Casas espaciosas de jardines amplios. Esta realidad de las viviendas cruceñas es, dice el escultor yungueño, la contraparte perfecta para crear piezas, incluso monumentales, con la certeza de que hallarán su propio espacio.
Sonidos de motosierras, aserrín, polvo, manos ágiles, maderas duras y blandas, golpes precisos y miradas curiosas. Entre varios artistas partícipes del reciente Simposio Internacional de Escultores, trabajando con máscaras en un espacio abierto, ahí está Juan Bustillos.
De perfil sencillo y generoso, capaz de dialogar con diversos materiales, Juan Bustillos es un escultor y gestor cultural oriundo de Yungas (La Paz), cuya visión expandida aúna la vertiente del hombre del altiplano con los dones del que vive cerca de la Amazonía. Además de haber sido influido también por la cultura de Japón, radica en Santa Cruz desde hace 45 años.
En ese crisol que es la capital oriental, Bustillos se ha consolidado como uno de los notables artistas de la escena boliviana y un referente cuando se habla de escultura.
La alquimia que llevó al artesano Juan a convertirse al arte ocurrió gracias a una afortunada coincidencia: su traslado a la vieja Santa Cruz de los 80, el Taller de Artes Visuales al que entró en 1983, y la experiencia decisiva de conocer a Marcelo Callaú (1946-2004).
Hace no mucho, el escultor se refirió a Callaú de manera generosa durante un conversatorio público durante la Feria de Arte MIRÁ (mayo, 2024): “El más universal de los artistas que ha dado Bolivia”, dijo. De Callaú le fue transmitido el amor por la madera que el oficio artesanal de tallador no había alcanzado a despertarle.
“Cuando encontré el Taller de Artes Visuales, transformó mi vida, comencé a ver todo a colores. Estuve trabajando sólo con madera durante unos veinte años”. (Bustillos, 2024).
Pero el mérito de Bustillos reside en no haberse adormilado bajo la frondosa sombra de su mentor, y de ir adonde fuere necesario para proseguir su formación, lo cual lo llevó becado hasta Japón en 1993 donde aprendió sobre vaciado en bronce. Luego retornó a Santa Cruz y con el tiempo equipó su taller.
Hasta el día de hoy, su vida en Santa Cruz transcurre agitada por actividades ligadas a su arte, pero suele encontrar tiempo para atender a los amigos o apoyar iniciativas de otros. Vive junto a su compañera Yasuko Kitayama, con quien comparte diversas aspiraciones. La característica de su doble vocación, como productor de arte y al mismo tiempo como gestor cultural independiente, le permite trabajar sin ser asalariado, eligiendo sus tiempos y metas.
¿Le ha influido la cultura japonesa –su esposa es de ese país– en su modo de vivir?
A Yasuko la conocí en Santa Cruz, ella trabajaba acá como voluntaria de la Cooperación Japonesa. Después retornó a Japón. Luego yo fui a visitarla. Estuve cerca de dos meses viajando por ese país sin saber hablar ni japonés ni inglés; fue interesante. Visité muchos museos. Observé el sentido de disciplina de los japoneses, su estética, la naturaleza, la forma de ser de las personas. Conocí la escuela de escultura en Japón, después hice gestiones y logré una beca de cien días para estudiar allá a inicios de los noventa.
Luego retornó a Santa Cruz, donde no había propiamente un taller para fundir en metales, ¿verdad?
Sí, así es, en Japón aprendí la fundición en bronce. Traje esa técnica a Santa Cruz y me tomó un tiempo hasta montar el taller de fundición cerca del año 2000.
Antes de sumergirse en la escultura, venía de ser tallador de madera, trabajaba como artesano, ¿cómo define la diferencia entre el arte y la artesanía?
Me ayudó mucho porque la técnica de tallar en madera ya la conocía. En la artesanía es más utilitaria la cuestión del diseño y tallado de muebles, pero la técnica es la misma. Lo que cambia al ser arte es que se acomoda de diferente manera, tiene otros fines, el arte tiene otros marcos.
Cuando va a hacer una escultura de madera, ¿comienza por forjar una idea en su mente o deja que sean los materiales los que definan las formas a las que llegará?
Hay métodos diferentes de trabajo; generalmente, mientras más nuevo uno es, más se deja llevar por las formas previas. En algunas ocasiones se parte de un trozo de madera y uno se deja guiar por su forma. Y hay momentos en que uno parte de una imagen diseñada y busca el pedazo de madera para esa forma. La otra manera es que se dialoga con el material cambiándole el contexto del tronco. Hay como tres maneras de trabajar, por lo menos para mí.
