Hay una empresa de viajes capaz de llevarte por el tiempo para conocer sitios y gente fundamentales en la historia del país. Esta vez, Aerolíneas Contexto Histórico nos permite aterrizar en 1923, 1940 y los años 50, siempre en la zona paceña de Achachicala, para dialogar con Herminio Forno, Juan Poepsel y Marcos Bertoldo. Estos artífices del hilado nos envuelven en una trama textil ya centenaria.
Uno de los beneficios de la carrera de conservación de patrimonio cultural es que tienes millas ilimitadas para viajar al pasado las veces que quieras. En aerolíneas Contexto Histórico llegarás siempre a tiempo a tu destino; muy pocas veces sus vuelos están demorados y si viajas con éstas jamás perderán a tu gatito o tu maleta. Para solicitar un viaje sólo necesitas encontrar un bien cultural y, automáticamente, tu recorrido comienza. Para activar el objeto y que se convierta en un boleto, sólo necesitas intentar comprenderlo; entre los recursos de comprensión que puedes usar están los libros, los museos, las vivencias y hasta los periódicos antiguos te sirven.
Hoy quiero contarles sobre uno de esos mágicos viajes.
Allá, por Achachicala
En agosto del 2021 me subí en uno de los mejores vuelos al pasado. Me fui de vacaciones casi 100 años atrás, hasta la antigua hacienda de Achachicala, en el norte de la ciudad de La Paz, y pude ver dónde y cómo nació la industria textil boliviana.
Al llegar a 1923 me recibió don Herminio Forno Canale, el industrial italiano que fundó la primera fábrica nacional de tejidos de Bolivia, quien muy amablemente me invitó a hacer un recorrido por sus instalaciones. Nunca olvidaré el día en que conocí a ese hombre menudo, vestido con extrema elegancia de traje de casimir azul, marcado acento italiano al hablar sobre la calidad de la lana andina.
Me costó llegar hasta el lugar, pero valió la pena, pues fue muy emocionante ver la fábrica en medio de los cerros y a orillas del Choqueyapu. Recuerdo que tanto el espacio como la maquinaria en funcionamiento, moviéndose sola y trabajando con tanta rapidez, me resultaron intimidantes. Pero también generaron una impresión muy fuerte por el olor a lana mojada, la temperatura caliente del taller y el ruido; la vivencia fue un golpe de estímulos en todos los sentidos. Don Herminio me corrigió pronto: “No es ruido lo que escuchas, es sonido; el telar te avisa si algo no está bien, uno tiene que sentir el ritmo; si no hay un compás, algo estás haciendo mal”.
“Yo aprendí a tejer antes que a caminar”, me dijo riéndose el italiano que edificó en La Paz una de las fábricas de manufacturas textiles más importantes de Bolivia en el siglo XX.
Una fábrica sobre otra fábrica
El señor Forno me contó que los tres galpones donde funciona la fábrica se los vendió un industrial que hizo fortuna con la minería. Era Rafael Taborga, dueño de la fábrica nacional de papeles y cartones, la barraca boliviana de madera, la fábrica nacional de velas La Victoria, además de empresas de importación y exportación en La Paz y Oruro. Era Rico Mac Pato republicano el señor Taborga.
El recorrido por toda la fábrica con don Herminio fue de lo más ilustrativo, pues él me llevó sección por sección para explicarme todo el proceso de manufactura de un casimir, mientras me charlaba de su infancia en Biela, Italia, donde sus padres tenían una fábrica de textiles en la que los criaron a él y a sus hermanos. “Yo aprendí a tejer antes que a caminar”, me dijo riéndose. Al terminar el recorrido quedé fascinada, en especial con la maquinaria, y le prometí regresar para aprender más sobre la industria textil boliviana.
Mi siguiente viaje por ese sector me llevó a 1940. Me dio gran pena saber que mi amigo Herminio había fallecido en 1927. Esta vez me recibió Juan Poepsel, el gerente general y socio accionista de la fábrica, la que había cambiado de nombre a Manufacturas Textiles Forno y se había transformado en una sociedad anónima.
