Fotografía de Cecilia Fernández
Tras un portal de vidrio lleno de apuntes de distintos colores está el cuarto de juguetes, miles de juguetes de todo tipo, tamaño, año, material, color, vejez, etc., y también viven los tres gatos. Al medio está el living, la cocina, y en el otro cuarto el cuarto gato: Fede Morón, el Gato Negro.
“ Un conjunto de signos sin relación con la idea, la lengua y el estilo destinados a decidir, en el espesor de todos los modos posibles de expresión, la soledad de un lenguaje ritual” , dice Barthes al inicio de El grado cero de la escritura, y pienso en Fede, en su manera de usar la palabra, las imágenes, los juguetes. Un publicista quijotesco cuyo principal mecanismo creativo es el uso del retruécano hasta rozar el absurdo y, ya de vuelta, tender un puente que en la mayoría de los casos condensa, simplifica y traduce información al tiempo que te provoca un ataque de risa.
También pienso en sus manos generosas, en las veces que en su rostro he visto una lágrima al mismo tiempo que el rictus de la más honesta sonrisa. Alguien con el valor de convertir en un gesto todo su desvelo, de ponerse una máscara y empezar a decir, a compartir, a competir, a resistir. Alguien a quien se le atraganta la comida cuando alguno cerca no come, esos que nuestras miradas anestesiadas por los años y la costumbre han transformado en bultos, en invisibles. Y también en mi amigo insoportable infantil y jodelón. Y claro, en el activista: el intruso ambientalista y político experto en meter el dedo al tuétano cuando se trata de fiscalizar y denunciar los abusos del poder.
En las canas que ahora luce, ahora que además es padre de Alí, observo también a quien hizo parte de su carne los fundamentales versos de Otero Reiche: “ Yo soy el hombre de la selva, / perfume, cántico y amor, / pero encendido de relámpagos, / pero rugiendo de huracanes. / Yo soy un río de pie” .
Federico Morón, activista cruceño por el medio ambiente.