La baronesa de Koenigswarter dejó cinco niños, un marido, un buen puñado de criados y una vida asfixiante con una banda sonora que no era la suya. Su nombre: Pannonica, la gran musa del jazz.
Pannonica suena a una melodía tan dulce que resulta disonante con el carácter rebelde, excéntrico y caprichoso de esta atípica aristócrata británica que, como las alas de una mariposa, pintó su vida de colores. Pintora, militante de la resistencia contra el nazismo, espía, soldado, conductora de camiones militares, piloto de avión, blanca, judía, millonaria, madre de cinco hijos, fotógrafa y, sobre todo, la gran musa del jazz.
Panonnica de Koenigswarter fue mecenas de los músicos de jazz en el submundo del Nueva York de los años 50 y 60. Nació en Londres en 1913 en una familia perteneciente a la rama inglesa de los Rothschild. Su nombre de mariposa se lo puso su padre, el banquero Charles Rothschild, que fue también responsable del romance de Panonnica con el jazz gracias a su gran colección de discos de los que Pannonica comenzó a beber. Hasta que su vida estuvo tan llena de música que se convirtió en una especie de lujuria frenética.
La guerra fue el preludio de su nueva existencia. En 1935, Pannonica conoció a Jules Koenigswarter que sería su esposo. A principios de la guerra, Jules respondió al llamado del general De Gaulle para combatir a Hitler, y junto a Pannonica, Jules se sumó a las Fuerzas Francesas Libres. Una vez terminada la guerra, la carrera diplomática de Jules le resultó aburrida. Entre una embajada en Noruega y otra en México, Pannonica se separó de su marido en 1952 cuando escuchó por primera vez a Thelonious Monk interpretar su clásico Round Midnight. Aquello la conmovió de tal manera que se dio cuenta de que le era totalmente imposible alejarse de aquel ambiente, de aquella música. Perdió el avión de retorno a casa y nunca regresó con su marido de quien terminaría divorciándose en1956. A partir de esa decisión y de su pasión por el jazz, su vida cambió drásticamente. La baronesa de Koenigswarter dejó cinco niños, un marido, un buen puñado de criados y una vida asfixiante con una banda sonora que no era la suya.
En 1955 se fue a vivir a Nueva York donde albergó y protegió a los más grandes intérpretes y compositores de la historia del jazz. En su casa de Nueva York murieron dos de ellos: Charlie Parker y Thelonious Monk.
Nica, como la llamaban sus amigos, muchas veces asumió la responsabilidad de los actos de éstos en nombre propio. Fue ella quien defendió a Monk cuando, durante una gira, el pianista fue denunciado por ser negro, por ser grande y por ser introvertido. El gran sacerdote del bebop y compositor excepcional, se bajó del auto a pedir agua, y el duefio del local inmediatamente llamó a la policía. Thelonious Monk fue arrestado. Pannonica les suplicó que no le pegaran en las manos. Los policías revisaron el Bentley de la Baronesa y encontraron marihuana. Pannonica inmediatamente dijo “eso es mío” y la condena a tres años de carcel cayó sobre ella.
Thelonious Monk, el hombre que compuso el emblema de todos los emblemas, la matriz del todo, el arte de componer una melodía y descomponerla, ese diamante llamado Round Midnight, se refugió en su casa.
Hay que imaginar a Monk y a Pannonica juntos, caminando por las calles de Nueva York tornados del brazo. Ella, la mujer blanca, delgada y distinguida. Él, el gigante de dos metros, de corpulencia montañosa, negro y siempre con un extraño sombrero sobre la cabeza. Thelonious Monk, el hombre que compuso el emblema de todos los emblemas, la matriz del todo, el arte de componer una melodía y descomponerla, ese diamante llamado Round Midnight, se refugió en su casa. Monk se encerró en sí mismo y vivió nueve años de silencio, de una vida vegetativa mirando eternas horas por la ventana sin decir una sola palabra, hasta su muerte. Y a pesar de ese “autismo” la mejor forma de tornar más visible e íntegra a su tan querida amiga ha sido a través de los poco más de ocho minutos que dura el tema musical que Monk compuso para ella: Pannonica.
Murió en 1986, pero nunca cambió ninguno de los hábitos que había cultivado durante los últimos 35 años de su vida. Una de sus descendientes, Nadine de Koenigswarter, cuenta: “Cuando vi a Nica por última vez en Nueva York, hicimos lo que siempre acostumbraba hacer: la ronda tardía de los clubes de jazz en su viejo Bentley descapotable”. Esa vida nocturna y la veintena de temas musicales que compositores como Sony Clark (Nica, My Dream of Nica), Kenny Drew (Blues for Nica), Tommy Flanagan (Thelonica) y Horace Silver (Nica’s dream) le dedicaron, era algo totalmente foráneo y lejano a una mujer nacida en Londres. Solamente Julio Cortazar le hizo un retrato menos favorecedor en su relato El Perseguidor . Seguro que a ella no le importó, no en vano su lema era: “Sólo se vive una vez”. Y lo cumplió al pie de la letra.
Hermoso relato, interesante como todo lo que hace Nicolas Peña en su programa de radio deseo que nos tiene atrapados a mi sobrino de 15 años y a mí.