El dolor (1)
¿Qué puede hacer un padre por una hija que sufre la pérdida de alguien amado? Acompañar, comprender, animar… narrar. Éste es el caso de un biocidio y del proceso de duelo que las palabras intentan explicar para ayudar a sanar.
El dolor nos cae, envuelve y nos arranca del mundo.
Quizás para salvar la vida, la naturaleza ha ordenado que nadie pueda sentir el dolor de otra persona. No importa si el dolor te punza el corazón o un diente. El dolor es propio, nadie siente tu mismo dolor. El dolor te empaqueta herméticamente.
Por eso, cuando eres presa del dolor, percibes la inutilidad de tu reclamo y te escondes. Ya has gritado hasta romperte la voz. Sales de la habitación cuando te sube un gemido; no quieres obligar a otros a decir pésame.
Oyes el tintineo de una cucharilla contra un vaso. Alguien diluye azúcar en agua. Te ordena beber el pequeño remedio. Lo bebes para no ofender. Miradas amables se posan sobre tu cuerpo. Te informan que ahora eres un cuerpo ofendido. La ofensa te diferencia de los demás. Te avergüenzas. Sientes que debes alejarte. Ya has gritado hasta romperte la voz. Además, hay personas que cuchichean juzgando tu dolor excesivo. Son los valientes que no se conmueven por nimiedades. No hay tiempo para explicarles. Hablar produciría ruido.
Aceptas la soledad, aceptas que el dolor sea tu único interlocutor, aceptas que el dolor se enquiste para siempre en tu vida, aceptas que el miedo sea desde ahora tu primera actitud ante la gente. Eres como una persona mal vestida en un interminable ascensor. Estás rodeada y sólo esperas que la gente finja que no estás ahí.
De pronto todos salen. Miras las cosas. El mundo se ha derrumbado, pero las cosas siguen donde estuvieron antes. No lo puedes creer.
Llevas el cuerpo del perrito al jardín. Al sitio donde tomaba el sol. El otro perro lo husmea, no cesa de lamerlo. Tú lo besas y quieres ser como Duende, el otro perro, el hermano viejo, el alfa de su jauría. Sin embargo, tu lengua es minúscula y sólo puedes lamer su hocico y soplar para inflar sus minúsculos pulmones. Ése es tu remedio inútil. Duende lame. El lamido es su palabra de dolor y también es su remedio inútil.
El otro perro te da el ejemplo. Debes dejar que el cariño hable. Debes denunciar el mal, la crueldad brutal. Hablas a la noche y clamas al mundo; te hablas a ti misma y le hablas al perrito. Tienes una máquina para guardar el tiempo y registras el instante para que perdure y no se pierda sin dejar huella. Hablas en susurros y lloras. Ya has gritado hasta romperte la voz.
Repentinamente te cae la obligación de hacer trámites. Recorres la ciudad de noche. Vas de un lugar siniestro a otro. Retenes de Policía. A simple vista reconoces a la gente con dolor y a los indolentes. Buscas a una mujer uniformada para que te hable, porque los hombres se esconden en la de torpe autoridad. Nada es posible, vuelva mañana. Vaya a la fiscalía. Necesitará una necropsia.
Regresas al jardín del perrito. No está donde lo dejaste. El otro perro, su hermano viejo, su compañero, ha cavado y lo ha llevado a un hueco. Te mira y da la orden más razonable de todo el día. Pero primero hay que hacer un trámite. Hay que esperar.
Sofía te da un somnífero para que el tiempo pase sobre el refugio del sueño. La hija de tu hermana, la que cuidaste cuando era pequeñita, cuidará ahora tu sueño. Duermes abrazada a Sofía. Tu papá y el querido Duende Félix cuidarán el cuerpo del pequeño León Félix. Somos una familia.
Las personas que rodean al doliente reciben el nombre de deudos. Son la humanidad que asume la deuda de devolver al doliente al concierto de los humanos.
Despiertas y vuelves a caer en el abismo del dolor. Duermes y vuelves a despertar al horror. Cae la tarde. Llega Glenda, tu amiga del alma. Tu papá regresa de la calle. El cuerpo del perrito está ahora en una bolsa negra que no quieres ver. Recuerdas la orden que te dio el Duende. Tomas una pala y agrandas el hueco que él comenzó. Glenda, Sofía, el Duende y tu papá te rodean. Es un momento solemne con mucho amor. Quizás exista un ritual, pero nadie se siente sacerdote.
Tu papá trae a León envuelto en una camisa fina. También trae un cirio: es el que guarda del entierro de su madre. Todos cavan profundo y luego siembran a León con sus juguetes y todos lo cubren con puñados de tierra que se está tornando sagrada. Duende mira sereno. Falta algo. Sofía viene con hermosas y pequeñas chirimoyas cambas. Las distribuye sobre la tumba. Quizás germinen las semillas. Era la esperanza que faltaba para que el entierro sea una siembra.
