Este texto es el ganador del IV Concurso de Crítica Amateur convocado por la revista Rascacielos, la Red Boliviana de Periodismo Cultural y el Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz).
Fotografías de Sandra Taborga
De entre los escombros de la escenografía que yace tumbada en medio del escenario se escucha una voz y en el teatro se apagan todas las luces, menos una. Aún enterrada bajo la escenografía que se le ha caído encima, una payasa empieza a soliloquiar. Proclamando trágicos versos de la obra La Celestina, de Fernando de Rojas, esta payasa se queja del mundo, del destino y del amor: lo hace por varios minutos, hasta que, como si estuviera saliendo de un trance, gira la cabeza en silencio
y mira a las personas que la rodean.
“Che, vos, ¿dónde estoy?”, pregunta confundida a alguien del grupo de espectadores que ocupa uno de los asientos que la rodean en el escenario, mientras otros siguen lo que ocurre desde la platea, el anfiteatro y la galería. A partir de ese momento, la obra deja de ser de una persona y se vuelve una constante interacción entre la actriz y el público.
“Yo soy Lita”, proclama la payasa, presentándose ante el público mientras
intenta desenredarse y liberarse de sus ataduras. Pronto entendí que la obra que
estábamos presenciando no era sobre La Celestina, ni sobre Calisto y Melibea, era
sobre Lita. “¿¡Vinieron a ver La Celestina!?, ¿por qué quieren ver una obra tan triste?”, le pregunta al público, aún tendida en el suelo, atrapada bajo una escenografía que se ha vuelto su cárcel; en su voz se escucha la tristeza de una payasa resignada ante el destino que le tocó.
El teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez ahora se siente como una caverna, y yo me siento, junto a Lita y a los demás presentes, atrapado en un limbo entre la vida y la muerte, entre el amor y el desamor, entre la tragedia y la comedia.
“¡Santiago!”, grita Lita llamando a su amor. Sin recibir respuesta, empieza a conversar con el público sobre cómo se siente que alguien te rompa el corazón. Y entre cada pregunta dirigida a algún espectador, cada conversación que tiene con el público y cada chiste que Lita hace a lo largo de la obra, pedacitos de La Celestina van deslizándose y empiezan a contar la historia de Calisto y Melibea con una sutileza magistral. Y es que, a pesar de no estar presentes en carne y hueso, los personajes de la clásica obra española hacen sentir su presencia en ese teatro, como espectros que persiguen a Lita cada segundo que está en ese escenario.
El teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez parece una caverna y yo me siento atrapado junto a Lita y los demás presentes en un limbo entre la vida y la muerte, entre el amor y el desamor, entre la tragedia y la comedia.
“Mundo, me pareces un laberinto de errores”, repite Lita a lo largo de la obra, cumpliendo su rol de actriz, repitiendo palabras que no son suyas, como una marioneta a merced de un viejo escritor español que lleva más de cuatrocientos años muerto. Y aún así, como buena actriz, toma control de Calisto y Melibea, tanto figurativamente como literalmente, manejándolos como marionetas, con dos muñecos de trapo, para finalmente recrear sus muertes dejándolos caer sobre el suelo, dándole fin a la historia de amor que nos había venido contando durante toda la obra.
Pero esas no son las únicas marionetas con las que Lita se divierte en el escenario. Esa noche, Marcelo, Mariana y Camilo, escogidos de entre el público por Lita, fueron los cómplices de la payasa, ya sea porque precisara ayuda para escapar de ese lugar o simplemente porque la desdichada payasa necesitaba un poco de compañía.
