Pablo López Waisman
Cuatro octogenarios, comenzando por el propio Scorsese, hacen lo suyo en la más reciente película del director estadounidense. ¿Cuál es el resultado? Una obra maestra que parece ratificar que los 80 son los nuevos 50.
Siempre pensé que la plenitud creativa de artistas, escritores, pintores llegaba alrededor de los 50. Quizás sea así. En tal caso, Scorsese (80) sería una singularidad. Como Woody Allen (87), que sigue pariendo cine del bueno. O Clint Eastwood (91), que dirige y actúa en plena forma.
“Killers of the flower moon” es, en consecuencia, la obra de un director maduro, sin más artificio que el contar una historia que importa, a fuego lento. Sin prisa, sin pausa.
Y en esta tarea contó una vez más con el talento de la montajista Thelma Shoonmaker (83), otra compañera de ese hermoso plateau octogenario completado por Robert De Niro (80) y Robbie Robertson (80).
Schoonmaker editó para “Marty” muchas de sus mejores cintas, como “Toro salvaje”, “Goodfellas”, “Casino” o “El lobo de Wall Street”. Una verdadera genia, la abuelita Thelma.
Mientras que Robertson también hizo muchas de las bandas de la filmografía Scorsese, incluyendo “Killers…” el que sería su último trabajo antes de morir.
Pero ojo que no solo el crew titular fue vintage, también lo fueron los fierros.
Rodrigo Prieto, el director de fotografía mexicano que ya había hecho la cinematografía de “El lobo…” y “The Irishman”, filmó con una cámara de 1917 perteneciente al director, con lentes anamórficos adaptados por Panaflex. El particular look de “Killers…” remite a John Ford y los colores de esta increíble reconstrucción de época. No me imagino esta cinta rodada en digital, con una definición de 1 millón de pixels por milímetro. No.
Y quizás en la cuidada puesta en escena y reproducción del espíritu de esos intensos años 20 de la posguerra radica la esencia auténtica de “Killers…”, cuyo guión está basado en el libro de David Grann -que también relata con suma fidelidad histórica los hechos acaecidos entre los Osage.
Pero vamos, que de ellos se trata todo.
Perseguidos como todos los pueblos indígenas hasta el borde del exterminio por los colonos blancos, los Osage fueron una tribu que terminó siendo expulsada de sus tierras y exiliada en un rincón perdido e inhóspito de Oklahoma. Entre tanta mala suerte, la fortuna -y Waconda, el Gran Espíritu- los afinca sobre un verdadero mar de petróleo que los hace instantáneamente ricos. E infelices. La imagen en cámara lenta de ese líquido oscuro y deseado hasta la lujuria que cae a borbotones sobre los Osage, es el símbolo perfecto de la viscosa noche que se cerniría sobre la tribu.
No me pidas que te cuente más sobre la trama.
Solo te diré que ese “La”, esa nota musical insistente y machacante como un tambor indio, es la banda sonora de una historia ominosa y cruel. Sobre ese “La” por momentos apenas audible, DiCaprio construye con su joven madurez la miserabilidad de su personaje. Sobre ese “La” obsesivo, De Niro teje la impunidad del suyo. Sobre ese “La” mántrico, Lily Gladstone compone la elegante decadencia de un pueblo diezmado por la codicia. La banda de Robertson -él mismo descendiente de los Mohawks- lo es todo. Dolor y placer. Silencio y excesos. Vida y muerte.
Hay quienes especulan que los Osage sabían lo que estaban comprando en esas tierras. Y por eso se aseguraron de adquirir también los derechos minerales. Bien por ellos. El paternalismo blanco suele maravillarse ante un indio ‘vivo’. (O un indio presidente.) Con lo que no contaban era que los blancos les llevaban siglos de ventaja en cuanto a “viveza”.
Volviendo al cine y en una interesante data final, Jesse Plemons y el balleno Brendan Fraser iluminan con su prestancia escénica los albores del FBI, quien investiga las muertes de este western-thriller-etnodrama-de-época.
“Killers…” es, en suma, una obra maestra, y una de las más políticas del director. Probablemente sea también la ‘opera ultima’ de Scorsese. Así que no la veas en la tele, así tengas Apple, principal financiadora del proyecto. Esta historia hay que verla en el cine. Aunque el final tenga más que ver con la radio que con la pantalla grande.