Mabel Franco Ortega
La versión libre escrita por Darío Torres sobre pieza de Brecht y representada por el grupo Avioneta Cósmica le da la vuelta al sentido del triunfo humano contra la adversidad: si en el original se habla de la hazaña de un hombre en solitario, en Amalia: un vuelo sobre el océano la lucha es posible por los lazos de solidaridad. La lección está dispuesta.
Fotografías de Eduardo Prudencio
Si Brecht borró el nombre de Lindbergh, el héroe, de la obra que le había dedicado como ejemplo de lucha humana contra la adversidad, el boliviano Darío Torres y el grupo La Avioneta Cósmica toman esa obra para reponer con mayúsculas el nombre de una mujer. Ella es Amalia Villa de la Tapia, aviadora potosina que debió luchar contra enemigos tanto o más poderosos que la Niebla, la Tormenta de Nieve y el Sueño.
¿Qué enemigos son esos? Amalia, un vuelo sobre el océano los va poniendo en evidencia en línea con lo propuesto por Brecht: haciendo que el caso de la osada boliviana mueva a teatristas y espectadores a descubrir en la regla, en lo usual del entorno que la rodeó, el abuso. ¿Para qué? Pues, como dice el dramaturgo alemán en otra de sus obras, La excepción y la regla, para que en todas partes donde el abuso aparezca, se encuentre el remedio.
Un poco de antecedentes
Bertolt Brecht escribió, entre 1928 y 1929, una de sus Lehrstück o piezas didácticas inspirada ésta en la hazaña del aviador estadounidense Charles Lindbergh. Éste había atravesado en 1927 el océano Atlántico en un pionero vuelo solitario a bordo de la nave Espíritu de San Luis. De Nueva York a París.
La obra, originalmente titulada El vuelo de Lindbergh y Vuelo sobre el océano a partir de 1950 –Brecht renegó del aviador por el acercamiento de éste con el nazismo–, fue concebida para transmisión radiotelefónica y también para ser mostrada en un estrado. En tal sentido, no es tanto lo visual sino lo musical lo que importaba, y por ello que fueron cantantes líricos y un coro los que narraban el episodio heroico.
El dramaturgo y director alemán fue, además, muy claro en demandar de quienes recurrieran a una de sus Lehrstück la conciencia de que la intención no es buscar “proporcionarle a nadie una experiencia emotiva”, sino una postura crítica, un aprendizaje.
Vuelo sobre el océano fue concebida para “jovencitos y niñas”, espectadores de quienes Brecht esperaba agudeza.
Cristian Mercado y Sasha Salaverry buscaron a Darío Torres, dramaturgo que a estas alturas de su vuelo personal se ha ganado tal título con creces (un libro bien podría reunir ya sus creaciones, “unas diez, entre originales, adaptaciones y versiones libres”) para que les ayudase con Vuelo sobre el océano. Debía ser una obra para la niñez.
Con tal encargo, Torres se puso a buscar datos sobre el primer aviador boliviano. Quiso también saber sobre la primera aviadora y así se topó con Amalia Villa de la Tapia, la potosina que en 1923 –antes que Lindbergh—se dispuso a cruzar el océano: de París a Nueva York.
El nombre y la trayectoria de la boliviana que murió a los 101 años, luego de haber aportado con la fundación de instituciones importantes para la aviación en Bolivia, son todavía desconocidos para la mayoría de los compatriotas. Torres lo comprobó al descubrir la biografía que sobre la segunda aviadora de Sudamérica trabajó la escritora Gaby Vallejo. Y entonces “la historia se tejió sola”.
Rock y un avión desmontable
Amalia: un vuelo sobre el océano mantiene la estructura didáctica de una Lehrstück. Radialistas de Potosí y de otros lugares del mundo conectados por la hazaña de Amalia se encargan del relato, pleno de anécdotas, que se dirige directamente al espectador. Hay música también y canto, pero es rock el que suena detrás de la estructura que a ratos es un edificio cuyas ventanas se abren para que asomen los relatores y que, en su presencia más fascinante, es el avión de Amalia: El Espíritu de Potosí.
