Texto Jorge Luna Ortuño
¿Cómo vence la muerte un artista? Pues por su obra capaz de trascenderla. ¿Cómo se comunica el espectador de hoy con ese artista? Pues gracias a que hay alguien que imagina una exposición como algo más, mucho más, que una reunión de piezas.
En pleno Casco Viejo de la ciudad de Santa Cruz, en el excolegio Santa Ana, las esculturas de Marcelo Callaú (6 de septiembre de 1946–3 de mayo de 2004) ocupan un amplio espacio. Como los ventanales de la antigua capilla son amplios, las obras reciben la luz natural y pueden ser vistas incluso desde la calle Ballivián.
Esta exposición de homenaje al artista que introdujo la escultura contemporánea y el arte abstracto en Santa Cruz fue el punto más destacado de la tercera Feria de Arte, Diseño y Arquitectura Mirá (9 al 29 de mayo). Mirá es una plataforma que busca acelerar el encuentro entre coleccionistas y consumidores del arte con la oferta de parte de galerías de arte privadas y de artistas independientes, tanto a nivel local como nacional, además de marcas de diseño y decoración de interiores.
El alto techo de más de cuatro metros, las paredes blancas y el piso cuadriculado en blanco y negro –semejante a un tablero de ajedrez– ofrecieron un entorno enigmático con el cual dialogó esta muestra abreviada de esculturas, con obras de las distintas fases de la producción de Callaú en casi cuatro décadas. La curaduría y organización estuvo a cargo de Cecilia Bayá Botti, directora de la Fundación Marcelo Callaú, en colaboración con familiares del artista, y se basó exclusivamente en obras de coleccionistas que fueron prestadas para la ocasión.
Bayá trabajó de manera cercana con el artista en vida, que partió de este mundo repentinamente cuando iba a cumplir 58 años. Desde entonces, la curadora ha gestionado la impresión de publicaciones sobre la obra del escultor, como el destacable libro Marcelo Callaú, razón y emoción (2014), impreso en formato de lujo y con un formato que emula la forma de uno de los cubos geométricos del artista. De igual manera, Bayà ha trabajado en la puesta en valor de este legado artístico a través de diversas exposiciones, cuyo mayor logro el año 2011 es haber firmado un acuerdo para una muestra permanente en la Sala Ayoreode del Centro de la Cultura Plurinacional, una de las mejores infraestructuras que se podría haber conseguido en Santa Cruz para preservar obras en madera de gran formato. Cabe citar también la exposición que había organizado la curadora hace un par de años, Obras inéditas (2022) en la Casa Melchor Pinto, con pequeñas esculturas y pinturas que no eran muy conocidas.
“Marcelo Callaú: A veinte años de tu partida estás aquí, en cada una de tus obras”, señaló la curadora en las palabras inaugurales. Bayá no dejó de resaltar el apoyo que recibió de parte de la familia del artista, también presente en el conversatorio de homenaje que se realizó en el mismo espacio.
Tanya Callaú, sobrina del artista, llegó del exterior para la muestra homenaje y para integrarse al directorio de la Fundación Marcelo Callaú en representación de la familia.
La posibilidad del encuentro
De los creadores notables se suele decir que perseveran como presencias en el mundo a través de sus obras. Para el mundo de los vivos se abre así la posibilidad de una comunicación con aquellos, además de quedar abierta otra posibilidad como es la de visitarlos a través de exposiciones póstumas.
Si bien algo de la energía y la corriente eléctrica que los animaba se siente recorrer la sala –como en este caso, de Callaú–, también algo varía: aquello con lo que se dialoga ya no es una persona sino algo que se ha multiplicado; el artista se ha disuelto en el vacío, está en el espacio entre las obras, como hilo conductor y ahora nos comunicamos con una singularidad impersonal, una atmósfera, un clima, un temperamento, una tonalidad de pensamiento, un sentido del humor, o cierta sensibilidad peculiar en el trato con la materia.
De manera muy enigmática, al entrar a la sala de Callaú, lo primero que atrae la visión del espectador es un gigante aro circular de madera, posado en un pedestal de color oscuro, colocado en el centro de la sala. La obra se titula Infinito y está conformada por diversas maderas reunidas en una sola pieza que parece remitirnos a una idea de portal, una invitación para mirar de otra manera. La obra fue uno de los lugares favoritos de los visitantes de Mirá: se tomaron fotografías y seguramente aprovecharon su función didáctica para apreciar el diálogo que la escultura entabla con el espacio en su conjunto.