Don Juan era buena persona, pero le faltaba el carisma de los italianos. Era un alemán, medio frío el hombre, pero dueño de lo mejor de pueblo: la capacidad de planificación. Él me contó que tras muchos años de esfuerzos se logró armar el proyecto para construir los edificios más representativos de la arquitectura industrial paceña: uno, el gran edificio fabril, y otro, el edificio de la sede social para obreros.
Olvídense de los tres galpones, estas otras edificaciones iban a ser de ligas mayores: se planeaban dos megaedificios encima del río Choqueyapu, y a uno de ellos le iban a sumar toneladas de peso en maquinaria, además de un movimiento constante. Cuando Poepsel y Marcos Bertoldo, el arquitecto italiano que proyectó el gran edificio fabril, me enseñaron los planos y el terreno, les dije alarmada: “Ustedes están locos, eso se va caer”. Ellos se rieron intercambiando miradas cómplices, y Poepsel me contestó con un fuerte acento alemán: “Sólo los locos visionarios hacemos historia”.
Regresé y casi no reconocí el lugar. El complejo industrial estaba completo, no solamente con el gran edificio fabril junto con la sede social, sino con vías de acceso, la casa cuna, un colegio al que le pusieron el nombre de Herminio, canchas, comedores, ríos embovedados…
Esa misma tarde hice una apuesta con Bertoldo, al ganador pide. “En una década estará listo todo”, afirmó él convencido, y continuó: “Regresa y compruebas que todo está calculado a la perfección, este edificio vivirá siglos después de mi muerte”. Acepté la apuesta sabiéndome perdedora, pues la determinación y seguridad con la que estos hombres hablaban de su proyecto hizo que me arrepintiera de lo que había dicho antes.
Cumplí mi palabra, regresé una década más tarde y casi no reconocí el lugar. El complejo industrial estaba completo, no solamente con el gran edificio fabril junto con la sede social, sino con vías de acceso, la casa cuna, un colegio al que le pusieron el nombre de Herminio, canchas, comedores, ríos embovedados y muchas cosas más.
Un archivo fascinante
Hasta aquí el lector se debe estar preguntando sobre qué clase de bien cultural puede llevarme a décadas diferentes. La respuesta es simple: un archivo, pero no uno cualquiera, sino el archivo fabril perteneciente a Manufacturas Textiles Forno, la primera fábrica nacional de tejidos e hilados que se cerró en 1992.
Gracias a las gestiones de Roberto Forno Gisbert, bisnieto de Herminio Forno Canale, este 2022 fue posible ordenar, catalogar y describir su documentación con normativa archivística, y así fue como nació el Archivo Grupo Forno, el primer archivo fabril privado que recupera valiosa información sobre nuestro pasado industrial.
La descripción de series y subseries la hizo el ya conocido reskatiri de archivos, Pedro Aliaga Mollinedo. El estudio y la descripción de los planos fue trabajo del arquitecto Darío Durán Sillerico, conocido por su dedicación al patrimonio edificado. La conservación de los bienes y la coordinación general la hizo quien les escribe, una viajera del tiempo que pudo conocer con detalle el pasado de la industria textil a través del archivo del Grupo Forno.
Este 2023 se recuerdan los 100 años desde aquella vez en que se iniciaron las funciones de la fábrica. Con motivo de esta gran celebración se realizará el lanzamiento de una memoria que recorre la historia desde 1923 y con ella ustedes podrán enterarse en detalle sobre qué pasó con esa factoría, conocerán lo que se produjo además de los casimires y podrán darse cuenta del impacto y la magnitud de las fábricas en este presente que nos toca vivir.
Aerolíneas Contexto Histórico les agradece por su preferencia; el comandante y toda la tripulación les felicitan por haberse mantenido en esta página hasta concluir el vuelo, y esperan volverse a reencontrar pronto en otro viaje patrimonial al pasado. Manténganse atentos a las notificaciones, pues su próximo vuelo puede estar más cerca de lo que cree.