El artífice de esa estructura es Gonzalo Callejas –y no sé si haya alguien más en el país para darle significado a la forma de esta manera–, quien además dirige la obra asistido por Mariana Requena. En la actuación están Sasha Salaverry como la aviadora –sorprende cantando también–, Cristian Mercado y Valeria Illanes que se multiplican para dar cuerpo y voces a los otros personajes, además de hacer la música.
Si el teatro de Brecht escapa de la emotividad, de la identificación, con La Avioneta Cósmica no es posible. Pero, y ahí está el sello boliviano, la versión libre, lo emotivo no quiere decir no pensar, no cuestionar. El identificarse es tender puentes necesarios entre el pasado y el presente. Lo que fue, sigue siendo para muchas. ¿Qué hacemos como sociedad?
Con todos esos recursos, Amalia vence las trabas y emprende vuelo. Durante la larga travesía, a duras penas escapa de los mismos enemigos que acosaron al aviador de Brecht. En esa su escapada pesa el propio valor, pero es determinante el recuerdo de su hermana y de otras mujeres que la apoyaron. No es pues un Lindbergh autosuficiente, sino una Amalia con lazos y solidaridades femeninas.
Es cierto que Niebla, Tormenta de Nieve y Sueño hacen presencia en escena, pero de a poco se van perfilando el Machismo, la Injusticia y el Olvido como los enemigos que así, incorpóreos, sí pueden frenar el vuelo. Allí estuvieron, de hecho, cuando los militares privaron a Amalia, mejor preparada que cualquiera en su tiempo, de combatir en la campaña del Chaco, o cuando el Embajador boliviano en Francia le negó un permiso indispensable para su vuelo, o cuando el Gobierno nacional se quedó con el dinero que estaba destinado a la compra de su avión propio…
Hay dos recursos para que la obra no se quede en el recuento de hechos como si hubiese que aceptarlos en su recurrencia y normalidad: la salida de personaje para que asomen actriz y actor y así para recordarle al público: esto es teatro, pero también para decirle, y decirse los artistas, que no se dejará pasar ningún abuso, ningún prejuicio. El desconcierto está servido. Y luego llega el final, que ya descubrirá el espectador por dónde va.
Ahora bien. Si el teatro de Brecht escapa de la emotividad, de la identificación, con La Avioneta Cósmica no es posible. Pero, y ahí está el sello boliviano, la versión libre, lo emotivo no quiere decir no pensar, no cuestionar. El identificarse es tender puentes necesarios entre el pasado y el presente. Lo que fue, sigue siendo para muchas. ¿Qué hacemos como sociedad?
Verdad que son los jóvenes los llamados a desentrañar no sólo la obra sino su realidad. Por eso, qué bueno que se trabaje para este público, aunque es posible que los niños y niñas muy pequeños no entiendan el sentido del viaje. De hecho, en la puesta hay un problema que tiene que ver con el acento que se pone en los personajes, sobre todo al principio: los radialistas y los enemigos son divertidos y hasta simpáticos, mucho más que la aviadora que asume un tono serio y preocupado. Por eso, cuando los monstruos buscan a la mujer, los chicos colaboran con entusiasmo para delatarla… Claro que semejante resultado bien podríamos asumirlo como responsabilidad los adultos.
Cuando Brecht borró a Lindbergh de la obra, supo que esta su decisión podría “perjudicar ligeramente al poema, pero la eliminación del nombre resultará aleccionadora”. Bueno: la inclusión de Amalia en la historia del teatro boliviano no sólo le hace justicia a esa vida, sino que bien podría ser una lección sobre la sociedad discriminadora que cien años después todavía pugna por mutilar derechos y aspiraciones.