Jorge Luna Ortuño
Crítica
¿Será verdad o será delirio? Mariana Bredow y Ariel Muñoz llevan al espectador teatral –al que está en el escenario, al que está en la platea– a atestiguar el derecho de existir de lo invisible, de lo frágil, lo evanescente, lo espectral.
La antesala
Véase aquí una obra llena de sutiles engaños, que impulsa a anticipar a cada paso justamente lo contrario de lo que va a suceder. Todo empieza con aire de discoteca: ya desde que ingresamos a acomodarnos en las butacas, una mujer baila en el escenario al son de un ritmo tecno contagioso. Es Mariana Bredow, actriz y además autora de esta obra que titula genéricamente Ave. Pero del clima llano pasaremos pronto al tono serio. ¿Qué ha podido ocurrir para que una joven de veinte y tres años esté mirando de frente a la muerte? Tal será la trama de la obra. La verdad vendrá de boca de ella, con una contundencia propia de la magia del teatro. ¿Pero será verdad o delirio?
Para escribir sobre esta obra asistimos a verla en dos noches diferentes, y también conversamos con la actriz y con el director Ariel Muñoz, a quien seguí de cerca cuando dio a luz la obra Chancho (2016). Entre Ave y Chancho existen cercanías: los protagonistas de ambas fueron quienes escribieron el texto original; ambos se basan en hechos autobiográficos, y la disposición escenográfica tiene la misma estructura. Mariana Bredow, que es además cantante y una máquina de escritura, dio vida a Ave primero en la forma de un cuento, y fue después que Muñoz le propuso que la adaptaran para teatro. Ave se enriqueció con el aporte de Muñoz, como lo cuenta Bredow, en la búsqueda de la contundencia escénica y en el minimalismo.
No delirio sino devenir
Era absolutamente indispensable que el personaje que narra la historia fuera una mujer adicta y con atisbos de locura, puesto que así nos llevaba a una zona de indefinición entre el delirio y la más alta lucidez, enfatizando además la sensación de que podía ser capaz de todo. ¿Estará loca, o está más bien en pleno trip (viaje)? Por ello comenzará diciendo: Que no se confunda la velocidad de mis palabras con la voracidad de mi adicción o demencia. No hay locura, aunque parezca, aunque tiemble sin frío y mastique nada, que no se confunda […] no soy una tonta fantasiosa, al contrario, mi crueldad me aterra. Mariana se alegra con esta observación, y añade: Claro, exacto, porque ¿quién le va a creer a una adicta o a una clefera? Justamente lo que queríamos era retratar el momento más bajo de un ser humano, el de mayor miseria y oscuridad, y que incluso desde ahí pudiera generarse una empatía del público con el personaje.
No es al hombre al que interpela sino al régimen de la mirada masculina que impera en la sociedad y que reproduce la existencia del machismo y de la desigualdad de género.
La pregunta que mantiene en suspenso a los espectadores es del género del cuento corto: ¿Qué va a pasar? El formato es de un monólogo, pero sólo en apariencia. Técnicamente, como lo señala Muñoz, deja de ser un monólogo tradicional toda vez que la protagonista acomoda a casi una decena de mujeres del público para sentarse en el escenario, a un costado. La narración que hace ella sucederá entonces como una historia íntima que una mujer quiere compartir con sus amigas. Esta mujer, de presencia intensa, vestida de amarillo y negro, les contará lo que le ha pasado.
El director hace notar aquí la doble expectación que se produce: por un lado, están las mujeres que quedan sentadas en el mismo escenario siendo espectadoras, y por otro, está el público en las butacas, que las ve a ellas hacerse parte de la escena (1). Los que miramos desde las butacas pareciéramos quedar por fuera, como si fuéramos testigos de lo que está aconteciendo en esa comunión. La cuarta pared se vuelve a franquear con la fuga hacia el jardín; música vertiginosa e imperante presagia algo temible por ocurrir. La protagonista se lleva al fondo del escenario a todas las mujeres presentes, cual si fuera un ave que protege a sus polluelos de un animal cazador. El dealer que la ha introducido en este mundo la acecha. Es el momento cuando ganar la calle ya no es posible y salir al jardín ya no es suficiente. Pero la mujer no piensa morir sin lanzar un último aletazo al universo. Por tanto, Canto. Suelto el espíritu que habita mi cuerpo. Para que se vaya antes y no sienta.
En tensión ascendente, con la música del concierto Gloria: Domine Deus Rex Celestis de Vivaldi in crecento, ocurre entonces el devenir-pájaro de la mujer. No se trata de un delirio, ni de una metamorfosis o de un acto surrealista, sino de un devenir-animal: traspasarse fuerzas no humanas para salir de una forma estable que la limita; deshacer el yo para volverse un acto colectivo de enunciación. Conexión del mundo de los vivos con el de los muertos. Parece que mientras sueno estoy a salvo / Ya sin música y sin palabras y sin yo, pude entrar a la otra música. Se rompe también el monólogo, no es ya el discurso de un yo, se ha despersonalizado.
En su libro Las existencias menores (2017), David Lapoujade teoriza sobre aquellas existencias en el límite de la no-existencia, no porque fueran insignificantes, sino porque lo menor es un potencial, un virtual lleno de posibles, aun cuando siempre corren el riesgo de no ser tomados en cuenta. Es el derecho de existir de lo invisible, de lo frágil, lo evanescente, lo espectral. Todo ello está en Ave. Así lo había anunciado ella al principio: Salud hermanas!, y silencio, lo que voy a contarles aún me aterra. Lo derramo ante ustedes que las veo verme, y ustedes, a quienes no veo… para que se sepa la realidad de lo invisible.
Pero volvemos al jardín; el momento cumbre está por acontecer. Después de esta experiencia que lo trastoca todo, habla ella con voz renovada para contar su historia. Escribe en las paredes. Ella se voltea para mirar a cada uno de los presentes en la platea con aire de escrutinio, de interpelación. Entonces las luces se prenden también en la platea, rompiendo la distinción con el escenario. Los hombres sentados en las butacas pasamos a ser el objeto de las miradas. En este momento se cuestiona el régimen de la mirada masculina; la manera agresiva en que la mirada del hombre puede llegar a cosificar, estereotipar, incomodar o violentar a la mujer. No es al hombre al que interpela sino al régimen de la mirada masculina que impera en la sociedad y que reproduce la existencia del machismo y de la desigualdad de género. Ese régimen que es reproducido no sólo por los hombres y no por todos. Debo mencionar aquí el justo complemento que me supuso escuchar a la antropóloga potosina Juliane Müller en su conferencia Los estereotipos de la mujer en el arte (Instituto de Bellas Artes, Oruro).
El canto le devuelve realidad a su existencia. Momento de liberación del yo. El solo de guitarra No birds de Fred Frith acompaña el desenlace. Se siente que hemos crecido dentro de la obra, como si hubiésemos palpado zonas poco transitadas. Lucidez y mucha entrega. El teatro ha sido otra vez portal. Debería escribirse sobre esto.