A un costado, cercana a la pared, se encuentra otra obra muy llamativa; se trata de la imponente y delgada figura de una mujer con alas, con una altitud mayor a los dos metros. Se trata de Mujer ángel (1996). Al verla, la artista Ejti Stih recordó que el extinto Cine Bella Vista –que estaba frente al estadio Tahuichi Aguilera– exhibió la pieza durante largos años en el descanso interior de las gradas; esto está corroborado por el libro-catálogo de la obra de Callaú publicado por Cecilia Bayá el 2006, con el apoyo del gobierno municipal cruceño.
Callaú fue un impulsor de nuevos espectadores para un arte del futuro en Santa Cruz. Intentaba inculcar en ellos algo más que el aprecio por la técnica en el tratamiento de las maderas, o la plasticidad de las formas o la riqueza de las texturas ondulantes; los invitaba a detenerse y mirar.
Para realizar una exposición bien lograda de Marcelo Callaú, habrá que tener muy presentes las palabras del belga Félix Roulin, quien fue el maestro y mentor del artista cruceño cuando realizó sus estudios en La Cambre en Bruselas:
“Se trata de esculturas hechas en perspectivas, elaboradas en una madera magnífica que acaba por emocionarnos y desconcertarnos. La estructura y vena evidente de estas maderas, sean amarillas o café, rojas o negras, no pueden equivocarnos. Nuestra vista está expuesta a la ilusión creada por el juego en el espacio que es, en este caso, la verdadera invención del escultor, y que es la dimensión mágica de estos objetos”. (Roulin, 1992).
Cabe recalcar esta idea: la invención de Callaú es “la ilusión creada por el juego en el espacio”, lo cual expande la labor del artista a una consideración mucho más aguda de la mirada del espectador. Callaú fue un impulsor de nuevos espectadores para un arte del futuro en Santa Cruz. Intentaba inculcar en ellos algo más que el aprecio por la técnica en el tratamiento de las maderas, o la plasticidad de las formas o la riqueza de las texturas ondulantes; los invitaba a detenerse y mirar algo inusual, algo diferente a lo que nos permite apreciar el ojo a primera vista. Su contacto con el arte que se estaba exhibiendo en museos de Europa, las vanguardias artísticas, y el haber sido testigo presencial de la famosa revuelta estudiantil de Mayo del 68 en París, abrieron su mente y lo impulsaron a recorrer la distancia que atraviesa de la fase figurativa a la fase abstracta en su obra.
La curadora demostró su pericia en este sentido, al ubicar una de las figuras geométricas de gran tamaño en el fondo de la sala, una de las obras que podríamos llamar los “sólidos metafísicos de Callaú”. Se trata de una figura de delgado espesor, que gracias al colocado de una luz nadir o de contrapicado, acrecienta su apariencia de ser un volumen sólido. Ya lo comentaba otro gran admirador de la obra del cruceño, Francisco Montes Valdés:
“Luego el juego de luz y sombra sobre el pedestal, compensará la dramática inspiración, porque las sombras juegan en sus piezas un papel activo. La superposición de luces artificiales y sombras artificiosas a modo de cambiante montaje en el espacio imaginario de las salas les otorga angulares inusitados”. (M. 1992).
Este efecto podrá apreciarse mucho más en la mencionada exposición permanente del artista, donde además las obras descansan sobre superficies irregulares de arena, lo que hace variar la línea de base y de horizonte. En general, todos estos juegos de artificio se prestan a la magia que Callaú admiraba desde niño, cuando observaba a su papá Tomás trabajar en la carpintería de la familia y convertir los troncos de árboles en tablas de madera, y que con esas tablas daba forma a mesas, sillas y otros muebles. Detonó así en su mente la posibilidad de la transformación de la madera. Luego, en la etapa de madurez de su obra, introdujo todos los artificios posibles de la ilusión óptica. Resulta notable la impresión de levedad que supo añadir a las piezas, tratadas con las más variadas maderas (tajibo, mara, verdolago, cuchi, almendrillo, cedro, nogal…).
En suma, la sala nos ofrece destellos, vislumbres de la poderosa capacidad imaginativa de una obra, la obra de toda una vida. No se puede dejar de mencionar la presencia de los famosos torsos desnudos, orientados de espaldas hacia las ventanas de la calle. Tampoco los cuadros escultóricos de la serie Eclipses. Qué lejos quedaron aquellos días de la adolescencia del artista, cuando empezó pintando cuerpos desnudos que colocaba en su habitación, y que después serían puestos en exhibición en el corredor de la Ballivián por su mamá Ruth Campos, en franco gesto de respaldo.
En aquel tiempo ese muchacho que tan solo tanteaba la realidad, sintió gran alegría de que su barrio no lo rechazara y más bien lo incentivase. Hoy en día, el nombre de Callaú es sinónimo del más alto arte que se haya producido desde estas tierras y dueño de una obra que no dejaremos de descubrir durante largo tiempo en su plena actualidad.