Manuel Vargas
Fotografía de Cecilia Fernández
Pero no cayó del cielo sino que vino de la ciudad de Buenos Aires, o más exactamente La Plata, donde hizo sus estudios universitarios. Me estoy refiriendo a Germán Araúz Crespo, escritor paceño que gustaba de cierta música de los viejos trovadores, tan de moda en su juventud.
Lo conocí allá por los años setenta, en las reuniones de músicos como Ernesto Cavour y Alfredo Domínguez. De esa estirpe es este señor, corpulento, para que le quepa su amplia sonrisa. Justo acababa de llegar de la Argentina. Parece que pasábamos la vida raspando en cuanto a lo económico, pero más ricos que nadie en nuestros ideales y sueños de un mundo mejor. Éramos los inconformes, cuando gobernaba esta dulce tierra nuestra un amargo militar de oscuro recuerdo.
Y cantábamos, y reíamos. Él tocaba la guitarra y se mandaba unos chistes a todo dar. Yo era, claro, un poco más chango, y miraba con admiración a los maestros de la música. Acompañá con la guitarra, me decían, como si nada, y yo qué sabía de esas cosas, si apenas rasgueaba pal gasto un único kaluyito de mi tierra (“Lo he perdido a mi amoooor…”), delante de semejantes artistas.
Y el Germán sonreía, y se mandaba otro chiste.
Se fue a vivir a Santa Cruz, a trabajar como periodista. Cuando yo iba por allá, era obligado llamarlo, y obligado que él me haga una entrevista, una nota, en relación con mis cuentos y novelas tristes. Luego volvió a La Paz con trabajos similares. A pesar de sus ocupaciones, nos pusimos a la tarea de continuar con la revista Correveidile, y fue una maravilla trabajar con él, y con el pintor Edgar Arandia. Correveidile publicó su veintiúnico libro de cuentos: Crónica secreta de la guerra del Pacífico. Libro que, por su título, cuando fuimos a Chile causó ciertas suspicacias y resquemores. Pero era otro chiste más que se mandó el Germán. Si no, ¿cómo habría que enfrentar a esta vida terriblemente encantadora?
Germán Araúz Crespo (La Paz, 1941). Periodista y escritor.