Mabel Franco Ortega
¿Con qué se protegen los latidos de un actor o una actriz? David Mondacca, artista que hace 50 años se mueve por los escenarios, elige la hojalata para envasar no la pasión, sino el órgano que así puede alentar distintas vidas, pero también soportar abandono e indiferencia.
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De tanto repetir, por experiencia y convicción, eso de que el teatro es presente, inasible, efímero, David Mondacca dice ser el primer sorprendido por los cincuenta años que han pasado desde aquel 13 de noviembre de 1973, fecha de su debut en un escenario.
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“¿Todavía están haciendo teatro?”. La preguntita se la formulan esos conocidos que David Mondacca no ve con frecuencia y que por el tono parecen pensar que tal persistencia es la de alguien que no supo hacer nada más con su vida, “un viejo y además inútil”.
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Los conjurados saltan sobre Calígula, mientras éste asiste a un ensayo teatral, y le asestan golpes mortales. Para su horror, el emperador se ríe y grita mientras tiene aliento: “¡Todavía estoy vivo!”. Así lo imagina Albert Camus en Calígula y David Mondacca, que en 1974 fue parte de la obra dirigida por Rose Mary Canedo, estuvo a punto de abrir con esta referencia su nueva obra, Corazón de hojalata.
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Entrevistar a David Mondacca es escucharle citar, a manera de ampliar y precisar sus respuestas, textos de obras teatrales o de dramaturgos o poetas. Textos largos dichos con esa voz grave, pegados a lo que venía diciendo de manera que quien le entrevista tiene que mantenerse atenta. Memoria extraordinaria la de esta persona. O evidencia de eso que sabía el director de cine Leonardo Favio sobre qué es un actor: alguien que guarda cuidadosamente sus personajes, que no los olvida porque no se puede olvidar lo que se es.
“Nunca, jamás pensé en tirar la toalla; seguiré actuando mientras pueda recordar mis textos”.
Cualquiera de esas entradas bien podría servir para comenzar la nota sobre el aniversario del teatrista nacido en Beni en 1955 y crecido en La Paz. Un andino, como define Mondacca la cualidad que le ha curado temprano de una tentación que confiesa haber tenido a sus 20 años de edad: emigrar.
El aniversario exacto se cumple el lunes 13. Pero la celebración ha comenzado el jueves con el estreno de Corazón de hojalata, la obra de las Bodas de Oro que incluye referencias precisas de la que hizo para sus 30 años teatrales, De madera hermano, de madera, y la de los 40, Ojos de Kurukuta. Puntual, como un reloj, mirándose y mirando a quienes lo han acompañado o inspirado en un oficio que, afirma, no es un devaneo de juventud, ni un pasatiempo mientras se logra una carrera universitaria o algo desechable si se consigue una ocupación que da mucho dinero.
Esa puntualidad no es propia, en todo caso, como admite el cumpleañero, sino que responde al empuje de la productora Claudia Andrade, con quien forma Mondacca Teatro desde hace 32 años. “Por mí, me cruzaría de brazos y dejaría pasar el tiempo, pero ella es quien consigue auspicios, escenarios, viajes” y, estimulando a Mondacca para escribir, pone en escena y dirige las obras. Por ejemplo, este año el grupo ha estado de gira por el país con cuatro piezas de su repertorio de bolsillo: el monólogo Eureka (Andrés Balla), Pareja abierta (Dario Fo y Franca Rame), Azul congelado (sobre relatos de Bukowsky) y Amores que matan (dramaturgia de cuentos bolivianos): “Y ahora, con un estreno, qué mejor manera de decir que estamos vivos”.
El Otro Yo
Mondacca, sexto hijo de la pandina Silvia Araúz y de Elmo Mondacca, fue un niño acosado por sus compañeros de colegio y un muchacho introvertido que buscaba algo con que pertrecharse frente a lo que no entendía de la vida, “o para despertar de la modorra”. Lo ha contado varias veces: una chica lo invitó a unas charlas sobre filosofía y él acudió al lugar señalado, sólo que tocó el timbre que no era. Eduardo Perales, director de Teatro Estudio, le abrió la puerta y sin que ninguno preguntara nada, lo condujo hasta una cámara negra, ésa que –ahora que lo menciona se hace evidente– prefiere para contar historias, con él mismo vestido de riguroso negro.
Es que una cosa parece llevar directo a la otra, en la vida teatral de Mondacca, a la manera de hitos preseñalados. Este hombre abrazó, por ejemplo, de tal manera la literatura del poeta paceño Jaime Saenz, que han tenido que prohibirle que siga encarnándolo por razones de derechos de autor. Pero, se rebela, cómo podrían cortarle esa relación, que en el punto más alto se tradujo en la obra No le digas… de 1997, si el propio Saenz le salió al paso en Canadá en 1965. “Estaba yo cuidando un perro y una torcaza en la casa de una amiga que se había ido de viaje, cuando buscando algo en su biblioteca que yo pudiese leer en castellano, de un libro que estuvo a punto de caer salió un recorte de prensa que hablaba de la novela Felipe Delgado” y que citaba lo que en ella se dice: Tu país es el único lugar que te permite ser”. David dejó Quebec y, como está dicho, venció para siempre la tentación de irse de Bolivia.