Ritual de entierro
Glenda pone la mesa del comedor y nos convoca a sentarnos detrás de platos, tazas, cubiertos y servilletas y nos conduce hacia el más cortés y común de los rituales. Tomamos té y comemos fruta que ahora tiene un nuevo sentido. Comemos semillas y el dolor cambia, pues ahora contiene paz y esperanza. Nos sorprende nuestro nuevo estado de espíritu. Comprendemos que somos seres milenarios con rituales de entierro que señalan el camino para que la sabiduría venga de la muerte. Agradecemos nuestra mansedumbre ante la muerte.
Agradecemos a Glenda por conducirnos a la civilización de la mesa compartida. Ahora somos gente serena.
Otra vez en el auto por la calle. Vas agradeciendo a Dios que tu simple existencia haya merecido el amor de otra persona. En el aeropuerto viene hacia ti alguien que te ama. Le entregas tu cuerpo para que lo saque de la soledad. Ella tiene ese poder. Es tu madre.
Las personas que rodean al doliente reciben el nombre de deudos. Son la humanidad que asume la deuda de devolver al doliente al concierto de los humanos.
Hablas a tu madre para emerger del abismo frío, del alarido ahogado y llegar al balbuceo de bebé que ella ya sabe entender. Te responde con escucha silenciosa y con caricias que te devuelven tu cuerpo. ¿Quieres algo? Y te trae golosinas que te recuerden un placer que viviste antes del dolor. Ella sabe que el deseo es la expresión de la vida y quiere avivarlo. Te da su tiempo sin límites, cuida tu sueño para ahuyentar pesadillas. Quizás mañana te lleve a pasear por la belleza vegetal, quizás te ofrezca música, te aliente a cantar.
Recuerdas que mañana tienes un compromiso para cantar ante público. Pero te has roto la voz. Tu instrumento de trabajo…
Humanos
Comienzas a pensar el dolor. Piensas en los dolores causados por infortunios naturales y que la resignación diluye pues el doliente no puede interpelar las fuerzas que trajeron la muerte. Pero hay otros dolores que no vienen por la fatalidad, sino que son traídos por personas que vienen con sigilo y odiosa intención. Humanos enemigos de lo humano.
Quieres entender. Un humano es empático, no quiere causar dolor. Un humano no ataca si no se siente amenazado. Los perros adultos y machos tampoco atacan cachorros pues un cachorro no es una amenaza. Tú tampoco amenazas. Te conoces inofensiva.
Saliste a pasear con tus perros mansos. Pasaste frente a la casa lujosa de la señora que ayer te increpó porque tu paso por la calle hace ladrar a sus perros encerrados. “La calle es pública, señora” le respondiste, nunca antes te animaste a responderle, pero te indigna su reclamo, porque los ladridos que le molestan son de sus propios perros. Te apresuras para alejarte. Dos días después de ese incidente, hace sol en la tarde. Sofía y tú salen a pasear a los perros que caminan libres. De pronto ves a la dueña del perro salir de su casa con tres perros grandes y venir decidida hacia ustedes, tu cachorro se acerca a saludarlos. Ella camina controlando a sus perros. Llegan. Un perro grande, un Golden Retriever y tu cachorro permanecen sentados, tranquilos, el uno frente al otro y se huelen las narices. La señora también está ahí, observado impávida. Sofía dice que le pareció escuchar una breve señal. Repentinamente, el perro grande vuelca al cachorro. Tu intentas separarlos, sólo atinas a gritar y golpear el gran lomo con puños y zapatos. El perro grande sacude al cachorro con dentelladas en el pecho. El cachorro logra huir unos pasos y cae. Corres hacia el pequeño mientras gritas tu reproche a la señora. Ella podía detener a su perro, ella tenía su obediencia. Recién ahora, la señora avanza displicente, toma al perro por el collar, lo levanta sobre sus patas traseras y se aleja con el perro caminando tranquilo. Tu alzas al cachorro en tus brazos y corres a casa gritando para buscar auxilio. No la miras ni la verás nunca más. Alguien la filma. Se la ve caminar tranquila con el perro a su lado.
Luego supiste que algunas personas oyeron tus chillidos, vieron el hecho y se aglomeraron ante la casa de la señora. Querían explicaciones y se indignaron por su altanero silencio. Ella permaneció refugiada en su domicilio. Una persona dice haberla visto alzar las manos y decir: “No sé qué pasó. Se me escaparon los perros”. Los otros dos perros permanecieron en la calle.
