En lo alto de la Cordillera Real, en una plataforma construida por mano humana, a 260 metros de altura sobre el río Llica y a 325 kilómetros al norte de La Paz, se descuelga el antiguo corazón urbano de la cultura Mollo. Llegar es toda una aventura.


Fotografías de Ivar Méndez
La tormenta de nieve llega totalmente imprevista; rápida y furiosamente nos deja varados en un paso de gran altitud llamado Alturas de Koanzani, en la cordillera Real. El viento azota las ventanas de nuestro vehículo con una intensidad aterradora y nos resignamos a pasar la noche capeando el temporal en las nieves de Koanzani. Las horas se alargan lentamente y el frío se intensifica; intento conservar el calor acurrucado bajo un poncho en el asiento delantero del coche. Mi tío Ismael y su hijo Alberto hacen lo mismo en los asientos traseros con una manta de lana que, por suerte, añadimos a nuestro equipaje en el último momento.
Enciendo el motor diez minutos cada hora en un vano intento de calentarnos y, al mismo tiempo, ahorrar combustible. Ismael empieza a sentir los efectos de la altura y tiene un fuerte dolor de cabeza y tos. Sé que el mejor remedio es descender a menor altitud, y en mi mente empiezo a planear una bajada a pie en plena nevada. Nos sentimos como un insignificante grano de humanidad azotado por el viento y perdido en la inmensidad de los Andes. Afortunadamente, los síntomas de Ismael mejoran después de administrarle una dosis de dexametasona, un medicamento que siempre llevo en mi botiquín en estos viajes por las montañas y el altiplano boliviano. Me mantengo positivo pensando en nuestro ahora incierto destino: Iskanwaya, la mítica capital de los Mollo.
Civilización precolombina, los Mollo florecieron entre 700 y 1400 DC en los valles mesotérmicos de la cara oriental de la Cordillera Real. Los Mollo fueron anteriores a los incas, pero sus logros tecnológicos, aunque menos estudiados, fueron tan notables como los incas. La ciudadela de Iskanwaya está asentada sobre una plataforma aterrazada construida por los Mollo a 260 metros de altura sobre el río Llica y a 325 kilómetros al norte de La Paz. Iskanwaya era el corazón urbano de la cultura Mollo.
Tras una noche espantosa y fría con ráfagas de viento tan fuerte que parecía que íbamos a salir volando de nuestra precaria percha en las Alturas de Koanzani, el amanecer trae un panorama maravilloso: la tormenta de nieve ha pintado la más bella postal navideña en los Andes. Para el mediodía el sol de la mañana ha derretido la nieve del camino y reanudamos el viaje.

