Fotografía de Mateo Caballero
Las fronteras para él no existen, los idiomas no lo limitan porque habla con las emociones que conectan al mundo entero. No se mide por el tiempo, cuenta su vida en historias, en teatros, en miradas, en la maravilla de descubrir belleza en lo cotidiano.
Philippe abre una lata de sardinas para comerlas con marraqueta, toma café con su cigarrillo, come un chocolate, toma vino y sale a cenar. Al mismo tiempo, construye galaxias en su mente, sueña despierto, es capaz de hablar con una caldera para divertirse y me ha contado que, por las noches, mira el techo desde su cama para descubrir las obras que va creando.
Lo he visto agradecido y sintiéndose un rey al actuar en un palacio o en un pequeño café, con la exacta y misma rigurosidad y entrega. En los camerinos, frente al espejo, se pone la máscara blanca y como en una ceremonia se transforma en el mimo Bizot; reconfirma en sus ojos la eterna decisión de tomar como casa los escenarios. Espera al público para tocar a la audiencia en una cita de amor.
Bizot dibuja en lo sutil, canta con las manos, siente las luces y escribe acariciando el aire; toca recuerdos con un espíritu afinado, juega en el imaginario; puede unir en un solo cuerpo al jinete y su caballo; es riguroso e improvisa y respeta como a un dios su trabajo. Vive para actuar en las alturas, como un monje que peregrina y se maravilla en la soledad de sus montañas.
Philippe me enseñó que no existe sólo un silencio, son varios y al ver a Bizot los escuchamos.

Philippe Bizot, mimo, nació en Burdeaux (Francia) en 1954.