Más tarde, algunos dijeron que les vinieron a la mente esas noticias de hombres que entran armados a un colegio a disparar sobre niños. Se asustaron por esa conjetura…
Mucha gente, luego de ver tu pena en las redes sociales, le exigió a la señora que respondiera. Pasaste tiempo esperando oír su palabra. Ella envió un papel legal negando los hechos y amenazando porque dijo sentirse calumniada. Días después hizo que su joven hijo, que no presenció los hechos, hablara por ella leyendo ante las redes sociales una declaración escrita. Las redes no le respondieron. Al parecer tuvieron pena de ver a un joven entrenado para no tener palabra propia.
Leyes, culpa, amor
Tu papá hizo una denuncia ante Zoonosis, la institución municipal de protección a los animales. Él y la señora fueron convocados. La señora repitió que sus perros se escaparon y que ella intentó impedir que el perro grande matara al cachorro, jalándolo de las patas traseras y denunció que tus perros no llevaban correa. Tu papá mostró los mensajes que la mujer envió días antes al grupo de vecinos. Había sacado una foto a un perro pequeño y amenazado con soltar a sus perros si volvía a ver perros sueltos. La funcionaria solamente comprendió la queja y no la amenaza. Dijo que ella no permitía nunca que su perrito saliera a la calle. Penalizó a ambos dueños con una multa por tener perros sin correa. La institución municipal no tiene más atribución que cobrar multas, con las que sostiene un servicio veterinario y de recogida de animales. Tu papá intentó sentarse a conversar con la señora, que se mostró despectiva y decidió retirarse apresuradamente…
“Para sobrevivir un trauma, la víctima debe ser capaz de elaborar una narrativa y contar la historia”, dicen los terapeutas que intentan recuperar a las personas que han sufrido el trauma que deja un crimen de odio.
“Cuando el perrito corría yo veía el suelo convertirse en pentagrama. El perrito y yo cantábamos a trío con el eco de las baldosas. Ahora canto sola y lloro. Ahora vivo un castigo”. Esa es tu narrativa, Mariana.
Los expertos constatan que la narrativa del doliente comienza por admitir una culpa que ha desembocado en un castigo: “Debí protegerlo mejor, debí salvarlo con mi propio cuerpo, si yo no hubiera hecho esto o aquello, estaría vivo.” Esto se entiende, pues el verdadero culpable no asume responsabilidad. Por eso, si no tienes a quien culpar, te culpas a ti misma.
Sí, las obras de arte biológicas existen: hay flores, árboles y jardines que son cultivados y animales que son criados para que los humanos perciban la belleza de la paz.
Pero pronto viene gente que ha pasado a ser doliente. Parece que tu dolor ha dejado de ser privado y se ha tornado social. La gente ha visto actuar a una persona que causa daño, que vive en su vecindad. La teme y repudia. La gente pide que la lleves ante un tribunal para defender a la vecindad. Te pide señalar a la persona dañina para que el Estado tome medidas que le enseñen a no dañar.
Éste es el caso de la muerte del perrito León. Ustedes, amigos queridos, han participado en el consuelo. A través del poderoso vehículo de las redes sociales, Mariana pudo comenzar a reconstruirse expresando su dolor por la muerte del cachorro. Comenzó exponiendo el íntimo e inmenso vinculo que se forma cuando un animal y un humano van inventando un lenguaje común.
Ustedes no necesitaron más prueba que las palabras de Mariana y les dieron fe. Gracias, amigos y amigas. Su confianza y amistad merece respeto. Es un tesoro. Por eso, Mariana ha presentado ante el fiscal adscrito a la Policía Forestal y Medio Ambiente de Santa Cruz (POFOMA) una denuncia de biocidio. Acompañan la denuncia pruebas documentales y testificales de personas que presenciaron los hechos y que se ofrecieron a decir la verdad.
El proceso judicial tomará el camino que pueda encontrar. Ojalá la acusada de biocidio sea forzada por la ley a emerger de su silencio y hablar. Hasta ahora, el daño que causó sigue activo. Ella lo mantiene vivo con el insulto de su silencio. ¿Cuál es su delito? Una persona particular decidió que su rabia tenía más valor que la vida de un perrito Shih Tzu, que es una obra de arte. Sí, las obras de arte biológicas existen: hay flores, árboles y jardines que son cultivados y animales que son criados para que los humanos perciban la belleza de la paz. Los Shih Tzu fueron originados por la gracia de los monjes del Tíbet. Ellos desarrollaron un animal que muestre el sendero de la compasión a quienes lo protejan. Fue un regalo metafórico de la diplomacia de los Lamas a la Emperatriz de China. Es esculpido como amoroso guardián en el umbral de los templos budistas, en todo el mundo.
Por supuesto que la venganza no entra en este mundo de paz y belleza. La venganza no regenera la vida. Por eso, la acción judicial solamente busca que la señora tome conciencia de las consecuencias que ocurren cuando se obedece a una rabia contra algo muy elevado. Quizás, algún día, esa mujer logre ser como cualquier persona que protege el bien y la belleza.
Bravo Luis, pour ce très beau texte et très émouvant