Crítica
Que el público suba al escenario suele ser parte de un juego. Pero con Mariana Bredow y Ariel Muñoz, transponer la barrera es un alegato, un argumento. Ellos, teatristas, ponen las ideas, el cuerpo, la voz y arrastran en esa puesta a todas las mujeres de la platea. Vencer el miedo tiene que ser un vuelo colectivo.
Entras a la sala teatral y la ves. Te acomodas en la butaca y la ves. Ella baila. Hermosa, sana, risueña. Cuando todo el público ha entrado, ella elige a algunas personas para que suban y bailen a su lado. Es entonces que te das cuenta de que en el fondo y a la izquierda del escenario hay sillas vacías con una lata de cerveza encima. Cuando ella vuelve a la platea, ruegas que no te elija. Ese arriba es tan lejano siempre para un espectador, que quebrar la línea divisoria aterra.
Pero te escoge. Y aceptas. Cuando ya somos como seis ahí arriba, todas mujeres, ella te susurra lo que el resto del público no escuchará: “No me suelten”. Desde ese instante sabes que eres parte de la transformación de una actriz en personaje, de un personaje en persona, de una mujer en pájaro, de una mujer en veinte, en cien, en miles de nosotras.
¡Salud hermanas! ¡Por nuestra terrible valentía!
Es Ave, la obra encarnada por la autora del texto, Mariana Bredow, con una puesta en escena y dirección de Lorenzo Ariel Muñoz.
Fondo y forma
El relato escrito por Mariana es rico en imágenes: es completo, suficiente, autosuficiente. Quien escribe sabe cómo pintar a un personaje dando pinceladas que no siguen la obviedad de lo cronológico, por ejemplo, sino que saltan en el tiempo y dejan lugar al enigma, por tanto, a la sorpresa. Sabe asimismo apelar a la economía de un adjetivo para plantar seres que completan el universo del personaje central. Describe fijando la mirada en detalles, como cortinas cerradas, tapetes tejidos a mano, comisuras babeantes y no es preciso más para imaginar.
Darle a ese nivel de palabras una dimensión corporal, teatral, ha tenido que representar un enorme problema: cómo se suma sin redundar, sin recargar, sin competir. Cómo se trabaja la poesía, pues.
El dilema, en definitiva, ha debido ser el de toda la vida: cómo se logra que el contenido adquiera forma. Que la idea, ya perfilada como está dicho, se encarne y que tal salto de dimensión implique un nuevo lenguaje en el que fondo y forma sean indisolubles.
Mariana, actriz y cantante, claramente tiene las herramientas para moverse por la escena. Pero podría no ser suficiente y ahí está el valioso gesto de apelar a otra mirada, en este caso la del director Muñoz, que ha trabajado con la artista para que su energía siempre intensa la muestre como esa joven pequeñita, frágil, temerosa, capaz de una historia importante, trascendente.
No es la intención develar la puesta. Sólo diré que es imprescindible ver lo que hace ella cuando habla del hombre que la manda y dice amarla: “Ya sé, es poca cosa, pero es algo”. O hay que escucharla deslizar las palabras cuando describe al abusador que le sale al paso: “El hombre es viejo y no de tiempo…”.
Como parte de ese fondo/forma, ahí están esos espacios abiertos o cerrados por la luz, magnífica luz que sutilmente mantiene a las mujeres del fondo en la mira –mujeres que pronto serán todas las del público, que han dejado a los varones solos en la platea–, justo como para recordar que hay un marco humano femenino cuya mirada sobre ella la agranda.
El recurso sonoro es también multidimensional. Se habla en escena y se habla desde algún lugar, justo como para conseguir eso que busca la obra: “que se sepa la realidad de lo invisible”.
Y vemos. Y escuchamos el canto de la mujer/ave que ha decidido dar el último aletazo con lo único que le han dejado: la potencia de su voz.
Todos y todas hemos atestiguado la transformación, sólo que nosotras, mujeres, lo hemos hecho desde el otro lado, toda vez que hemos transpuesto la barrera, ésa que da miedo en el teatro, pero sobre todo en la vida. Ahora, con una nueva perspectiva, hemos dejado de ser sólo espectadoras. Miramos a la joven víctima de mil abusos, sí, pero también a quienes observan desde las butacas, y ellos seguramente nos miran a través de ella. ¿Qué estarán sintiendo?…
¿Qué estaremos pensando?