Crítica
El primer premio del Concurso de Crítica Amateur de Teatro, convocado por el Festival Internacional de Teatro de Santa Cruz 2023 y la Revista Rascacielos, es para Andrés Peñaloza (Coronel Tamarindo). El jurado destaca la capacidad del autor de tomar la propuesta escénica como una plataforma para reflexionar sobre el tema de las fronteras, en un diálogo que sobrevuela, que se acerca o se aleja de la obra teatral para crear una pieza literaria.
Fotografías de Souza e Infantas
Allá por noviembre de 2014, en la sala de un hostal en el norte de París, Chernor Bah, un feroz defensor de los derechos de las niñas y adolescentes de Sierra Leona, declaraba su idea de ciudadanía ante centenas de jóvenes entusiasmados pero confundidos: “Mi pasaporte no define quién soy. Lo que me define como ciudadano de este mundo es mi humanidad; yo soy mi propio pasaporte y ningún documento debería definir si vengo de allá o de acá. Soy humano, y eso es suficiente”.
Las formas y no-formas de ese invento imaginario y aleatorio llamado “frontera” definen historias de vida desde que alguien decidió que esa era la mejor manera de separar civilizaciones. Un río, una cordillera. Una guerra perdida, una constitución esclavista, la llegada de un colonizador falsamente bienintencionado. Un color de piel diferente. Un idioma distinto. La historia de un individuo, una pareja, una familia o de un par de aventureros solitarios está definida por una línea arbitraria que nadie puede ver.
Y es que no existe ninguna forma mais maravilhosa para que imaginemos cómo sería un mundo sin fronteras que el teatro. “Fronte(i)ra | Fracas(s)o”, la más reciente obra del Teatro de Los Andes con Clowns de Shakespeare, emociona a dos tipos de público: a los no-migrantes, los bolivianos que se deleitan con el acento musical brasileño hablando español boliviano, y que admiran con genuina curiosidad cómo son vistos ellos, el público, por el Brasil encarnado por esos tres personajes.
Y el segundo público es el que se ve en el mismo dilema que la nieta de vovô Paolo: los que no pertenecen, o sienten que no pertenecen a ningún lugar, y a los que nada en el mundo les caería mejor que la desaparición de las fronteras. Qué mundo maravilhoso sería ese en el que la gente levanta las líneas fronterizas para usarlas como cuerda de saltar, y las zarandea y retuerce para gusto de saltarines y bailarines.
Las formas y no-formas de ese invento imaginario y aleatorio llamado “frontera” definen historias de vida desde que alguien decidió que esa era la mejor manera de separar civilizaciones.
El espejo de Patricio fuerza un ejercicio de terapia para ambos grupos de personas. Mientras el personaje brasileño hace una radiografía cruda, divertida y tremendamente honesta sobre el subimperialismo brasileño en Sudamérica (¿cuántas veces habremos oído a un brasileño confundiendo Colombia con Bolivia?), vovô Paolo suelta en un hermoso monólogo esa carga pesada y dolorosa: “el fracaso boliviano”. Esa etiqueta que muchos bolivianos inmigrantes sienten que la llevan en la frente y que les cuesta años quitársela de encima. Una historia plagada de derrotas sufridas precisamente en las fronteras de un país cada vez más encogido y que recurre a un refugio sumamente brasileño para rescatar un poquito de orgullo: la saudade. La saudade del mundial del 94, del 6-1 a Argentina, de un acontecimiento político fundamental y transformador en 2006.
“Fronte(i)ra | Fracas(s)o” bien podría ser un hermoso homenaje a Paulo Freire y a Augusto Boal. El teatro y la pedagogía del oprimido son herramientas capaces de crear un espacio que solamente puede existir en los no-lugares. Un espacio dentro y fuera de las fronteras, ese no-lugar de no-pertenencia que surge junto y a través de las terceras culturas. Un mundo donde sus habitantes transitan entre un idioma y el otro sin causar alboroto. Un no-país donde está permitido celebrar cuantas fiestas de Año Nuevo existan, donde “La Bomba”, la “Lambada” o “De Música Ligera/À Sua Maneira” se comparten, y sobre todo donde el peso de los dolores, traumas, orgullos y felicidades lo cargamos juntos.
A pesar de su autocrítica, ojalá Patricio sepa que nosotros también aprendemos de y celebramos con el Brasil. En esta Bolivia conservadora, los diálogos con lenguaje sin género no pasan desapercibidos, sino más bien son incorporados como debería ser en todo ámbito de la vida: de manera normal y como parte del cotidiano. Aprendemos de su levedad, de su empatía, apertura y voluntad de hablar nuestro idioma más que nosotros el suyo. Pero sobre todo, a imaginar el mundo desde la comunidad. Ah, Brasil, quem tem um amigo tem tudo. Ese país en el que la amistad y el amor en comunidad están por sobre todas las cosas.