Las violaciones sexuales en tiempos de conflicto, ¿son actuaciones aisladas de un soldado descontrolado? En el caso boliviano, ¿son abusos de dictaduras del pasado? Para reflexionar sobre estas inquietudes se encuentra en cartelera la película nacional de Carina Oroza y Ramiro Fierro. ¿Podrá vencer esta historia a las poderosas producciones que están en las salas de al lado y enfrente?
“En un conflicto armado, probablemente es más peligroso ser una mujer que un soldado”. Lo dice Patrick Cammaert, un excomandante de División de la ONU citado en el informe de Unifem sobre la violencia sexual como táctica de guerra. De guerrilla y de golpes de estado también, hay que acotar, como se encarga de señalar la película boliviana La casa del sur guionizada por Carina Oroza y codirigida con Ramiro Fierro.
Es verdad que las violaciones contra mujeres y niñas –y niños– no necesitan de un escenario de guerra, que se producen también en tiempos de paz. Pero, dice Unifem, es un hecho que tales atentados son un arma de elección deliberada y no el producto del descontrol de algún soldado.
En la película boliviana recientemente estrenada (hubo un preestreno en 2021, pero de bajo perfil y más por presión de financiadores estatales que no entienden de tiempos correctos), la violación asoma, sí, como una táctica de los militares en su afán de perseguir a los subversivos. No se muestra, pero se sospecha lo que pasa con la mujer –la madre (Grisel Quiroga)– que los milicos detienen para interrogarla. Pero es sobre todo una acción masculina para humillar al enemigo que no es precisamente el guerrillero, sino las mujeres que están fuera del alcance y del poder que dan el uniforme o las armas.
Carina Oroza, que en la película tiende un puente temporal entre una dictadura del siglo XX y una actualidad de blogs e internet, tomó el micrófono al finalizar la proyección de preestreno en La Paz para decir:
“Y aunque este abuso de los poderosos contra las mujeres parece un tema antiguo, pondré algunos ejemplos al azar:
– Enero de 2025. Fuerzas Armadas abren investigación por la denuncia de violación contra una militar. La madre de la subteniente denunció que su hija trató de quitarse la vida.
– Enero de 2025. Tras denuncia por estupro, el (cantautor) Papirri deja de ser consejero de la Fundación (Cultural) del Banco Central de Bolivia.
– Año 2024. Los seguidores de Evo Morales ‘convulsionan‘ el país para evitar que lo detengan por abuso de menores”.
Así, continuó la cineasta Oroza, “que este abuso de poder sea cometido por hombres que portan uniformes o por personas que visten chompitas a rayas, es un tema pendiente”.
Y tal la importancia de una película para amplificar la mirada sobre ese pendiente aquí y ahora. No es una película perfecta, tiene problemas fundamentalmente de guion, de verosimilitud de situaciones de vida de los personajes; pero lo que plantean como central Oroza y su equipo –con solventes actuaciones de David Mondacca, Cristian Mercado, Alejandra Lanza y Piti Campos– sale a flote porque es importante y porque vivimos un momento que tiene que ser el propicio, porque lo que rebela a Carina Oroza está rebelando a muchas otras.
Ahí está el citado caso de Manuel Monroy, el Papirri. Y el reciente testimonio de Sonia Montaño, quien motivada por lo que se puede llamar el “efecto Cristina” –Cristina se llama la denunciante contra el Papirri– acaba de compartir, en su columna de opinión, algo que le pasó en su juventud y que pensó que nunca revelaría: que fue violada por paramilitares durante la dictadura de Hugo Banzer.

El informe de Unifem sostiene que las mujeres violentadas en escenarios de conflictos armados “desplaza, aterroriza y destruye a individuos, familias y comunidades enteras…”.
En La casa del sur, la presencia de la niña (Arwen Delaine) en medio de militares hace temer lo peor. A ella le preocupan sus animales, conejos y gallinas que, en efecto, van a ser devorados por los uniformados; pero algo así como un imaginario colectivo eleva la tensión que probablemente no es parte del guion. Hay un miedo que no tiene que ver con el disparo de armas de fuego o golpes.
Las supervivientes, sigue el susodicho informe, “pueden sufrir traumas emocionales y daños psicológicos, lesiones físicas, embarazos no deseados…”. Además, “los costes y las consecuencias perduran durante generaciones”.
En la película boliviana, la violación hiere a una familia de mujeres. La madre y la niña salen al exilio; la niña no quiere volver más a esa casa, a ese pueblo, a ese país, y de adulta (Piti Campos) parece estar huyendo siempre y no ser feliz; la tía (Alejandra Lanza) ha abandonado la música, la poesía, y está muriendo en soledad, salvo por la compañía de un campesino (David Mondacca).

Y ¿qué habrá sido del militar (Cristian Mercado)?
“No hay una cultura de la violación; lo que hay es una cultura de la impunidad”, afirma Margot Wallström, representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre la violencia sexual en los conflictos. Una impunidad que tiene que ver con el manejo del poder y la justicia, por supuesto, pero también, como es el caso de la familia de la casa azul, con el silencio, con la vergüenza, con el deseo de olvidar y con el no saber.

Hazaña de soñadores
Dijo Carina a los invitados al preestreno: “Mi trabajo y el de Ramiro (Fierro) ya está hecho. Si de La casa del sur les gustó el paisaje, la música, el maquillaje, si son fans de los actores, tomen acciones. ¡Inviten, convenzan o compren entradas!”. Será la única forma de que “sobreviva frente a grandes monstruos que están en la sala de al lado y la sala de enfrente. Cuando ustedes y nosotros crucemos esa puerta nada dependerá de aplausos sino del mercado. Se trata de una lucha contra el tiempo. Un día sin público es un día menos” de permanencia en cartelera.
No es tarea fácil hacer una película. Quizás por eso, Carina escuchó en estos días que la llamaron muchas veces “soñadora como un halago”. Y “si bien el llamado de El Alma es fuerte, y Ramiro, mis hijos Inti y Marina lo sentimos, éste es un trabajo al que quisiéramos dedicarle tiempo completo; pero es un trabajo en la industria más cara y difícil y nacimos en el país equivocado. Y aun así, tercamente subsistimos”.
Pero “no somos soñadores que miran el sol ocultarse en la montaña. La montaña la escalamos pasito a pasito y quedamos exhaustos de trabajar largas jornadas”. Es más, “en este caso, Ramiro y yo, como directores hemos creado la montaña, escribiendo el guión, inventando situaciones, convocando gente, dirigiendo, editando, posproduciendo y también garantizando que los recursos conseguidos o propios sean los suficientes como para no deber nada a nadie, ni antes ni ahora. Por que eso de hacer cine a costa de la estafa es bien wácala”.
La película está en las pantallas nacionales a la espera de que bolivianos y bolivianas la vean: para evaluarla, claro, pero sobre todo para saber, para recordar, para denunciar si es el caso, para que –como sostiene el feminismo– la “vergûenza cambie de bando”.