Nos sentimos como un insignificante grano de humanidad azotado por el viento y perdido en la inmensidad de los Andes.
Tras unas horas, llegamos a una aldea a orillas de un pequeño lago con aguas de un intenso color verde turquesa. Kotakucho, nombre del pueblito con casas de adobe y amarillentos techos de paja, está anclado en la esquina oriental del lago. Kotakucho significa acertadamente “esquina del lago”. Los habitantes son descendientes directos de los Mollo y su colorida vestimenta de lana de llama ha cambiado poco con el paso del tiempo. Hablan quechua y su principal forma de comercio es todavía el trueque. Son cálidos y acogedores, una actitud que, según mi experiencia, es común en la Bolivia rural. Siempre me ha parecido que la gente de las comunidades remotas es hospitalaria y sincera, dispuesta a compartir lo poco que tiene con el viajero.
La ruta de acceso a Aucapata, la siguiente parada de nuestro viaje, es una vertiginosa y estrecha carretera que abraza la montaña siguiendo un trazo casi en espiral, como un sacacorchos, con un sinnúmero de curvas. Lo único positivo del descenso es que no hay ningún otro vehículo a la vista, ya que el camino apenas es lo suficientemente ancho como para que quepa un coche. Cada 100 metros de descenso la temperatura aumenta 0,50C y en cada curva descubrimos un cambio drástico en el paisaje. Este cambio de temperatura y vegetación con la altitud fue descrito por primera vez por el explorador del siglo XVIII Alexander von Humboldt. Alexander y su compañero de viaje, el botánico francés Aimé Bonpland, emprendieron en 1799 un viaje de exploración de cinco años por las colonias españolas de América Central y del Sur. Sus observaciones científicas sobre el clima y las distintas especies de plantas encontradas a diferentes altitudes en los Andes fueron tan exactas que han resistido la prueba del tiempo.
Los Mollo también comprendieron y aprovecharon la biodiversidad vertical de su entorno. Su dominio de la agricultura a diferentes altitudes fue crucial para el desarrollo de su sociedad. Los Mollo producían papas, habas y quinua a mayor altitud. Maíz, aguacates, yuca, maní, calabazas y chirimoyas a altitudes medias, y plátanos, piñas, papayas y naranjas a menor altitud. Esta asombrosa productividad agrícola les proporcionó la plataforma económica sobre la que erigieron una civilización avanzada.
El testimonio de los Mollo
Tras descender unos 1.500 metros, llegamos totalmente exhaustos a la ciudad colonial de Aucapata. Nos disponemos a descansar antes de emprender, al día siguiente, la larga caminata hasta Iskanwaya. La plaza de Aucapata se encuentra en una pendiente espectacular, ya que está construida en la ladera de una montaña. Me siento en una piedra en una esquina de la plaza y observo una niebla que trepa lentamente por la ladera y nos envuelve a mí y al pequeño pueblo en un suave capullo blanco atravesado de vez en cuando por los últimos rayos del sol.
Esa noche sueño con cóndores gigantes y aguayos multicolores, quizá fruto de la copa de resacado que me ofreció el dueño de la pequeña posada donde nos alojamos. El resacado es un aguardiente de caña artesanal destilado y enterrado para envejecer durante varios años. Su receta secreta ha pasado de generación en generación desde la época colonial. El que probé era potente y llevaba veintitrés años bajo tierra.
Al día siguiente, me levanto lleno de energía, ansioso por empezar la caminata hasta Iskanwaya. El descenso de 1.000 metros es estupendo. Senderos casi verticales se aferran a la pared norte de un gigantesco desfiladero. En el fondo, el río Llica ruge levantando furiosamente nubes de espuma. La profundidad del desfiladero –considerado más profundo que el Gran Cañón de Colorado– es sobrecogedora. Las enormes paredes de roca café oscuro se unen en un abrazo tectónico que culmina sobre las turbulentas aguas del Llica. Mientras camino por este paisaje vertical, seducido por su magnético precipicio, diviso las ruinas de Iskanwaya.

Las enormes paredes de roca café oscuro se unen en un abrazo tectónico que culmina sobre las turbulentas aguas del Llica.

