: Voy a cruzar la frontera para limpiar baños, para trabajar 14 horas al día bajo al sol, etc. Así que nadie nos roba nada, están tomando los trabajos que desesperadamente necesitan empleados y nadie aquí quiere hacerlo”. Es chiste, pero no lo es. No hay trabajos que robar, hay trabajos que desesperadamente se necesita hacer y quienes los toman son latinos, africanos, chinos, indios y otros que no tienen miedo de ensuciarse las manos.
Y no es solamente un dicho de las calles; es cierto que los estadounidenses no quieren tomar estos trabajos y la prueba es clara: existe una visa temporal para trabajadores agrarios diseñada exclusivamente para que inmigrantes vengan a trabajar la tierra. Si realmente esas labores fuesen asumidas por ciudadanos estadounidenses, no habría la necesidad de ofrecer visas de trabajo e incluso incentivos de estadía para inmigrantes.

Nadie migra en condiciones de incertidumbre porque quiere, nadie migra porque está en un lugar tranquilo y en una buena situación. Si algo de razón tiene Trump es cuando dice que “la gente viene a Estados Unidos porque sus países son un desastre”. La gente que migra lo hace en busca de mejores oportunidades, las mismas que durante años Estados Unidos se ha encargado de ofrecer, de decir que es “la tierra de los sueños”, el lugar donde todo es posible. Entonces, ¿por qué ahora los inmigrantes que hacen “América grande” no son bienvenidos?
La culpa no es enteramente de Trump, aunque sus ataques parecen más provocadores y complejos. De hecho, la política para reducir la migración y deportar masivamente a los inmigrantes indocumentados viene desde hace más de 20 años. Obama pidió a los inmigrantes ilegales regresar a sus países antes de ser echados, Biden continuó la propaganda: “México, quédate en casa”. Sin embargo, la política en todos esos casos fue clara: si eres un inmigrante indocumentado y cometes un crimen, no te queremos aquí. Quedaba abierta la posibilidad de que el resto de los inmigrantes que aportan a la sociedad, con impuestos y fuerza laboral y que no viven del Estado (pues no tienen la posibilidad de recibir ningún beneficio social) pudiesen encontrar caminos para la legalidad. Sin embargo, la política de Trump parece ser más extrema: no queremos (a casi ningún) inmigrante. Punto.
Y claramente hay millones de inmigrantes que no deberían sentir ningún temor porque han nacido aquí o ya son ciudadanos, pero la mayoría igual siente miedo. En estos momentos, primero se ven las caras y luego se pregunta por los papeles, especialmente porque Trump considera que la mayoría de inmigrantes caen en la misma bolsa.
Si un inmigrante que no tiene documentos entra al país por cualquier otra vía que no sea una frontera de control, sí ha cometido un crimen contra las leyes del país receptor. No así quien ha entrado con una visa temporal y extiende su estadía, aunque sí se encuentra al margen del estatus migratorio. La diferencia es fundamental: una persona que ha entrado con una visa podría cambiar de estatus: hacia una visa de estudiante, trabajo, una de residencia permanente (comúnmente conocida como green card) o una visa por matrimonio.
Un inmigrante que ingresó sin visa alguna no puede arreglar su estado legal, a menos que haya sufrido tráfico de personas. Hasta la administración de Biden había un esfuerzo para colaborar en el cambio de estatus legal, pero ahora es claro que los inmigrantes, sin importar su condición, no son bienvenidos. Que hay contradicción en esta postura lo muestra el caso del millonario Elon Musk. Este aliado de Trump es un surafricano que, al igual que millones de inmigrantes, incumplió los requisitos de su visa de estudiante, pues se puso a trabajar. Su ventaja, hoy, frente a miles de estudiantes en similar situación, es su dinero.

