Cecilia Lanza Lobo
No sé si reír o llorar, es el dicho en la arena doméstica ante el arrebato de la cotidianidad política. Kike Gorena, el director de teatro, lo pone en escena en La vúlgara politiqué. Mientras, yo aprovecho para elogiar a Tika y soltar otros chismes.
Volver a Cochabamba después de casi 40 años en las alturas del Illimani, no ha sido fácil. Es más, todavía no lo logro. Pero en mis breves idas y vueltas recientes, como quien se mete al agua helada de puntita en puntita desde los dedos del pie izquierdo, he podido probar unas cuantas propuestas teatrales.
La primera fue la del argentino Iván Hochmann, Yo también me llamo Hoskusai, en un teatro Laredo colmado de jóvenes extraordinarios, enamorados de las artes desde la cuna, y enamorados de Fito Páez en el personaje de Hochmann (Páez, la serie de Netflix). Una paradoja en vivo y directo pues la propuesta de Hochmann es, precisamente y entre otras cosas ciertamente más complejas, cómo deshacerse de su personaje, Páez, en la vida real. Una propuesta sostenida en el texto de José Emilio Hernández Martín, con la interpretación y el carisma del un gran Iván Hochmann capaz de hacernos cómplices de su drama amoroso.
La segunda voy a pasar de largo. Escolina, olvidable. Me urge llegar a la tercera. Sólo diré que se presentó en ese hermoso centro cultural de nombre Fearless, como para probar que los horrores bautismales de los hijos (del tipo Usanavy o Robocop) también suceden en las artes.
Y la tercera, la semana pasada, fue la de Kike Gorena, titulada La vúlgara politiqué, que el corrector de mi ordenador se empeña en corregir por búlgara, de Bulgaria, porque no sabe que Kike juega, y lo hace en serio, desde el título hasta las orejas de cochinito que lleva puestas a modo de vincha, integrante de la piara de la que nadie está libre. Sino, que tire la primera piedra.
La vúlgara politiqué (oh là là) es eso, la vulgar política puesta en escena del modo más evidente y sin el velo francés. Al modo de la parodia que es lo que aproxima y desata la carcajada del espectador del mundo mundial, sí, cuyos guiños sin embargo dejan incluso de ser guiños sino referencias directas al contexto boliviano inspirado en nuestra más reciente historia política. Porque ella, Rata Mayor (Tika Michel), es la rubia exmandataria, y él, Chancho (Raymundo Ramos), es el expresidente cocalero.
Ambos políticos –y sus respectivos lambiscones traicioneros- habitan alcantarillas y chiqueros trajinados a plan de contubernios y sudores varios. La silla presidencial es el objeto de deseo y disputa, el eterno botín del homo erectus-dizquesapiens. Ambos son esa especie de luchadores-luchadoras que en paños menores se trenzan y revuelcan en cuadriláteros-piscina llenos de barro: poder y placer. Como para que no quepa duda de que, al final, ellos acabarán transando, porque el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil también. Vivimos revolcaos en un merengue. Y en el mismo lodo, todos manoseaos.
Y entonces ella, Tika Michel, la actriz protagónica junto con Raymundo (Ray) Ramos.
Tika no deja lugar a dudas –ni a respiro- desde el minuto uno de la obra, que arranca con un rasca-rasca a manos de la funcionaria de turno en la espalda oficial del Ama del universo, la Rata Mayor. Ahí, ahí, ahí, ahíiiiii, más abajito, más abajito, ahí, en el huequito, ¡ahíiiii! Ahhhhh… Tika sostiene la obra entera, no porque sus colegas no, al contrario, la obra se sostiene perfectamente y Ray es contundente, intenso, demasiado. Él es el clown que me dicen que es, no lo conocía. Por eso Tika no es el temblor necesario de rato en rato sino la solidez. La vúlgara politiqué es comedia (tragicomedia, diríamos sin saber si reír o llorar), cuyo riesgo es –el de la comedia- el exceso. Y aquí no hay tal -cuidado Ray, el borde es estrecho-. De ahí que Tika Michel sostenga la sátira, la parodia, con maestría, esa que me recuerda inevitablemente a la gran Patricia García. Tika está ahí arriba –y eso que es menudita- y su presencia inunda todo, todo el escenario. La aplaudo de pie.
Y como en Cochabamba la yapa es ley, de yapa aplaudo a Ariel Hurtado, responsable del centro cultural Jazz Stop, que fue quien propuso a Kike Gorena trabajar esta obra en Cochabamba y el resultado fue La vúlgara politiqué, para dicha del público local, obra que esperemos llegue a todo el país. Porque entre llorar o reír siempre valdrá la pena lo segundo, y para eso está el espejo del teatro.
Tika Michel
Es artista escénica y diseñadora gráfica. Inicia desde el teatro, luego deriva en el performance y las artes vivas. A partir del 2013 incursiona en la investigación de trabajos con lenguajes artísticos expandidos. El 2018 cursa la Maestría Interdisciplinar en Teatro y Artes Vivas de la Universidad Nacional de Colombia. A partir de ese año se gestan varios proyectos relacionados con las Artes vivas. Participa en residencias como Movimiento Sur, Chile; Experimenta Sur, Colombia; Linha de Fuga, Portugal, con el proyecto Germinal, semillero de investigación para las artes vivas en donde, de manera colectiva, elabora el encuentro Arandú realizado en Paraguay 2023, previamente a esto participa en el 5to cilco de arte vivas de Pachuca en México y el Festival Kuyuy en Cochabamba, Bolivia. Actualmente reside en Cochabamba, Bolivia; realizando proyectos de investigación sonora junto a la colectiva Penúltimo Balneario y en relación al pensamiento artístico y archivo, junto a Germinal.
Ficha artística de la obra
Dirección y dramaturgia: Kike Gorena Actúan: Tika Michel Raymundo Ramos Isabel Fraile Rocio Canelas Ariel Hurtado Escenografía: Alejandro Bustamante Producción Musical: Erwins Mercado Diseño gráfco: Tika Michel Diseño de luces: Ariel Hurtado Operación técnica: Kike Gorena Difusión: Elisabeth Salazar
Teatro La Cueva co-Producción Jazz Stop
DURACIÓN: 70 min
GENERO: Comedia Negra
PÚBLICO OBJETIVO: Jóvenes y adultos mayores a 15 años