Crítica
La memoria personal, familiar, trabajada desde el arte, trasciende y toca a la sociedad, al grupo mayor. Esto se constata y aprecia en el documental de Geraldine Ovando de la Quintana que trata, precisamente, de no olvidar, de recuperar, de reconstruir.
Para guardar el ajayu, desde el principio de los tiempos, las cosas importantes se convierten en relatos que, no por casualidad, son contados por las mujeres. Estas historias se conservan en envases diversos: en escritos, en imágenes o en barro.
De agua y tierra son los discos que todavía se construyen, sólo durante la Semana Santa, en el pueblo de San Lucas (Chuquisaca) para representar las oraciones quechuas mediante imágenes de barro. La memoria es extraña: fuerte si está inmóvil y frágil si se pone en movimiento, tal como esos discos que se usaron en la evangelización.
Documentar esa tradición fue el punto de partida de El disco de piedra, ópera prima de la cineasta Geraldine Ovando de la Quintana, pero el resultado fue un viaje íntimo a la memoria de una abuela, de una nieta, de una sociedad y de un país que tiende a enterrar el pasado.
Con calles de tierra y viento, San Lucas es el pueblo de doña Enriqueta. Allí nació ella y sus nueve hermanos y allí volvió, esta vez con su nieta, décadas después de haberse ido. Ya no estaban los amigos y de la casa en la que creció sólo quedaban ruinas. Geraldine registra ese retorno y con él, un pasado familiar con agujeros negros por explorar.
La voz en off de la directora hilvana la historia. Se intercalan los registros antropológicos, el viaje de la abuela, entrevistas a tíos viejitos y la cotidianidad de la infancia de Geraldine. Sus padres –los cineastas Alfredo Ovando y Liliana de la Quintana– grabaron minuciosamente su cotidianidad familiar en videos en los que el pasado vive y se mueve. Allí, siempre presente está Reina con sus trenzas gruesas, la niñera de Geraldine y sus hermanos.
Trabajado con el cuidado de orfebre en guión, fotografía y montaje, El disco de piedra es un tributo de amor a una abuela (a todas las abuelas). Es una interpelación valiente a la discriminación (la que sufrimos y la que históricamente proferimos). Es el riesgo de tocar el barro del pasado para iluminar el camino del futuro.
El viaje trae hallazgos: una bisabuela que alguna vez tuvo que desatar sus trenzas, tan parecidas a las de Reina, para migrar a la ciudad. Es uno más de los ríos subterráneos de sobrevivencia ante el machismo y la discriminación que nos tocan a todos. “¿Cuándo ha pasado de ser libres de pasear por la plaza a ser prohibidos a entrar en la plaza y, de ahí, a prohibir a otros la entrada a la plaza?”, se pregunta la cineasta.
Geraldine continúa la ruta de indagación personal que abrió su hermano, Mauricio Ovando, con Algo quema (2018). Ese documental explora la vida de su abuelo paterno, el general Alfredo Ovando que gobernó el país y fue un actor decisivo en la historia boliviana del siglo XX, a partir de viejas filmaciones familiares. Y aunque los hermanos usaron similares métodos en sus filmes, los abordajes son distintos. Acaso la mirada marca la diferencia: mientras uno apunta a lo macro llegando hasta el Palacio de Gobierno, la otra se detiene en los detalles de lo micro indagando en los secretos del hogar.
Ambos, finalmente, logran expiar fantasmas del pasado. Y esos procesos de sanación individual tienen la virtud de trascender a una colectividad que también tiene mucho por exorcizar. Así es el arte bueno.
Trabajado con el cuidado de orfebre en guión, fotografía y montaje, El disco de piedra es un tributo de amor a una abuela (a todas las abuelas). Es una interpelación valiente a la discriminación (la que sufrimos y la que históricamente proferimos). Es el riesgo de tocar el barro del pasado para iluminar el camino del futuro.
Ficha técnica
Título: El disco de piedra
Formato: largometraje documental
Dirección y guión: Geraldine Ovando
Dirección de fotografía: Miguel Nina
Producción: Harold Céspedes
Sonido directo: Henry Unzueta
Bajo la productora audiovisual Nicobis