No están en los créditos de las obras y tampoco aparecen en primera fila para recibir los aplausos del público; sin embargo, su trabajo silencioso juega un papel fundamental en el mundo de la danza folklórica escénica.
El bibliotecario de los trajes
Entre cientos de trajes de carnaval, cuecas, ch’ampas, taquirari, llamerada, kullawada, diablada, morenada, caporales, cuecas, etc., etc., etc., se desarrolla el trabajo de Bryan, el bibliotecario de los trajes.
Conoce al detalle los implementos del vestuario de cada danza, sabe qué cosas se “perdieron”, qué trajes son pequeños o de qué colores hay. Es un joven ordenado, cada vez implementa más herramientas de archivo y organización sistemática de prendas multicolores. Cada traje tiene una energía y una historia -o varias-, tal como pasa con un buen libro. Bryan gestiona estos libros multicolores y procura su cuidado.
A pesar de su muy buena voluntad, reniega, y mucho. Los bailarines no siempre son considerados con él. La entrega y devolución del vestuario tiene horarios claros; sin embargo, no falta el bailarín que pide una excepción o solicita una prórroga. Cada vez Bryan es menos confiado (o ingenuo) al respeto. Ser el encargado de tan amplio vestuario no es fácil.
Sin su trabajo, reinaría la anarquía, no habría ni una sola “presentación presentable”. No habría galanura sobre el escenario, apenas -con suerte- unos bailarines sonrientes.
Bryan es una paradoja: no es nada y es todo. Es invisible en el espectáculo; pero, sin él, ningún show sería posible.
Bryan Nixon es estudiante de medicina y comunicación social. Es el responsable de organizar, ordenar y registrar el vestuario de BAFOPAZ (Ballet Folklórico de La Paz).
La madre de los hilos
Como muchas madres que buscan hacer realidad los deseos e ilusiones de sus hijos, Ana Luz comenzó a ensayar la costura para escenario. El pedido: trajes de danzas folklóricas bolivianas, en particular de cholas antiguas: potosinas, paceñas, cochabambinas, chuquisaqueñas… todos de época, todos inspirados en sueños o recuerdos, todos imaginados.
Nació un 29 de abril, día de la danza -vaya premonición-, y comenzó a elaborar sus hermosas prendas hace más de una década, a pedido de su hija, Ana Ariscurinaga, directora artística de BAFOPAZ (Ballet Folklórico de La Paz). El afán es grande, su amor también. Ella sabe que no sólo confecciona un traje, sino que es parte de un sueño que ayuda en algo -mucho, en verdad- a que se haga realidad. Ella se siente importante, ella es parte del show.
Aunque con los años ha ido perdiendo la agudeza visual y el tiempo que requiere para elaborar cada traje se extiende más y más, su ímpetu por continuar aportando hace que siga cosiendo con atención y sumo esmero. Los años pasan y su trabajo persiste, sus manos continúan trabajando afanosamente para cada espectáculo y las bailarinas siguen esperando vestir sus creaciones.
Ana Luz es silenciosa, no hace alardes de su trabajo, no aparece histriónicamente en los teatros y tampoco expone su nombre al lado de los resultados. Ella observa los trajes y a su hija desde el púbico. Seguramente sonríe para sí al ver la buena cosecha, y lo hace también desde el rostro sonriente de las bailarinas que visten sus trajes y desde el gesto feliz de su hija.
Ana Luz Gil es profesora, diseñadora, costurera y bordadora de sueños.
Escenógrafo todoterreno
Son las 7 de la mañana y mi padre conduce por la avenida Unión, urbanización El Kenko, en busca de la casa de “Don Víctor”. Estamos sobre la hora, debemos recoger piezas de utilería para un espectáculo en el Teatro al Aire Libre Jaime Laredo. Él nos manda su ubicación por GPS y mi padre, gran conocedor de caminos y mapas, logra descifrar esa desconocida dirección.
Llegamos. Don Victor nos recibe con una sonrisa pese a las pocas horas de sueño que develan sus ojos. Dice que irá con nosotros. Así pasa y ya en el teatro nos despedimos. Él agradece con una enorme sonrisa y se dispone a ayudar en el armado de la tramoya del espectáculo.
Con don Víctor hemos compartido muchos espectáculos en La Paz y otros departamentos. Sé lo apasionado que es. En varias ocasiones, al llegar muy temprano al teatro municipal Alberto Saavedra Pérez, lo he encontrado con sus tradicionales plátanos y las manos delgadas, como todo su cuerpo, llenas de pintura. Le he preguntado si no tiene miedo a quedarse solo en ese antiguo teatro durante la noche y la respuesta es siempre que no. Es que las horas de trabajo se le escapan de las manos, se le escurren por los dedos, no hay tiempo para el susto, los aparecidos o cosas similares.
Don Víctor es parte de la historia de los teatros, no tiene un “no” por respuesta, todo lo puede, todo lo hace, todo lo resuelve. Ama su trabajo y se nota. Todos los bailarines y actores lo conocen, los técnicos del teatro lo tienen como parte del equipo, hablan el mismo idioma y tienen recuerdos similares. Cuando se tiende una charla, nos cuenta contento sobre sus trabajos, sobre el arquitecto Mario Torrico que le enseñó mucho sobre escenografía, sobre tal obra, o tal director o directora de teatro, cine o danza.
Sus ojos están llenos de imágenes, de historias que ayudó a contar con sus grandes cuadros-marcos-escenarios. Tiene algunas palabras que decir, muchas historias que contar; pero poco tiempo para hacerlo, pues siempre está corriendo. Seguramente, trabajará en este oficio hasta el último día de su vida. Seguramente, nos seguiremos cruzando en el teatro con esa complicidad de quienes comparten un secreto.
Seguramente seguiremos apreciando su hermoso trabajo. Seguramente.
Víctor Mamani es pintor escenógrafo.