Jorge Luna Ortuño
Rayar o romper un libro puede parecer una osadía. ¿Y si ese libro es La Ilíada? ¿O Bodas de sangre? ¡Un sacrilegio! Pero hay intervenciones que representan una liberación, una búsqueda de nuevos sentidos por la vía de la belleza. De eso se trata Caligrafías, la muestra que se aprecia en La Paz y que se quedará hasta enero de 2024.
Atractivo, multifacético e incluso relajante puede ser el arte que realiza la artista brasileña Ligia D´Andrea, residente en La Paz desde 1993. Comenzó esta práctica hace más de cinco décadas, desde su llegada al Viejo Mundo para proseguir su formación como artista. El proceso creativo que la mantiene activa puede sintetizarse en esta frase suya: “Siempre atrapada fraccionando el espacio para salir de lo bidimensional”. Un nuevo capítulo de esa larga fuga aparece con la noticia de su más reciente exposición en el Espacio Cultural del BNB en La Paz (vigente hasta enero 2024). Una oportunidad inmejorable para encontrarse con una artista cuya trayectoria la coloca entre las más representativas que habita en nuestro país.
La exposición Caligrafías que curó Cecilia Bayá Botti es, para empezar, un regalo para el público paceño, en especial los paladares más finos sabrán degustar las disposiciones colgantes, etéreas, que junto con la sobria iluminación transmiten una sensación de levedad y elegancia minimalista. De haber visitado la sala el mismo Milán Kundera, probablemente hubiese revisado los preceptos generales de su deliciosa novela La insoportable levedad del ser.
La historia previa
¿De dónde vienen estas obras de Ligia D´Andrea, en las que los plegados y costurados con los papeles se entrelazan con finos juegos de hilados a colores?
En su hogar Ligia D´Andrea vive acompañada de un mundo flotante de objetos intervenidos y de líneas multicolores, una constante inspiración que alienta su vocación creativa. Nos cuenta que cuando necesita despejarse del trabajo que realiza para ganarse la vida, o simplemente por ánimo de divertirse, comienza a reescribir sobre algunos de sus libros; les hace dibujos, traza figuras geométricas de colores que se superponen entre sí. Repite una misma oración cual si fuera una escolar castigada por el profesor. Para un editor de libros, que es el equivalente del curador de colecciones en los museos, estas operaciones constituirían verdaderos sacrilegios. Pero las razones de Ligia son puras, casi terapéuticas, y están ligadas al proceso artístico que desarrolla, tan conectado con su vida de migrante durante años hasta asentarse en Bolivia, lidiando con la precariedad y la necesidad de inventar salidas.
La historia de una de las obras que se expone en Caligrafías tiene que ver con este recorrido: un libro desarmado que aparece como una hilera, y que Ligia ha vuelto a costurar, terminó midiendo casi ocho metros. Es un viejo diccionario de portugués/alemán que la artista llevaba consigo desde sus primeros años en Alemania, a inicios de la década del 70, donde llegó a residir gracias a una beca de estudios.
La exposición Caligrafías es un campo de transformaciones, una máquina de ficciones.
Sentados en la sala de la casa de Ligia en La Paz –mientras sirve el aromático café destilado que ha preparado y me invita con unas galletas de chocolate– cuenta la odisea que representó aprender el alemán. “Vivía en un pueblito de Alemania llamado Prien am Chiemsee, y yo sólo conocía portugués y francés, que eran dos idiomas perfectamente inútiles en ese lugar donde nadie hablaba otra cosa que alemán y un poco de inglés”. Dicho pueblo se encuentra en la región de Alta Baviera, en la ladera de los Alpes, cerca de la frontera con Austria. Pensemos que no existían ni celulares ni internet, y para colmo, el acento del alemán era muy particular en aquel pueblito, incluso diferente del que Ligia estaba aprendiendo en el Instituto Goethe. Confrontada así con una realidad donde no podía comunicarse, tuvo entre sus primeros desafíos la barrera del idioma. “Era muy frustrante y me angustiaba no poder entender ni que me entiendan hablando. Sentía que lo que estaba estudiando no me ayudaba en nada cuando salía a la calle a interactuar con la gente. Encima mi familia viene de una ascendencia italiana, lo que nos hace ser muy conversadores naturalmente. Charlar con la gente es algo muy importante para toda mi vida, me sirve también para pensar”. (D´Andrea, 2023).
Ligia D´Andrea interviene libros con poética autoridad, sin ánimo de crueldad; tan solo dibuja en los espacios, como lo viene haciendo en toda su obra, ya sea que intervenga con hilos o con el lápiz, siempre de manera sencilla y más bien amorosa.
