¿Es sólo un perro? Si muere, ¿se sufre menos que por una persona humana? La respuesta, para la autora de esta nota, es que no, que un animal puede ser un hijo, que no es un exceso y que ahí están la vida y la muerte de León para probarlo.
Cómo escribir sobre la muerte de mi perro León, víctima de biocidio ante mis ojos, por una vecina que no se hizo responsable ni tomó conciencia ni pidió disculpas; escribir sobre el duelo, o una anécdota, una crónica, algo… ¡Claro que sí!, quiero hacerlo. Es la oportunidad de sacar algo bueno de la pena; será útil para otros recordar el valor de un perro en la vida humana, ¡sí!
Pero pasan los días y no lo logro. Ya no tengo Mariana… ¿Con qué podría armar coherencia?
Camino como animal enjaulado en la caja de la ducha, noches y noches, mezclando la rabia de mis lágrimas con el calor del agua, balbuceando palabras que no podré traer al mundo porque se me caen los ojos al buscarlas, cada letra que lo evoque es su ausencia, cada rincón de la casa, cada pensamiento me tala el cuerpo y ya no soy…
¡Vamos!, me digo, actúa que puedes, es lo mínimo que esperas de ti misma, no te defraudes; un cuento, un homenaje al regalo de luz que fue su vida; decir que al llegar a casa no tenía ni un diente y detallar cómo le salieron, uno por uno y luego fueron cayéndose todos, porque eran de leche. Describir su talento para el canto, el show de nuestra canción juntos que nunca pudimos filmar porque nos reíamos tanto; en cambio sí filmamos sus primeras palabras, su voz hablando en lenguaje de perro, no ladridos ¡palabras! con entonaciones específicas para cada situación o idea, y cómo mostraba con la mirada lo que quería o hacia o a qué dirección planeaba ir, ¡y yo entendía!: no sé cómo, pero el mensaje me llegaba con claridad exacta. Y claro… si aprendió todo eso del gran Duende Félix, al que imitaba hasta bostezando, cada gesto, mimetizados como hermanos de la risa, juntos todo el tiempo; sus aventuras de dibujos animados, su audacia para la travesura y el robo, sus motines aullando para que los saque cuando pasaba su amiga perrita callejera, la altísima, que los revolcaba como a bolas bobas y siempre volvía a buscarlos (ahora vive con nosotros, la llamé Violín y le queda). Contar que se ponía feliz de estar peinado con pichicas de chica, antes de que le cortara esa melena de samurai chiquito que le tapaba los ojos, pero que peinada lo hacía parecer un verdadero hijo de la emperatriz china, ofrendado y decorado por lamas tibetanos… Pero ésa era sólo la pinta, porque en el carácter era un palomillo sinvergüenza.
Puedo contar el instante en que lo vi tomar la decisión de desobedecerme por primera vez, y dar un salto por el gran descubrimiento de poder que acababa de hacer. Se escapó dando brincos de emoción y valentía, corriendo como conejo por el campo, mientras yo lo seguía, lejos de lograr alcanzarlo, hasta verlo echarse junto a la yegua blanca a contemplar su magia. Sí, la yegua: su mayor anhelo, llevarle comida y mirarla ser; ella lo dejaba estar a su lado, una vez vi que le lamió la cabeza, creo que también a ella le inspiraba ternura, los animales saben ver.
Un hijo, nada menos
Puedo explicar la devoción que me enseñó a sentir por la vida, por el olor de las flores del pasto cuando hundes en ellas la cabeza, por el color de las nubes de la mañana que se le parecen, y las hormigas ocupadísimas, las mariposas diurnas y nocturnas, por saltar con el agua de la manguera y correr hasta cansarse y echarse de panza en los charcos más mugres.
Puedo describir su mirada enorme, de lado y con un solo ojo útil, tan chistosa. La delicadeza de sus costillas antes de romperse… sus pensamientos de perrito niño, que quiere hacerse amigo de todos, hasta de los perros feroces, sin ver el peligro, desde el primer día hasta el último en que lo enterré sangrando… él y yo… rotos, hechos trizas.