A pesar de los esfuerzos de Marcelo por desatar a Lita, de Mariana por arrastrarla de un extremo del escenario al otro, y de Camilo por mover la escenografía, no era difícil darse cuenta de que el destino de Lita no iba a cambiar. Y así fue. Terminando la obra, volvió a echarse en el centro del escenario recitando nuevamente versos de La Celestina, lista para su muerte. Tal como a los personajes de la obra, ahora a Lita le tocaba morir; pero no lo haría sin antes llamar a sus fieles acompañantes a recostarse y morir junto a ella, en el suelo de ese escenario, bajo el peso de la escenografía de una obra de teatro que ha escrito alguien más.
“Todo es contienda”: con estas tres palabras resume Lita el clásico de Fernando de Rojas, y las repite a lo largo de la obra, dejando una de las enseñanzas de La Celestina grabada en las cabezas de todos los presentes. Todo es contienda. La vida es una constante lucha entre aquellos que aman y aquellos que no quieren ser amados, entre actores y espectadores, entre la vida que uno que quiere y la que le tocó vivir; la vida es una constante contienda, un laberinto de errores y lecciones que nos llevan por caminos desconocidos, que nos hacen pasar por teatros que nos cuentan la historia de una aburrida obra de teatro española del siglo XV: una historia
de amor tan antigua como la humanidad misma, pero aún tan vigente que todavía
parece resonar con cada persona que estuvo en ese teatro. Porque, como pregunta Lita mirando al público que la rodea, “¿quién aquí no ha amado?”. Y quién mejor, para darnos una lección de vida y de lo que es el amor, que una triste payasa que está por morir.
La Celestina: Tragicomedia de Lita es una pieza única que ofrece una experiencia diferente a lo que se suele esperar de una obra de teatro. La intertextualidad de la obra, contando la historia de La Celestina mediante las conversaciones de Lita con el público, ofrece una perspectiva sumamente rica —y muy divertida en su ejecución—, de la obra de Fernando de Rojas. Y lo hace creando una nueva historia en el proceso: la de una payasa atrapada bajo una escenografía que se le ha caído encima, la de alguien que enfrenta el final de su vida y sufre por su amor y su soledad. La tragicomedia de una única actriz se vuelve un trabajo colaborativo con otros tres actores improvisados y con todos los demás presentes que deben interactuar con la pobre payasa.
En la obra de David Piccotto, interpretada por Julieta Daga, está presente aquello que es tan difícil describir pero que hace especial al teatro y que lo distingue de cualquier otro tipo de arte; está presente en la espontaneidad y la creatividad de la actriz, en la complicidad que ésta tiene con el público, y en la intimidad que se genera dentro de ese teatro. El público deja de ser el público y una obra como La Celestina deja de ser lo que prometía ser.
Ahora estamos todos encerrados en este lugar, juntos en esta contienda. Veamos cómo salir.
Ficha técnica
Título: La Celestina, tragicomedia de Lita
Dirección: David Piccotto
Actriz: Julieta Daga (Argentina)
Diseño de vestuario y escenografía: Santiago Pérez
Música original: Juan Andrés Ciámpoli
Diseño Lumínico: Lilian Mendizábal
Asistente de dirección: Mariela Ceballos
Argumentos del Jurado
El jurado conformado por Karmen Saavedra, Andrés Peñaloza y Mabel Franco eligieron esta crítica de la obra presentada el 13 de mayo en el Teatro Saavedra Pérez porque “permite al lector situarse en la función mediante la detallada descripción de la puesta en escena, de la actuación, del acontecimiento teatral y de la atmósfera creada entre la presencia de los espectadores y el espacio de representación. Asimismo, el autor pone en relación y en contexto La Celestina escrita por Fernando de Rojas en el Siglo XV con la propuesta dramatúrgica del director David Piccott. Por otro lado, el autor de la crítica genera una reflexión poniendo en relación lo artístico, la temática abordada en la adaptación libre y el entorno social, reflexión que no termina con una aseveración, sino invita a múltiples significaciones”.
- Ian Belzu. Es diseñador gráfico. Se presentó al IV Concurso de Crítica Amateur de Teatro con el seudónimo de Annie Bluez.