Sobrevivir a Trump siendo inmigrante, sin importar el estatus migratorio, no será sencillo. Principalmente por la política de miedo que se está instaurando en la sociedad a través de los supremacistas blancos, los nacionalistas y muchos latinos que han olvidado sus orígenes y cómo han llegado aquí.
Dividir y conquistar es la estrategia de Trump. En menos de un mes de mandato, el republicano ha intentado revocar el derecho de ciudadanía por nacimiento, pretendiendo que aquellos nacidos en los Estados Unidos de padres que migraron ilegalmente, pierdan su ciudadanía. También ha pretendido eliminar las ayudas universitarias que benefician a inmigrantes legales. Ha pretendido asimismo crear impuestos más altos para China y Canadá, en el intento de que los ciudadanos de esos países retornen a su país de manera voluntaria antes de enfrentar la deportación y así… Si bien ninguna de estas políticas ha pasado al senado, la mayoría por ser ilegal, el miedo está sembrado y la desconfianza se siente en el día a día.
Aunque los aranceles son cuestión más compleja y tienen que ver con el problema del narcotráfico y la falta de producción cien por ciento estadounidense en muchas industrias, no parece que se intente encontrar soluciones que no estén encabezadas por la demostración de poder y medir el tamaño de las espadas.
Según los reportes de prensa, las redadas son exclusivamente para criminales que están fichados y en áreas donde existe actividad delictiva. La prioridad de deportar inmigrantes que han cometido crímenes es algo en lo que todos coincidimos, pero las redes sociales demuestran que la prensa, como en todo lado, solo muestra una cara de la verdad. Constantemente hay reportes de presencia de ICE cerca de distritos escolares con mayoría hispana, barrios de inmigrantes como los “barrios chinos” que existen aquí al igual que en todas partes. Como la sombra con brillo dorado y voz gruesa que me tocó ver un miércoles, ésta se hace presente indistintamente en el norte y sur del Estado.
Claramente hay millones de inmigrantes que no deberían sentir ningún temor porque han nacido aquí o ya son ciudadanos, pero la mayoría igual siente miedo. En estos momentos, primero se ven las caras y luego se pregunta por los papeles.

Hoy es sábado y el mercado de productores está un sesenta por ciento vacío. La mayoría de productores son inmigrantes, seguramente muchos con papeles y alguno que otro sin ellos; pero todos aterrorizados por las redadas que, desde el segundo día de la gestión Trump, han comenzado en las principales ciudades.
La última ley aprobada por Trump permite deportar ciudadanos sin un juicio previo si es que han cometido un crimen, cosa que no suena tan mal en palabras, pero ocurre que sin el juicio se pierde el derecho fundamental de “inocente hasta que se pruebe lo contrario”. Además se incrementa el número de acciones comprendidas como crimen, por ejemplo, discutir con la policía podría considerarse alterar el orden público y es un crimen que normalmente no cuesta más que unas horas de servicio comunitario o una multa, pero ahora podría dar pie a la deportación directa.
Muchas cosas están pasando en pocos días y es claro que a Trump le gusta ir por el factor de shock: aranceles, deportaciones en masa, envío de personas a Bahía Guantánamo… la idea es generar caos y miedo. Pero Trump se olvida muchas veces que para shock y despliegue también estamos los latinos. Así lo demuestran las protestas y manifestaciones que comenzaron el lunes 3 de febrero. En la noche, a eso de las 11, recibí un mensaje de un amigo, corto y claro: Evita Tacos El Charly, mucha policía disparando balines de goma. Hace unas semanas, los mensajes que recibía de mis amigos eran memes, links a videos de gatitos en TikTok y festivales de cine donde deberíamos presentar películas de las que venimos hablando hace años. Ahora recibo esto. Y no es que tenga que esconderme, pero soy latina y, por lo tanto, en este momento mi seguridad no está garantizada del todo.
Admito que quería ir a Tacos El Charly, no porque sea el único lugar en este país de plástico que me recuerda a casa, sino porque sabía que las concentraciones de latinos serían allí y, considerando que existimos menos de 10 residentes bolivianos en la ciudad donde vivo, me hubiera gustado poner nuestra banderita en el mar de colores sud y centroamericanos. La protesta pacífica era parte del Día sin Inmigrantes.


El 17 de febrero de 2017, durante la primera administración de Trump y luego de que amenazara con la construcción del muro en la frontera con México, miles de inmigrantes se lanzaron a las calles para protestar. Con el paso de los años, el día se convirtió oficialmente en el Día sin Inmigrantes y se “celebra” el primer lunes de febrero; se invita a todos los inmigrantes, de donde sea que provengan, a no asistir al trabajo, demostrando así la importancia de la fuerza laboral migrante. Aunque al principio participaban únicamente los independientes, hoy son miles de empresas las que apoyan a sus empleados y les permiten ir a las marchas y concentraciones; incluso varios negocios cierran por el día poniendo anuncios de apoyo en sus puertas. Durante el gobierno de Biden se siguió celebrando el Día sin Inmigrantes, pero definitivamente el récord de asistencia se lo lleva este año. Millones de inmigrantes con banderas de sus países salieron a las calles marchando, cantando y bailando. Haciendo fiesta sin causar disturbios, demostrando que estamos aquí y nuestra presencia no puede ser pasada por encima y mucho menos ignorada. La noche terminó con algunos arrestos, pero, en general, incluso la policía parece respetar las concentraciones que hoy, algunos días después, siguen sucediendo en frente del Capitolio de Texas y otros puntos importantes. ¿Qué será de este país en los cuatro años que tenemos por delante?
América no está siendo más grande, porque América ya es enorme y multicultural. Hoy, Estados Unidos (no América) es la tierra del miedo, la xenofobia, el racismo y la discriminación y no hay nada grande en eso.