Largas horas lo arrullé esa tarde, las más oscuras de mi vida; dije mil veces te amo, te amo… al frío… al espacio confuso, a sus ojos mirándome desde la nada.
Iba a cumplir tres años ahora, en noviembre.
No puedo dormir; han pasado veinticinco días sin sueño. En mi cumpleaños choqué contra un auto parqueado. No duermo, me hace falta en el cuerpo, su respiración en mi cuello, su pata rascándome la mano para que acaricie su cuerpito de lana de luna, que tanto he cuidado, con toda la ternura que pudo nacerme y no sabía que existía, y él, tan cercano a la piel, me ayudó a cumplir aquello que había frustrado en mi instinto, sin darme cuenta. Así fue: me hice cuna para un perrito… crecí al amar…y sin haber dado a luz… la tuve dentro.
El amor es animal, es volverse perros.
Largas horas lo arrullé esa tarde, las más oscuras de mi vida; dije mil veces te amo, te amo… al frío… al espacio confuso, a sus ojos mirándome desde la nada, ¿dónde estás? Llegó la noche sin soltarnos, se puso tieso y no pude ver más. Seguí besándolo, soplando su boca como bolsa hueca, para que muerda mi aliento y vuelva a latir el milagro del que nada sabemos.
He perdido la inocencia, ahora conozco el sabor de la muerte.
Ella me ha robado las palabras, no veo el orden de esta canción-pesadilla, no entiendo, no quiero recordar pero atravieso una y otra vez el infierno de no poder salvarlo, de no tener los dientes filos de una perra que defiende a su cría con la vida.
Silencio, por favor… el cuarto está oscuro, tengo su olor en su chompita y algunos pelos. No puedo respirar, no puedo andar, no puedo hablar ni pensar, no me esperen, silencio… Me han matado a un hijo.
Se me ha metido un nido de moscas al pecho; abro la boca, pujo y las veo salir… negras, ruidosas, histéricas, chocan con las cosas, y al cerrar, vuelven, me nacen más, las oigo zumbar, las odio… maldita muerte y sus ayudantes malditos, no la acepto, no la disculpo… abusiva… era sólo un cachorro…
Tal vez después pueda mirar con sabiduría todo esto, pero por ahora prefiero no mentirme ni mentirles, estoy sentada sobre el charco de sangre bajo mis párpados. Los días son de noche, mi cama es una tumba, y estoy despierta.
Y aunque parezca que río estoy fingiendo, muevo la boca como si fuera… pero ando escondida adentro. Ni una palabra de alivio podría… ni la pena de los que miran, ni sus amorosas intenciones, nada… nada toca mi herida, lo siento. Finjo calma, lo hago por amor, discúlpenme, los escucho, pero no entra, estoy sorda de dolor, ausente.
“Es un perro. No te puedes morir por eso, vendrán otros a tu vida, no hay que quedarse en el hueco, pasará, debe pasar, cálmate, no te rompas la voz gritando en vano, tienes que cantar el viernes, te pagan por eso, sonríe y te convencerás de estar sonriendo, ¿ves?, estás mejor, un poco de agua con azúcar, él ya no sufre, está a salvo, es un angelito y te acompaña, está con su familia, es todos los pájaros”
Silencio, por favor… el cuarto está oscuro, tengo su olor en su chompita y algunos pelos. No puedo respirar, no puedo andar, no puedo hablar ni pensar, no me esperen, silencio… Me han matado a un hijo.
Nos animaux de compagnie sont des enfants pour nous
Nous vivons avec eux, nous les choyons, ils nous donnent beaucoup de bonheur.
Il est difficile d’accepter l’absence de nos amis à 4 pattes, qui partagent notre quotidien, nos joies et nos peines.
Nous espérons que les bons souvenirs partagés et de complicité t’ apporteront de bons souvenirs
Beau texte Mariana, très émouvant, bravo
conmovida, solidaridad con tu perdida. animo, que su luz te proteja.