Pessoa fue varios poetas. Supo ser otros. Lisboa, la capital del antiguo imperio, encarna esa buena esquizofrenia en virtud, quizás, de los migrantes que la pueblan. ¿Cómo entender, si no, que un africano negro esté cantando para 90 viejos portugueses blancos que corean y bailan entusiastas?
Los traductores de Pessoa se equivocan al traducir como Tajo el nombre del río que acaricia Lisboa y que forma palabras para nombrar ciertas regiones de los alrededores de esa ciudad. Donde me encuentro es en la región de Alentejo. Alem quiere decir más allá, y Tejo es el río que los españoles llaman Tajo y que los portugueses pronuncian Tesho. El Alentejo, alentesho, es una región del sur, pero también está la región de Ribatejo, que es la parte que está arriba del Tesho.
Me enteré del río Tejo aquí, en Alentejo. Yo creía que el río del poema de Pessoa era el Tajo. Fernando Pessoa fue «el» múltiple poeta portugués. Fue varios. Tuvo distintos nombres y distintas formas de ser poeta. Mientras estuvo vivo escribió como si fuera seis o siete poetas con nombres distintos y universos distantes, demostrando una genialidad que los seres previsibles denuncian como esquizofrenia. Ser otro es la primera cosa que denuncia que la infancia ha terminado. Lograrlo es mantenerse niño.
Pelo Tejo vai-se para o mundo.
Para além do Tejo há a América
E a fortuna daqueles que a encontram.
Ninguém nunca pensou no que há para além
Do rio da minha aldeia.
Fragmento del poema El río de mi aldea
Ser otro es la primera cosa que denuncia que la infancia ha terminado. Lograrlo es mantenerse niño.
Es importante agregar que el apellido Pessoa debe traducirse como Persona. El portugués tiene un apellido perfecto para ser un Poeta.
Leí este poema hace treinta años, cuando era un viajero. Cuando respondía que yo no era de Buenos Aires y agregaba los últimos versos de ese Pessoa.
O rio da minha aldeia não faz pensar em nada.
Quem está ao pé dele está só ao pé dele.
Viento y migración
La otra cosa que se nota en Portugal es el viento. El viento está en todos lados. El viento, siempre el viento. El viento le habla a los vidrios de las ventanas. El viento te encuentra en los recovecos y te trae mensajes marítimos. El viento es lo más grave que puede pasarte. Por lo tanto, uno no puede joderse mucho aquí.
Los migrantes y los refugiados son la postal constante de un país que supo ser imperio, supo ser rico, pero que en un acto muy extraño en la historia mundial se despojó de las colonias y lentamente se hizo pobre.
He caminado en la noche oscura por los recovecos mínimos de las calles de Lisboa. He entrado a callejones sin salida, subido y bajado escaleras que me llevaban a patios, castillos o iglesias. He deambulado Lisboa en todas direcciones, y lo más grave que me ha pasado fue encontrarme con treinta indios gritando porque estaban jugando al cricket a las doce de la noche.
Algo me decía que me iba a gustar Portugal. No sé si por Pessoa o por ese personaje inventado por Tabucci. Ese viejo Pereira que sostiene cosas de viejo por las calles de Lisboa. Uno no puede joderse tanto en Lisboa. En Portugal tampoco. Con Klemente, el artista africano, menos.
El otro día, Klemente me pidió que los acompañara, a él y su compañera Karim, a la entrega de diplomas de los egresados de la tercera edad en la universidad de Beja. Llegamos cinco minutos antes de la presentación. “Está desafinada”, me dijo mientras me extendía la guitarra. La terminé de afinar arriba de un escenario del que no bajé. Delante de cien viejos nos quedamos los dos africanos y yo. Klemente acercó sus ojos gigantes y me dijo RE RE RE RE LA LA LA LA. Rasgué los acordes. Klemente miraba a los viejos sonriendo y tocando el yembé y giraba para corregir mi RE RE RE RE RE. Finalmente nos ensamblamos los tres y cantó esa canción que había aprendido en Maputo hace casi cuarenta años. Levantó la mano y cantó Elisa we; para mi sorpresa todos los viejos repitieron “Elisa wa”.
¿Ustedes se imaginan que un coya de Jujuy llegue a una Universidad de Buenos Aires a cantar y que todos coreen? ¿Ustedes se imaginan un mexicano subido a cantar mientras todos los viejos yanquis sonríen? ¿Se imaginan?
Stop. Hay un africano negro cantando para 90 viejos portugueses blancos. Estoy aquí, con mi compañera Rosi, nadie me ha contado nada. Estoy al lado de Klemente, que continúa con una canción africana que todos estos viejos conocen. ¿Ustedes se imaginan que un coya de Jujuy llegue a una Universidad de Buenos Aires a cantar y que todos coreen? ¿Ustedes se imaginan un mexicano subido a cantar mientras todos los viejos yanquis sonríen? ¿Se imaginan? Yo no puedo. Tampoco podía imaginar lo que iba a pasar después.
Klemente llama a Rosi, que empieza a bailar con él en el escenario. Algunos viejos suben. Me lanzo hacía abajo a cantar y sacar a otros viejos a bailar conmigo. No es el hecho de la fiesta lo que me llama la atención. Lo que me sorprende es que estoy viendo el gesto de un país que acepta e incorpora a quienes antes había colonizado. En un mes que he estado por aquí no he presenciado una discusión a los gritos, no he visto peleas. Posiblemente Portugal sea una isla de reunión.
Klemente migró a Portugal desde Mozambique hace veinte años. Hace dos, creó una asociación cultural para integrar a los que llegan. En la noche de este viernes habrá marchas en la ciudad, pues cada barrio competirá desfilando y cantando en una especie de carnaval suave. Klemente puso a su asociación en la lista de los barrios concursantes. Logró, en dos o tres días, juntar a paquistaníes, timorenses, caboverdianas, guineanos, mozambicanos y a nosotros dos.
Hoy por la noche voy a marchar entre ellos, los distintos. Hoy voy a reírme con un paquistaní, volveré a bailar con los africanos, volveré a cantar con los chicos de Timor del este. Hoy por la noche seremos este posible Portugal. Todos los otros. Como Pessoa.