Culpables, acaba de decir un juez sobre tres líderes scouts que cometieron agresiones sexuales contra niños a su cargo. ¿Cómo viven las víctimas un juicio así? ¿De qué son capaces los abogados defensores? ¿Se festeja al final? ¿Para qué sirve una sentencia condenatoria?
…Y sucede lo increíble; Gunter pide acabar con la tortura de este juicio, Hebert implora y Henry pide justicia. Mostrar debilidad es el festón final de una actuación ejercitada durante años en el escenario del mundo. El público es un juez de sentencia, Gonzalo Yépez, quien ha oído los testimonios de 15 víctimas y ahora recoge las palabras finales para dar su veredicto.
Los tres acusados de delitos de violencia sexual y encubrimiento esgrimen todos los males que sus familias han pasado, el perjuicio que han venido arrastrando por todas las acciones que se han hecho en su contra; son tres humanos famélicos de recursos y que fungen para efectos secundarios como los mejores hombres de este planeta. Causar pena en un juez mayor, a punto de jubilarse, es la última carta que juegan y la vienen afinando con golpes de efecto.
El jueves 17 de noviembre de 2022 son sentenciados como culpables. Inédito tratándose de violencia sexual ejercida contra varones.
Suceden cosas extrañas en los juicios de esta índole; los acusados, cuando tienen la oportunidad de dar su versión de los hechos, exhiben la candidez que promueven por otros medios, invocan silencio o se defienden con acusaciones de envidia.
Henry Arispe, en una actuación regular, nos acusó de envidia y hasta de “venganza”, orillándonos a cuatro años de verle argumentar que arruinamos una carrera brillante de dirigente de niños.
¿Es un derecho que permite a agresores de niños presumir inocencia audiencia tras audiencia? ¿Es posible que después de las palabras de 15 acusadores se acepte que éstos busquen infantilmente venganza, gastando tiempo y esfuerzo sobrehumano para meterse en el entuerto legal? ¿Es posible tanta estupidez? Tal vez es sólo la levedad suficiente para soportar su reflejo.
La sentencia nos brinda la posibilidad de decir que lo que nos pasó no hubiese ocurrido si hubiéramos tenido educación sexual cuando éramos niños.
Las cosas más increíbles suceden cuando los acusados recuerdan a sus madres, hermanas y cuanta mujer se les ocurra. Ellos, como buenos hombres, deben cuidar y proteger. Así pasó durante todo el año 2021, cuando Gunter Montecinos, en un arranque paternalista, pidió siete veces la cesación de su detención preventiva, hasta que la consiguió porque tenía que cuidar a su madre, porque era el único que podía hacerlo.
Hemos pedido disculpas las veces que hemos tenido que contrarrestar esos argumentos mencionando a sus madres. Las familias sufren muchas veces lo que nuestras acciones han generado, nuestras propias familias nos han visto caer, llorar y maldecir. Nuestras familias han encontrado maneras de acompañarnos y también se han sentido impotentes cuando nos han visto en la sima.
Uno de nuestros compañeros ha tenido que cambiarse de casa porque el abogado y el acusado, trabajando juntos, vivían frente a su casa. Algo que pocos podrían soportar. Cómo encontrar un poco de paz ante tanto hostigamiento de parte de la familia de Henry, que vivía cerca y que cual grupo de choque hostigaba al compañero cuando transitaba la entrada o salida de su casa. Ésas son las complicidades que impiden que sanen las heridas causadas por los agresores.
La imagen de los acusados
El grupo que hemos formado es una de nuestras fortalezas. Ayuda contar sobre el cotidiano devenir de un juicio, fortalece la única verdad que tienes, la de reconocer que has sido lastimado pero que eso no te determina. Esa imagen ya no nos corresponde.
El banquillo del acusado o, más precisamente, el rótulo de acusado parece que lo cambia todo: de pronto esos hombres son el único sostén de la familia y todos casualmente tienen dependientes directos; y también despierta fidelidades insospechadas: tal vez por eso los scouts nunca creyeron en nuestra causa y la institución brilló por su ausencia, aun cuando en 2013 Germán Rocha, jefe scout nacional, conoció de estos hechos y prefirió cuidar a su protegido Gunter Montecinos. Germán Rocha ha fallecido este año y lamentablemente no pudo saber de la sentencia de su pupilo (fallecido también esta semana).
