Fotografía de Felipe Sanjinés
Afirmo que Norma es bailarina. Existe una postura ante la vida, una forma de pensar, de sentir, de reaccionar y ella, Norma Quintana, lo enfrenta todo como bailarina.
Nacida en Tucumán, estudió danza porque se la recetaron para corregir pies, piernas y una displasia que afectaba su caminar. Debía viajar muchos kilómetros para recibir las clases de la profesora Norma Casachi, algo que la haría independiente desde muy pequeña y que le facilitó, seguramente, el salto hacia Bolivia en los años 70. Aquella profesora, que la había ido observando, supo que la niña debía continuar su formación en danza. Así lo hizo y Norma llegó a ser bailarina y profesora a los 18 años.
De figura delgada, piel blanca, el pelo siempre hasta los hombros. Así la recuerdo, tal como la conocí en La Paz de los años 80, cuando era bailarina del Ballet Oficial que dirigía Melba Zárate y maestra en la Academia Nacional de la Danza que encabezaba Gilberto Camberos. A esa chica de acento cantadito la bautizamos Norma Speedy por la cuerda que tenía para moverse siempre, incluso al hablar. En eso no ha cambiado.
Profesora paciente y bailarina intensa, exigente y sobre todo insistente con ella misma, con sus partners y aun con maestros como Melba –a quien no pocas veces la vi responder enérgicamente–, Norma me intimidaba. Hasta que descubrí que tras su aparente frialdad había, hay, una mujer cálida, colaboradora, solidaria siempre. Intensa, sí, incluso en sus manías, como la de fumar.
Malla de manga larga o de tiros, escote amplio para delinear la figura, media calzón y zapatillas. Así debe enfrentarse una bailarina al espejo de ensayo para buscar las formas, las líneas del cuerpo. En el frío paceño, Norma solía llevar un saquito especial o medias cortadas para servir de mangas, buzo de lana muy pegado al cuerpo, pierneras de lana y una sudadera encima de todo. Poco a poco, al calor de los movimientos, iba despojándose del abrigo y entonces lucía su figura, resultado de una preparación perseverante y de un autoconocimiento minucioso que la hacía encontrar ángulos, líneas, imágenes para lograr la expresión en escena. Nadie sospecharía, al ver pies y piernas, que todo comenzó por recomendación médica.
Esa misma búsqueda y precisión, pero también flexibilidad y curiosidad a la hora de aceptar otras condiciones de trabajo, otros lenguajes de la danza, las pueden certificar como cualidades de Norma quienes han trabajado con ella, por ejemplo en el Taller Experimental de Danza de la Universidad Católica Boliviana, o La Compañía de danza clásica que hoy dirige.
En lo personal, acompañé a Norma en algunos procesos fabulosos de creación. Un ejemplo importante para el Ballet Oficial es La muerte roja, obra sobre una peste que ella propuso en estilo neoclásico, con base en cuento de Edgar Alan Poe y música de Bela Bartok. Para montarla integró a bailarines veteranos y otros de nuevas generaciones. Norma llegaba siempre con sus apuntes: señalaba roles, ubicaciones, secuencias; había que tener un guion preciso con el detalle de luces, de entradas y salidas de personajes. El vestuario, que diseñó Pilar Campuzano, motivó diálogos intensos pues nada debía quedar librado al azar.
Pese a lo dicho y porque en danza, como en la vida, es también importante saber dónde se baila, esa misma obra, que se había estrenado bajo condiciones ideales en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, se presentó en Santa Cruz en una carrera contra el tiempo y con una consola de luces que iba a ser estrenada, hazaña que se confió a Mario Caba. Con los nervios naturales y una conducción férrea, pero con la confianza en el equipo y el respeto por cada integrante, la función salió perfecta.
Sobre su apertura habla también el encuentro con Karin Schmidt, artista alemana que llegó a La Paz en 1985 y que, habiendo estudiado danza contemporánea, deseaba compartir lo que sabía. Norma se unió a sus clases y con una actitud cuestionadora, inquieta, trató de comprender eso que era muy diferente en el trabajo corporal y conceptual. Ella quería entender la danza razonando con lógica clásica: esquemas y orden. Fue difícil y se produjo un vaivén según las cosas se aclaraban o se dificultaban en el proceso, y sobre todo en la relación de trabajo entre Karin y Norma. Al final, la bailarina encarnó un solo y su cuerpo fluyó en el lenguaje contemporáneo tan preciso como cálido.
En el programa nos tocó asimismo hacer un dúo: Generaciones, la creación de Karin que trataba de la relación entre madre e hija y marcaba algunos movimientos que en los ensayos llegaron a confundir a quienes observaban y creyeron ver a una pareja. Norma me propuso tomar en cuenta esas impresiones para trabajarlas hasta que el público reciba la relación tierna y difícil de una madre con su hija; yo acepté el reto.
El compromiso fue que si no lo sentíamos claro, no lo bailaríamos. Internamente yo quería danzar el tema que me apasionaba, pero entendí lo que Norma proponía: manejar las energías, y así lo hicimos bajo la mirada y la exigencia de Karin.
El día de la presentación, ella, mi madre, yo, su hija, hicimos un trabajo altamente intenso y mágico que el público recibió muy bien. Al final, Norma me dijo: “Así como hoy, sólo me sentí con Nelson Silvestri, mi partner”.
Norma es así: hace lo que siente, escucha a quien la observa, acepta lo nuevo, busca con quién compartir. Norma es bailarina.
Norma Quintana fue Primera bailarina del Ballet Oficial de Bolivia entre 1982-1993. Actualmente es coreógrafa y directora.