Quedarse le produjo una segunda tentación, una crisis, también temprana: dejar la actuación. Pero, justo en ese momento cayó en sus manos otro libro determinante que le prestó su tío, el periodista Germán Araúz, en el que pudo leer El otro yo, de Mario Benedetti. Mondacca lo resume: “Un tipo que quiere ser vulgar como sus amigos tiene Otro Yo melancólico, que escribe poemas, que escucha a Mozart. Ese Otro Yo le incomoda, así que cuando éste se suicida se siente libre… hasta que se da cuenta de que quien murió es él mismo”.
Un látigo envenenado
Qué pasó luego de aquel día en que Perales le puso a hacer ejercicios en esa cámara negra. “No fui actor de inmediato. En esos tiempos, si querías ser parte de un grupo o un elenco y pisar el escenario, había que empezar desde abajo. Durante seis meses barrí ese escenario, hice utilería, hasta que me dieron mi primer papel: yo entraba con un látigo y eso era todo”. Pronto pudo interactuar brevemente con la actriz Nancy Tejada en Anoche soñé contigo; “fuiste mía en el sueño, le decía. Y listo, el veneno del teatro se me estaba inoculando”.
Tan inoculado fue que, vencida la segunda tentación ya descrita, “nunca, jamás pensé en tirar la toalla; seguiré actuando mientras pueda recordar mis textos”, promete en la obra de aniversario que marca cinco décadas de persistencia.
Pero sólo actuando, Mondacca, como quizás nadie en el país, no hubiese podido seguir. No es fácil, describe: no hay escenarios para mantener largas temporadas ni público para sostenerlas, por tanto tampoco hay elencos estables grandes. ¿Con qué recursos?
David hizo teatro con “intelectuales”, esos que preparaban la obra en mesa durante seis meses y la llevaban a escena con gran despliegue de escenografía, coro y orquesta “para conformarse con dos funciones y pensar en la próxima obra”. E hizo teatro “popular”, “ese que se ensayaba diez días y se mantenía en cartelera un mes, con dos y hasta tres funciones al día”, se divierte.
El primer gran éxito le llegó de manera insospechada. “Como parte de Teatro Estudio, Rodger León y yo hacíamos una obra de un autor guatemalteco. Era un domingo ventoso, día de suicidas, y luego de estar con Rodolfo Serrano en una fiesta en la que él era animador, nos fuimos al teatro, una salita de la Alianza Francesa para 40 personas. Tuvimos dos espectadores y para ellos hicimos la función. Al terminar, se nos acercaron. Eran Matías Marchiori y Hugo Herrera que estaban pensando en montar Los bandidos, de Schiller, y nos dijeron: ustedes serán esos hermanos que se odian. Y fuimos: la megaproducción estuvo dos meses en el teatro Municipal”.
Los nombres de la gente con la que trabajó David en 50 años arman una larguísima lista: a los ya citados se suman Néstor Peredo, Freddy Amusquívar, Tito Landa, Guido Calavi, Maritza Wilde, Morayma Ibáñez, Ninón Dávalos, Cacho Mendieta, Agar Delós, María Eugenia Ruiz Hoz de Vila, David Santalla, Pancho Cajías… A todos ellos y ellas, y a muchos otros más, los menciona en Corazón de hojalata. Esos todos, como él mismo, llevan “el pertrecho, que no puede ser de oro ni de plata, sino de dura lata para resistir la intensidad de las emociones de vivir otras vidas, pero también para protegerse de la indiferencia, del abandono”. Es que, “no se puede pertrechar la pasión, pero se debe pertrechar el corazón para que te alcance”.
Armar grupo, fracasar. Buscar que un autor escriba obras para uno, fracasar. Montar obra de dramaturgo boliviano, cuasi fracasar por celo del autor. Adaptar, avanzar. Escribir lo propio, encontrar. Rearmar grupo, encontrar. Voltear taquilla en grandes escenarios, salir a buscar al público en pequeños bares. Así ha ido quemando etapas quien, además de teatro, ha hecho radioteatro de terror, radionovela, teleteatro, video y cine.
Con toda esa labor, y por todo ese trabajo, Mondacca se animó a enseñar y la enseñanza ha sido, revela, la actividad que le ha dado el soporte económico para continuar creando. Los talleres en la Universidad Católica de La Paz, pero también durante una década en las Escuelas Municipales de El Alto creadas por Luz Bolivia Paredes, tienen ese valor de sostén para el profesor y de contagio para muchos estudiantes a quienes no sólo anima a actuar, sino a escribir.
En el carnet de identidad de David Mondacca se le reconoce la ocupación de Actor. Una policía que lo había visto actuar reemplazó la de Empleado con que figuró por 40 años. Lo cuenta así en Corazón de hojalata y en la entrevista que ahora se cierra apela a Cervantes y su Gran Teatro del Mundo para definir vida y rol:
De aquella cuna nací
y hacia este sepulcro voy
Mucho me pesa no haber
hecho mi papel mejor.