La confirmación de culpabilidad ojalá les devuelva la sensatez a todos los dirigentes que optaron por la duda y traicionaron a los niños de cuya protección se jactan.
Crear la imagen personal es un trabajo de cuidado, de detalles, de autoobservación, de celo; estos agresores sexuales lo saben muy bien, por eso siempre apelan a su imagen creada, nunca a lo que se pueda decir de ellos: un desliz o duda haría caer el castillo de naipes cuidadosamente construido; bien decía mi abuela: dime de qué te jactas y te diré de qué adoleces.
Esa imagen es algo que todo agresor aprende a perfeccionar con mucha práctica a falta de control efectivo y sabiendo de las facilidades que brinda la institución. Los scouts fomentaron a estos agresores por más de una década, tiempo suficiente para que sean buenos dirigentes, todos insignias de madera (el grado formativo más alto entre los scouts), es decir perfectos agresores sexuales. Esta especialización comprende varias áreas, pero las más importantes son dos: la primera, el poder sobre las víctimas (saber que pueden castigarlas les debe causar orgasmos); la segunda, que su entorno los considere buenos: Gunter, Henry y Hebert presentaron sus diplomas de honor como pruebas de un perfil intachable. Y es verdad que en estos casos pueden incluso exhibir actos de bondad, no importa si después, durante el festejo, emborrachen a cualquier adolescente y le toquen los genitales: eso se justifica. Tampoco importa que dándose de educadores de avanzada enseñen a los chicos a masturbarse durante las veladas de patrulla: son tan buenos que un toque impúdico no les hace mella.
Esta metodología puede ser confirmada como un patrón por cualquier psicólogo capacitado en el tema. Sin límites claros, el terreno es fértil para cometer abusos.
En estos cuatro años hemos tenido que luchar contra esas imágenes, recordar los empujones, los reproches, los gritos, las humillaciones, la traición a “nuestra segunda familia” que juró protegernos, traer de nuevo las emociones al encarar su actuar abusivo, aprender con terapia o sin ella que no tenemos la culpa, que lo que ellos hicieron es manipular y ejercer un poder a partir del resquicio emocional que supieron aprovechar, que satisfacer su instinto sexual y abuso de poder no es algo que nosotros hayamos provocado. Hemos aprendido a superar el trauma para poder mirarlos sin miedo, pero también sin rabia.
Los cuatro años que hemos estado frente a frente hemos tenido que presenciar engaños bien articulados, pero insostenibles. Si no, cómo se justifica que, en las declaraciones, los mejores amigos de Gunter no hubiesen conocido a su novia que supuestamente estuvo con él durante más de 10 años. Cómo se justifica, Hebert, que una madre no sepa qué hacen las chicas que tienen la mitad de edad de su hijo entrando y saliendo de su dormitorio bajo el rótulo de actividad scout.
Qué difícil ser un varón denunciando abuso sexual; qué difícil entender un abuso sexual al ser menor de edad; qué difícil cuando es tu palabra temblorosa asida de su verdad la que va contra la poderosa voz agresora.
Nuestra fortaleza ha estado en el grupo, en encontrar pares que entiendan lo difícil que es hablar de todo esto sin ser juzgados. Porque los machos alfa no pueden hablar de sus dolores y agreden para sentirse mejores hombres; en cambio, aceptar nuestra debilidad no nos hace mejores sino más humanos. El grupo nos ha ayudado a aceptar que nosotros no hemos sido la causa de la duda sexual de los agresores. Ellos nos han violentado y después han negado los daños.
Las pruebas que hemos presentado, principalmente nuestra voz y nuestra verdad, han convencido al juez y por ello podemos caminar tranquilos por la calle. El jueves 17, con 40 cuerpos de obrados, con 10 pericias psicológicas obtenidas de manera lícita y en conocimiento de las partes, frente al silencio y la ausencia de una evaluación veraz de los acusados, la sentencia nos ha dado paz.