Ligia piensa que nunca llegó a superar del todo aquella angustia, simbolizada en la existencia del antiguo diccionario alemán/portugués que reposaba en su estante. La artista tomó el antiguo diccionario y lo desarmó, rasgó y cortó, para luego volver a pegar sus páginas con hilo, logrando un continuo de ocho metros de páginas que cuelgan juntas. Resignificó el libro, varió su uso, o más tajantemente aún: lo convirtió en algo inútil, apto para extraños usos artísticos. Probablemente ni siquiera Gilles Deleuze tenía algo así en mente cuando escribió estas líneas junto a uno de sus mejores socios:
“Un libro no tiene objeto. En calidad de composición, él mismo está en conexión con otros cuerpos sin órganos. No se deberá preguntar nunca lo que un libro quiere decir, significado o significante; tampoco deberá tratarse de comprender nada en un libro. Únicamente vale preguntar con qué funciona; en conexión de qué hace pasar o no intensidades; en cuáles multiplicidades introduce o metamorfosea la suya; con qué cuerpos sin órganos hace converger el suyo. Un libro no existe más que por lo exterior y en el exterior” (Gilles Deleuze y Félix Guattari, Rizoma, Ediciones Coyoacán, 1994).
Ligia disfruta mucho de esta cita que le hago conocer. Pero ella vivió su intervención de otro modo. “Ha sido una experiencia liberadora, casi como una catarsis”, reconoce. Y luego reflexiona: “Me doy cuenta de que el punto de partida siempre parece ser un lugar incómodo, no superado, no adaptado a la normalidad. Por eso lo que hago tiene mucho de liberación para mí, y quería hacer algo con este diccionario que tuve que estudiar hace tantos años, pero quería convertir esa frustración de mi pasado en algo bello”. (D´Andrea, 2023).
Pareciera una regla tácita aquello de que los libros son intocables; atreverse a arrancar una hoja o rayar una página de un gran libro es inconcebible para quienes amamos la literatura. Esta prohibición queda inculcada desde el colegio, aunque no se pueda generalizar a todos los estratos sociales. Pero muy pocos en su sano juicio se atreverían a rayar sobre las páginas de libros clásicos como La República de Platón, Bodas de sangre de Federico García Lorca, La Iliada de Homero o Cien años de soledad de García Marques. Y sin embargo, Ligia D´Andrea lo hace con poética autoridad, sin ánimo de crueldad; tan solo dibuja en los espacios, como lo viene haciendo en toda su obra, ya sea que intervenga con hilos o con el lápiz, siempre de manera sencilla y más bien amorosa.
Epílogo
Qué viaje alucinante es hojear en su totalidad el libro de Alejandro Dumas intervenido por Ligia D´Andrea. En la metamorfosis de las páginas finge aparecer una nueva verdad: cada sombreado o figura con sus colores emanan naturalmente del mismo papel, como si fueran frutos que brotan. Entendemos entonces que la operación de la artista al manipular con los plegados de los papeles creando nuevas formas tridimensionales, o accionando sobre la letra y el contenido, solamente logra multiplicar al libro. Desactiva la lectura del texto como centro de la atención, ahora se trata de un acto de liviandad de espíritu, que usando en su mayoría materiales precarios, transforma esos objetos en una suerte de esculturas efímeras, polisémicas y policromáticas. La República de Platón envuelta en hilos de color oro, clausurando una buena parte de sus páginas, amordazando al inventor del Mito de la Caverna; un acto performático que hasta podría leerse como declaración de principios desde la filosofía. O los hilos rojos carmesí que inmovilizan las páginas de Bodas de sangre de Federico García Lorca —la intervención favorita de la artista. Aunque la más significativa en sus estudios de descolonización seguramente sea la que efectúa al libro de Cristóbal Colón, El descubrimiento de América, publicado en Madrid y que data de 1892.
En definitiva, un arte modesto y minucioso de la levedad que no deja de ser explosivo en su capacidad para resignificar. La exposición Caligrafías es un campo de transformaciones, una máquina de ficciones. El arte de Ligia D´Andrea está más allá de los paradigmas de la historia del arte; por supuesto que no se la puede situar dentro del arte figurativista, pero tampoco se puede aseverar que no haya una búsqueda de la belleza en sus intervenciones conceptuales. No es la teoría la que viene a condicionar su práctica, sino que es su actuar amoroso, obsesivo y de una muy fina sensibilidad el que nos guía el camino para la producción teórica. Al final del día, cada artista se debe al singular, irrepetible e intransferible mundo que le toca caminar, después siempre aparecerá alguien que lo querrá explicar todo.