Después de todos estos años, desde 1983 cuando comenzó en el arte, ¿cuál es la búsqueda que sigue impulsando su obra?, ¿qué es lo que continúa motivándole a producir?
Siempre he querido difundir mi obra en el espacio público. Que no necesariamente la gente tenga que ir a la galería para ver mis obras, sino que las encuentre en las calles. Por eso he hecho varias obras de mayor tamaño, para que se puedan quedar en la vía pública, buscando un impacto visual. Por ello las muevo de diferentes maneras. Un año, por ejemplo, llevé obras en un tráiler abierto, de Santa Cruz a La Paz, y nos fuimos deteniendo en los pueblos y las expusimos en la carretera. El público y los choferes pudieron ver las obras, ha sido inusual. Así fue hasta llegar a la calle Comercio en La Paz, donde las expusimos también. Y por allí pasan miles de personas al día.
Al igual que los muralistas en Bolivia, particularmente después de la Revolución del 52, Juan Bustillos buscó salir de las paredes de la galería y dirigirse hacia quienes no tenían por qué saber nada de arte. Sin embargo, en la obra escultórica de Bustillos no hay consonancia con un proyecto político, ni deseo de ilustrar la lucha de las clases trabajadoras o de invocar una revolución social en proceso; su arte es en general figurativo y busca dialogar con los espectadores a partir de signos familiares, como los animales –bueyes, vacas y caballos–, o rostros, mujeres embarazadas o torsos desnudos. Lo que pone a la vista en la calle son volúmenes, obras tridimensionales que modifican la vivencia del espacio donde están sitiadas.
¿Cómo concibe la relación de los transeúntes con la escultura en espacios públicos y qué es lo que considera que una escultura les aporta? Es decir, ¿se trata de una cuestión de belleza estética que mejora el paisaje urbano? O ¿le podrá cambiar la forma de ver el mundo a las personas, como postulaba Roberto Valcárcel en su concepto de arte contemporáneo?
Yo simplemente encontré una forma de expresión en la escultura. En las obras que hago, siempre pienso en mí primero, ya que pondré todo mi conocimiento en hacerla. No pretendo que cambie la vida a las personas. Puede que a algunos logre entusiasmarlos por la belleza o por lo grotesco. A lo mejor es solamente una habilidad manual lo que logro. Pero si hay alguien que encuentre algo más en mis obras, me siento satisfecho. Por lo demás, creo que el espectador no tiene obligación alguna. Puede ver la obra o pasarse de largo. El impacto será algo de cada uno. De hecho, si uno mira algunas de mis obras en espacio público, como los toros, su textura no tiene nada de reconocible en el toro real; son obras logradas de desechos industriales, la idea ahí es aprovechar el bronce y el aluminio. Pero volviendo a lo que le aporta la escultura a los otros, considero que puede ser un elemento a nivel espiritual. Todos necesitamos también de la parte espiritual en el día, luego de haber cumplido ya con nuestros trabajos.
Esto último me lleva a preguntar sobre la materia prima con la que trabaja, particularmente en el caso de la madera. ¿De dónde la trae, cómo la consigue en Santa Cruz?
Toda es madera que recojo de la ciudad y que ha caído por los vientos o por las construcciones del crecimiento urbano. Hay todavía bastante madera que se puede recoger; lamentablemente, están cayendo muchos árboles en esta ciudad y es algo que preocupa bastante. pero ninguna madera que hemos trabajado en estos años vino del bosque.
Recuperamos árboles de la ciudad como el cupesí, toco, trompillo y tipa. Y así, de la mano de escultores de diferentes rincones del país, en 2013 por ejemplo, el fruto del encuentro de jóvenes escultores fueron 15 esculturas de algarrobo (cupesí) donadas a la ciudad y emplazadas en cuatro bibliotecas de barrio, que forman parte del patrimonio escultórico cruceño.
Ejti Stih, cabeza de Manzana 1, espacio con el que se organizaron los encuentros internacionales de escultura, resalta el trabajo de recolección que realiza Bustillos: “Toda la madera es de los árboles tumbados en la ciudad y recogidos durante años por Juan. No creo que reciclaje sea un término adecuado para este caso, porque fue más bien como revivir a los caídos”. (Stih, 2012). Es un sentir que recuerda una frase de Alejandro Casona, citada en ocasiones por Juan: “Los árboles mueren de pie, los caídos vuelven en forma de esculturas”. *
En septiembre del 2009 se inauguró el Paseo del Bosque Certificado o Paseo de las Esculturas (Canal Isuto, entre tercer y cuarto anillo), lugar para ubicar permanentemente aquellas esculturas creadas en mencionados encuentros internacionales.