Los 10 años de cárcel para Henry nos ayudan a creer que no habrá más niños que tengan que sufrir sus enseñanzas, que los 4 años de Gunter lo iban a ayudar a aceptar su sexualidad y los 2 años de Hebert le servirán para evaluar su encubrimiento: ¿vale más un pedazo de terreno o la entereza física y mental de unos niños?
Leguleyos, un sistema
En las prolongadas sesiones que hubo para dar nuestro testimonio, cada dos semanas hemos tenido que sufrir la beligerante y maliciosa actitud de quienes conocen las leyes, pero que las interpretan a su gusto para lograr victorias pírricas. Ellos, sabiendo de su margen de acción, se portan casi igual o peor que los agresores que defienden, se toman libertades enormes al incomodar y sorprender con preguntas que pueden mellar la dignidad de cualquier persona: es ofensivo que te pregunten si a uno le gusta que le toquen los genitales, sobre todo porque es eso precisamente lo que estamos denunciando; pero ese derecho parece que desapareciera cuando uno tiene que testificar. Raúl Ferreira y Sergio Rivera, abogados de Hebert y Gunter, respectivamente, han sido objeto de recriminaciones por parte de nuestro abogado y también del juez, pero lo siguieron haciendo. Un sistema leguleyo les permite seguir, bien remunerados, incomodando y amenazando; parece que es necesario el trato inhumano para demostrar lo buenos que son, ya que por tiempos, por costos, estos seres olvidan que están ante sus semejantes.
Raúl Ferreira amenazó con demostrar que existían correos electrónicos que revelaban nuestra búsqueda de dinero; en los cuatro años que hemos estado en juicio, con etapas de judicialización de pruebas y con un periodo previo a los alegatos para presentación de prueba extraordinaria, no ha presentado nada.
Nosotros, como denunciantes, tenemos la carga de la prueba y así lo hemos asumido durante todo el juicio; ellos se han arrimado a una presunción de inocencia que ahora ha sido desechada.
La retórica que enseña el código de procedimiento penal establece tres formas de objetar una pregunta: si es capciosa, reiterativa o sugestiva; claramente los griegos que inventaron esa disciplina tendrían varios problemas para discutir ante tan pobre argumentación; pero estas tres formas son las que los abogados esgrimen cada vez que una pregunta devela el delito por el cual están siendo acusados sus clientes. En un meandro de dimes y diretes con el juez, uno como testigo tiene que escuchar argumentaciones ridículas, como decir que es sugestivo si la pregunta dice claramente: ¿Conoce a Gunter Montecinos y en qué condiciones lo conoció? Tal vez leyendo esta crónica ese señor se dé cuenta del absurdo.
Según una investigación de Misión Internacional de Justicia de 2018, en el departamento de La Paz sólo el 1% de las causas denunciadas llegaban a tener sentencia. Es decir que el sistema judicial boliviano tiene un margen de acción muy pequeño por todos los problemas que acarrea, principalmente la sobrecarga judicial y el abandono de las causas.
Nosotros estuvimos cuatro años, con altibajos, tratando de ser parte de ese uno por ciento para establecer un precedente importante; no para figurar, sino para que instituciones como los scouts o los colegios se den cuenta de la importancia de brindar a los niños y jóvenes educación sexual, para que puedan identificar y denunciar a un agresor sexual con prontitud. Que no vivan tanto tiempo con esas culpas ajenas y que los agresores sean apartados y recluidos. Esta sentencia nos brinda la posibilidad de decir que lo que nos pasó no hubiese ocurrido si hubiéramos tenido acceso a información cuando éramos niños; que no activar esos mecanismos nos vuelve vulnerables a todos y promueve la proliferación de agresores.