Los edificios de Iskanwaya parecen desafiar las leyes de la física; se aferran obstinadamente a las escarpadas paredes del desfiladero, resistiendo la atracción gravitacional que amenaza con lanzarlos hacia el abismo. Es una ciudad colgante, que se extiende a lo largo de 13,5 hectáreas sobre un terreno inclinado. Los edificios están construidos sobre terrazas artificiales sostenidas por gruesos muros de contención perfectamente simétricos, con 1,5 grados de inclinación respecto a una línea perpendicular. Se ha calculado con tecnologías modernas que esa inclinación es ideal para resistir las presiones geológicas e hidráulicas que provocan los desprendimientos de tierra. Cuando pienso en la ciudad de La Paz y los frecuentes derrumbes que se producen en la época de lluvias, a pesar de las modernas técnicas de construcción, queda clara la genialidad de los Mollo. Una prueba más de su avanzada ingeniería es que, tras más de 1.000 años de existencia, estos muros han permanecido casi intactos en su sitio. Hechos principalmente de piedra laja, un tipo de pizarra abundante en la región mezclada con arcillas impermeables, la calidad de los muros es excepcional, tanto por sus dimensiones como por sus superficies trapezoidales que armonizan perfectamente con el paisaje.
Los Mollo utilizaron la forma trapezoidal como diseño arquitectónico unificador, desde los cimientos de la ciudad hasta las formas de las puertas y ventanas, pasando por las huellas de las terrazas y los edificios. Se desconoce el significado de este diseño, pero se especula que tiene un trasfondo astronómico. Centrada en cuatro estrellas visibles en el cielo austral, la Cruz del Sur es una de las constelaciones más fáciles de distinguir en el hemisferio sur. Si se unen sus cuatro estrellas con líneas imaginarias, forma un trapecio perfecto. La barra más larga de la Cruz del Sur indica la ubicación del polo sur celestial y, como tal, se ha utilizado en navegación durante siglos.
Trapecios por doquier
No hay guías o guardias custodiando las ruinas de más de cien edificios y nosotros somos los únicos visitantes. Se calcula que en Iskanwaya vivieron unas 3.000 personas y un edificio típico consta de varias habitaciones distribuidas alrededor de un patio central que probablemente era un lugar de interacción social. Cada habitación suele tener un pequeño vestíbulo en primer plano y un dormitorio en la parte trasera que se comunica a través de una puerta trapezoidal. Las paredes del dormitorio tienen nichos trapezoidales, quizá utilizados para exponer reliquias u otros objetos de valor. Para entrar en una habitación, hay que superar un saliente de unos treinta centímetros de altura, al parecer utilizado como barrera para las serpientes, que abundan en esta zona. En algunas salas, una cámara subterránea está cubierta por una gran losa de pizarra. Se cree que estas cámaras se utilizaban para guardar los restos de los niños que morían prematuramente, para que incluso en la otra vida pudieran estar presentes y compartir los acontecimientos familiares.
Las terrazas agrícolas con complejos sistemas de irrigación y los acueductos que suministraban agua a la ciudad son testimonios de la superior tecnología hidráulica de los Mollo. En las laderas verticales de Iskanwaya aún pueden verse embalses y canales de agua. Uno de los mayores depósitos tenía una capacidad de 12.000 litros y estaba estratégicamente situado para abastecer de agua corriente a la ciudadela. El agua podía traerse desde largas distancias con suficiente presión para fluir en contra de la gravedad.
Iskanwaya apenas es visitado debido a su remota ubicación y a su difícil acceso. Aunque se creó un pequeño museo en el pueblo de Aucapata después de que se realizara un estudio arqueológico del sitio a finales de los setenta, se calcula que sólo se ha explorado el 3% de las ruinas. Iskanwaya aún tiene mucho que revelar sobre la cultura Mollo.
Las terrazas agrícolas con complejos sistemas de irrigación y los acueductos que suministraban agua a la ciudad son testimonios de la superior tecnología hidráulica de los Mollo.


Al final del día, oigo el viento soplar con creciente intensidad por la garganta del desfiladero. Su paso produce múltiples silbidos a través de las grietas de las paredes de piedra, como si éstas se hubieran convertido en un gigantesco órgano de tubos que toca una melodía milenaria. Quizá los Mollo escuchaban algo parecido mientras se dedicaban a sus tareas agrícolas o a la construcción de acueductos. Tal vez fuera una señal para terminar la jornada y volver al calor de la familia y los amigos.
Expuestos constantemente a la inmensidad del cielo andino y a la verticalidad de la quebrada del río Llica, los Mollo debieron contemplar a menudo el milagro de la creación. Oyendo el viento y fijando sus ojos y sus espíritus en las brillantes estrellas de la Cruz del Sur, tal vez los Mollo se sintieran como yo hace más de 10 años en Iskanwaya: suspendidos en el aire.