El Quijote es una figura que Juan Bustillos ha materializado y que se luce en la Manzana 1 de Santa Cruz.
Las obras pequeñas ¿le permiten hacer mayores detalles o lo logra mejor en las obras grandes?
Las dos pueden permitir lo mismo, porque también el material que estoy usando en el caso de la fundición, me permite hacer detalles mínimos, como pueden ser huellas digitales o texturas de piel. Pero en el acero, que es soldadura, eso ya es desecho industrial y viene tal cual.
Cada año se da tiempo para organizar eventos para más artistas o para formar a jóvenes aprendices en su taller. ¿Cómo trabaja la gestión en el diagrama de su obra?
La gestión siempre sale de la mano de lo que pueda lograr en lo personal; si yo puedo vender mis obras, tendré un poquito más de holgura para dedicarme a la gestión. A veces quiero renunciar a la gestión, pero no puedo, porque inmediatamente ya he empezado a hacer otra cosa o en algo me involucré. Tengo que abandonar el taller en esas épocas.
¿Por qué es importante un encuentro de artistas?
Lo que buscamos es que más personas hagan escultura. Los escultores con relación a los pintores somos siempre muy pocos. La escultura presenta otro tipo de dificultades a quienes comienzan. Y cuando se es joven en el oficio, necesariamente se debe confrontar la obra con el público y con el colega, que tiene el mismo objetivo. Trabajar en el mismo espacio con las mismas ventajas es una prueba de fuego y esta experiencia ha sido sin duda una enorme escuela de aprendizaje para los noveles escultores. Los días de trabajo juntos son de intercambio de culturas y de técnica. Nos gusta pensar que construimos experiencias de amistad y arte.
¿Considera que la actividad cultural es muy dispersa en Santa Cruz?
Pienso que como Santa Cruz creció tan rápido, esta ciudad es como un crisol, y en este crisol se están cocinando muchas manifestaciones. Hay artistas que aparecen de pronto, que vienen a afincarse a esta ciudad, otros que han llegado hace tiempo, y cada quien está poniendo su granito de arena y uno va haciendo… Por el carácter creativo e individual del arte, es difícil aglutinar en asociaciones, no sé, unos gremios, porque yo creo que está bien trabajar así, por cuenta propia, a no ser que sean elencos de teatro que tienen que andar juntos. En mi caso, yo solamente me asocio con alguien cuando hay que hacer un trabajo de gestión. Por lo demás, en mi obra yo creo que es mejor trabajar individualmente.
¿Cómo ha cambiado el hacer escultura en Santa Cruz en estas décadas en que usted ha sido testigo y protagonista?
Desde que empecé en 1983, Santa Cruz ha cambiado radicalmente en cuanto cantidad y calidad de artistas. La única galería que existía era de la Casa de la Cultura y ahí una exposición se quedaba hasta que aparecía otra. La ciudad tenía como 200.000 habitantes, ¿no?, y con el crecimiento ha crecido la demanda de arte. La gente ha empezado a conocer y a exigir también más calidad. Eso es importante para la promoción del arte.
¿Cómo ve la escena cultural cruceña para la escultura específicamente?, ¿qué es lo que se ha ido modificando desde que iniciaron los simposios de escultores el año 2012?
Siempre he estado ocupado en que Santa Cruz se convierta en la ciudad donde se haga más escultura, porque tenemos todas las condiciones para hacerlo. Tenemos el clima, el espacio, tanto el físico para trabajar como espacios en las casas, porque todavía vivimos en casas grandes, con jardines o livings amplios. Entonces, la gente que quisiera comprar obras de buen tamaño, todavía no tiene problemas para ubicarlas. Cuando la ciudad se densifique más y la gente viva sólo en edificios de departamentos, entonces va a comprar obras de 20 centímetros. Por ahora, yo no tengo problema en soñar con una escultura de seis metros, la hago nomás y seguro encontraré a alguien que me la compre. Esta ciudad está para eso. Y aparte, hay mucha madera en la ciudad, entonces el material está casi gratis; en la Chiquitanía hay cualquier cantidad de madera y de piedra granito que no se aprovecha aún en la ciudad. Y por el clima, uno puede trabajar en su patio hasta altas horas de la noche. Es una ciudad que se presta para hacer escultura. Por eso trato de que la escultura suceda, siempre que haya una oportunidad de hacer o de exhibir escultura, yo voy, aunque sea ad honorem.
* Citado por Juan Bustillos en Catálogo del III Encuentro Internacional de Escultores en madera certificada FSC 2010. Manzana 1 Espacio de Arte, junio 2011.