Las deudas con nuestras wawas
El día de la sentencia teníamos el corazón en la garganta, un cansancio infinito y las manos temblorosas. Fueron cinco horas en el interregno de la duda. El juez, por ley permitió escuchar a cuatro de las 15 víctimas. Pudimos hablar de justicia y de que una condena puede ser una vía de resiliencia. Los tres acusados esgrimieron cinismo y fantasía. Luego, el tiempo de 20 minutos para dictar la sentencia se extendió a 40. Cuando se retornó a la sala y se escuchó el veredicto: “̈Se los declara autores de la comisión de los delitos acusados…”, lo único que atinamos a hacer fue a mirarnos y notar cómo nuestros ojos se llenaban de lágrimas.
La siguiente hora fue de llanto, de catarsis liberadora. ¿Felicitarnos? ¿Con qué sentido? Si nosotros mismos deseamos tantas veces que los hechos que pasaron nunca hubiesen sucedido, que todo hubiera sido un mal sueño para poder despertar. La sentencia es un consuelo y un pasito para poder seguir sanando en profundidad.
Sin embargo, ¿qué sería lo justo acá? Estos pocos años de cárcel (que ellos ya están viendo cómo revertir) no nos quitan el dolor, los miedos, el trauma ni el estrés postraumático. No logran que el tiempo retroceda y se eviten esos actos por los que no hay disculpas. Así que, ¿justicia?… ¿dónde? Lo que sabíamos es que lo único que podíamos conseguir es crear un precedente para que algo así no les ocurra a otros niños y adolescentes, para que las instituciones aprendan a creer a sus beneficiarios y a cerrarles las puertas a los agresores.
Antes de la denuncia legal, cuando empezamos a escucharnos, nos preguntamos: ¿Quiénes más pasaron por esto?… Mientras más preguntábamos, más chicos aparecían y más nos dolía, porque somos muchos, porque el sufrimiento no ha sido poco y cada quien está canalizándolo como bien puede. Todo esto se ha hecho porque teníamos una deuda con cada una de nuestras wawas internas, esas que no entendieron qué paso, que se culparon y se sumieron en la vergüenza, esas que bloquearon los hechos hasta que explotaba la rabia. Esas wawas pueden sentirse un poco más tranquilas, porque ahora somos nosotros los adultos los que las curamos y los que buscamos que se proteja a otras.
Durante estos cuatro años hemos tenido que lidiar con los recuerdos, con semanas de desvelos, con miedo en las calles, con pesadillas, con rabia en las audiencias. Todos hemos querido renunciar al menos una vez, pero como grupo hemos podido sostenernos, hemos podido dividirnos las cargas y darnos permisos para lidiar con nosotros mismos cada vez que lo necesitamos.
Qué difícil nos la pusieron, qué difícil ser un varón denunciando abuso sexual en esta sociedad, qué difícil entender un abuso sexual al ser menor de edad, qué difícil cuando es tu palabra temblorosa asida de su verdad la que va contra la poderosa voz agresora y su imagen y discurso preparados.
Queremos que esta sentencia marque la cancha para viabilizar tantos casos de abusos sexuales en Bolivia. Queremos que se visibilice la facilidad que tienen los agresores en instituciones corruptas y que no controlan el trabajo que desarrollan con chicos y chicas. Queremos que todas las personas que fueron agredidas por estos sujetos dejen de sentir miedo. Queremos que por fin se pueda hablar de estos temas entre los scouts, porque no es cierto que les estamos metiendo miedo a los papás para evitar que lleven a sus hijos a los scouts, sino que los niños y niñas necesitan saber más de sus derechos sexuales.
El juicio creó divisiones entre nuestros amigos; los que nos creyeron siguen con nosotros y han ayudado y alentado para que podamos llegar a esta etapa; los otros, los ahora examigos, han ayudado a los agresores, han mentido para proteger sus creencias. Esto también nos ha lastimado y nos sigue molestando, porque sabemos que la gente que apoya y defiende a los ahora culpables, jamás cambiará de opinión. De todas formas, esta victoria es también para ellos y ellas, tanto como para quienes reprimieron los abusos que les tocó sufrir.
No nos vamos a rendir porque, gracias a estos años de experiencia, sabemos que estos culpables no van a facilitar las cosas y todavía falta la sentencia ejecutoriada y falta un segundo proceso que buscará establecer las razones por las que se encubrieron los delitos.
Aquí estamos.